SHULAMIT BEIGEL EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO

1.- EL AMOR EN LOS TIEMPOS DE LA CORONA

“El amor fue siempre un sentimiento peligroso. Si de algo tengo que morirme, preferiría que fuese de amor, y no de SIDA”, recuerdo que declaró Gabriel García Márquez en un entrevista concedida en 1988 a la periodista Susana Cato de Prensa Latina.

El laureado escritor colombiano, que estaba por cumplir 70 años, no se mostró muy sorprendido ni muy inspirado por el entonces moderno flagelo.

“Recuerdo la época en que en las calles de Bogotá aparecían grandes carteles que advertían: ‘Si no temes a Dios teme por lo menos a la sífilis'”.

“Esta enfermedad fue como el SIDA. Era resultado del amor”, declaró García Márquez, agregando que el tema del SIDA ni siquiera le interesaba como material literario: “Se trata de una epidemia relacionada con la conducta humana”.

“El SIDA carece por ello de la aureola metafísica que caracteriza a otros males, como el cólera, por ejemplo [y como la Corona pienso yo que diría él si estuviese vivo hoy], que te puede sorprender sin que te muevas del umbral de tu casa”.

Lamentablemente García Márquez ya murió, y afortunadamente no salió nada de su pluma que se titulara El amor en los tiempos del AIDS (o del SIDA, si se prefiere).

Estoy convencida que de alguna manera Márquez ya prescribió, sin saberlo, un excelente e inefable remedio contra el triste mal que nos aqueja hoy en día: Cien años de soledad.

2.- COMIDA ASIÁTICA 5 ESTRELLAS

Me pasa que últimamente veo un pedazo de carne y pienso en comida en mal estado. Este virus me sacó las ganas de comer pollo, gallina o cualquier animal en realidad.

He comenzado a pensar que la mayoría de los hoteles de antes, y los restaurantes cinco estrellas, ofrecían suculentos menús, que si bien parecían “comida normal”, eran en esencia microbios multicolores, no aptos a ser ingeridos por seres humanos.

Hoy, a las 9.30 de la noche, cada israelí, después del noticiero, puede sentirse un ser afortunado y feliz. ¿De qué? Muy simple.

De no haber estado comiendo en un mercado en China, de no haber sido apaleado (más que digitalmente) en Uadi Ara por el Yom Haadamá, o en Mea Shearim por los ultraortodoxos.

Pero, para colmo de males, una piensa que si por una de esas casualidades hubiera alguien sobrevivido a una de estas desgracias, ya en algún hospital colapsado al que lo llevaran, se hubieran ocupado de cortarle la buena suerte.

3.- EL SECRETO DE MUJAMAD

Mujamad Salim Jomaa de 147 años de edad, acaba de morir hoy en un pueblo en Jordania, dejando una viuda de 95 años, tres hijas y más de 120 descendientes directos.

Abrumada por los periodistas que no dejaban de llamar, su esposa no se cansó de repetir que Mujamad nunca antes estuvo enfermo, y que su único secreto consistía en comer exclusivamente miel y carne de camello.

Yo por mi parte podría jurar que también se abstenía de meterse, como yo, al internet, radio y televisión, para ver las noticias sobre el coronavirus.

4.- DOS ADULTOS CON SUERTE

Confieso que no entiendo esta histeria generalizada en torno a la epidemia de la Corona, que afecta al mundo.

Yo conozco por lo menos a dos personas en este país, que hace un tiempo contrajeron gustosos otra epidemia que produce una parálisis infantil que no solamente les afecta a ellos, y viven felices y contentos con su familia hasta el día de hoy. Uno de ellos se llama Benjamín Netanyahu.

5.- LA VIDA COMIENZA A LOS 80

Sara Abramovich, esposa de un reconocido rabino ultraortodoxo de Mea Shearim, barrio muy conocido de Jerusalén, en el que viven exclusivamente judíos ultraortodoxos, acaba de declarar hace unos días que su esposo está en plena forma, desmintiendo maliciosos rumores que en sentido contrario han hecho correr los enviados de Satanás en la tierra, (léase Avigdor Liberman y otros que no comen Kasher).

Sara Abramovich aseguró que su marido, que ya se acerca a los 90 años, realiza todos los días una caminata de una hora al mediodía (prohibido) y otra después de la cena (prohibido), agregando que el rabino asiste a bodas y entierros, y nunca duerme más de tres horas.

A ningún periodista se le ocurrió preguntarle qué hace durante el resto de la noche, partiendo quizás de la ingenua suposición que se la pasa leyendo la Biblia (no prohibido).

 

 


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