Enlace Judío México e Israel – Como dicen de las guerras, “sabemos cuándo empiezan pero no cuando acaban”. En la batalla contra el nuevo coronavirus, SARS-CoV-2, sabemos cuándo empezó y estamos seguros que el fin va a llegar. La pregunta es cuándo y más que nada, cómo.

Cuando abordamos un avión revisamos responsablemente las medidas de emergencia, incluso reconocemos las rutas de evacuación por si alguna eventualidad. Evidentemente, ante la turbulencia en la que nos encontramos sería genial ir vislumbrando las posibles estrategias de salida.

Los epidemiólogos han recalcado el hecho de que el nuevo coronavirus dejará de propagarse cuando ya no tenga a quien infectar, sería la única forma de realmente erradicarlo. Esto puede suceder ya sea porque la población alcance inmunidad natural, por haber estado en contacto con el virus y tener anticuerpos protectores, o bien, por existir ya una vacuna que garantice la inmunidad artificial. Para ello tendríamos que esperar aún algunos meses.

La buena noticia es que esto no tiene que suceder con el 100 por ciento de la población, pero sí con una mayoría. La inmunidad general, llamada inmunidad de rebaño, es distinta para cada enfermedad, depende de las características particulares de cada patógeno, de su virulencia y velocidad de contagio. Según Patrick Vallance, consultor médico del gobierno de Gran Bretaña, para el nuevo coronavirus la inmunidad de rebaño se consigue cuando el 60 por ciento de la población esta inmunizada, en contraste, para la difteria o la viruela este número asciende a 75 y 91 por ciento, respectivamente.

Claro que no podemos esperar encerrados en nuestras casas hasta entonces. Por ello, el lidiar con el COVID-19 en una siguiente etapa deberá ser con estrategias de mitigación y confinamiento que permitan que la gente regrese a su trabajo de alguna forma. Será cuestión de encontrar el balance entre minimizar el impacto a la salud, pudiendo controlar ampliamente los casos graves, y a la vez maximizar la actividad económica, mantenerla a flote de forma sustentable. Un equilibrio sutil que requerirá de precisión quirúrgica y de la solidaridad de todos. 

El fin del egoísmo

Quizás la mayor lección de esta pandemia es el entendimiento de la interconexión que tenemos como humanidad. De cómo mis acciones influyen en cómo les va a los demás, a personas que quizás no conoceré nunca pero que cohabitan el mundo. Ahora sí, todos somos responsables los unos de los otros, el coronavirus forzará a la especie a humana a dejar finalmente el egoísmo. Ahora la actitud cambió: yo no salgo, yo uso tapabocas, yo dono mi plasma. Y lo hago no por mí, sino para protegerte a ti. Son acciones que asumo no en beneficio propio. Son para apoyarte a ti humano desconocido, colega de planeta. No salgo a la calle por que te estoy protegiendo. Y te pido por favor, que tu también pienses en mi. Que te quedes en casa, uses tapabocas, dones tu plasma. Por que lo que tu hagas, lo harás por mi. Ya no por ti. Acaban de cambiar las reglas de conducta social. Este virus nos ha obligado a cambiar el chip.

Por suerte, las buenas noticias han llegado de China, ya que Wuhan, el epicentro inicial de la pandemia, esta regresando a la normalidad luego de dos meses de estricta clausura. Escalonadamente fue abriendo de nuevo los comercios, el transporte, los parques y las puertas de las casas para dejar salir a sus habitantes. Eso sin duda es una gotita de esperanza. Tendremos un respiro.

Para este momento, todos hemos ya tenido una pequeña dosis de “epidemiología 101” y sabemos que eventualmente, cuando las medidas de mitigación cumplen cierto tiempo, distinto para cada país, comienza a desacelerarse el contagio y el número de casos desciende. Annelies Wilder-Smith, profesora de enfermedades infecciosas emergentes de Londres, argumenta que las restricciones deben permanecer hasta que los casos confirmados diarios bajen de forma consistente por dos semanas.

Usando el modelo de predicciones, bajo las suposiciones aceptadas como ciertas, la empresa de consultoría estratégica Boston Consulting Group advirtió en un documento del 26 de marzo que esta meseta llegará a México en mayo, con posible fecha para regresar a actividades en julio. Pero a fin de cuentas, nadie tiene una esfera de cristal, son estimaciones basadas en experiencias, proyecciones matemáticas teóricas, extrapolaciones de otros casos. Debemos caminar sobre nuestra propia curva. Trazarla y tomar decisiones a partir de ella.

¿Qué significará eso? Será un momento en que los hospitales podrán tratar a los pacientes sin estar saturados, cuando pudiéramos probar a todos los que requieran diagnóstico y verificar quienes pudieran tener ya anticuerpos protectores, que por al menos dos semanas consecutivas, los nuevos casos confirmados cada vez sean menos, disminuyan.

Cuando lleguemos a esta etapa deberemos ya tener un plan de salida. Una ruta de escape. Un mapa que marque a detalle el plan. No creo que suceda de un día al otro, seguramente será paulatino. Esta vez quizás no sean primero “las mujeres y los niños”. Posiblemente ahora inauguren la salida los jóvenes y los recuperados. Los economistas especulan cómo será la activación de la economía: gradual, rápida, lenta o inmediata, no sabemos. Pero lo que sí es que los obreros regresarán a sus líneas de producción, los meseros a servir en los restaurantes, regresaremos al cine y a las salas de teatro, los maestros y los niños, eventualmente, al salón de clases. Llegaremos a una nueva especie de normalidad.

¿Cómo trazar el mejor plan de salida? Autores han propuesto distintos modelos: 

El martillo y el baile

Tomas Pueyo, sugirió el modelo del “martillo y el baile” en que luego de medidas drásticas y agresivas de contención se deja salir a la población hasta que el número de casos comiencen a elevarse y requiera de nuevo ejercer la mitigación. Un balance que cada población deberá ir encontrando y consiste en un “estira y afloja” continuo. Su modelo, publicado en Medium el 19 de marzo, asume que en el periodo del “martillo” la R0 se disminuya a casi cero. En Hubei lograron llegar a 0.32 con las medidas drásticas que asumieron. Y que en el periodo del “baile” la R0 paulatinamente aumente, pero permanezca siempre debajo de 1. Para esto, los gobiernos tendrían que estimar qué actividades comenzar a permitir, y qué medidas de control tomar; cómo hacer pruebas aleatorias de diagnóstico, checar temperaturas constantemente, hacer rastreos epidemiológicos de los contagios. Mantener estratégicamente la R0 bajo escrutinio.

5:2

El Dr. Uri Alon y sus colegas del Instituto Weizmann de Ciencias de Israel, propusieron en un artículo que publicaron en Medium el 25 de marzo, el modelo 5:2 donde se propone mantener el distanciamiento social obligatorio y estricto por cinco días y que la gente salga a trabajar para reactivar la economía los otros dos días. Con esta estrategia se estaría cumpliendo el deseo de muchos compañeros de infancia, que soñaban con ir a la escuela sólo los sábados y domingos, con la suerte de que el “fin de semana” durara de lunes a viernes. Los creadores del modelo 5:2 buscan así disminuir la infectividad logrando un R0 menor a 1. Hacer que cada persona enferma contagie a menos de una persona. De lograrse, se haría más lenta la velocidad de contagio, disminuyendo con cada ciclo el número de casos positivos. Esta idea también supone que si una persona adquiere el virus durante los dos días de trabajo podrá darse cuenta al presentar síntomas dentro de los cinco días de encierro, evitando que vuelva a salir a la calle a propagar al virus.

Toque de queda por género

Otra idea es intercalar a la población, mujeres salen un día y hombres salen el otro. Perú y Panamá han implementado esta estrategia como medida de mitigación, sin embargo quizás sería una ruta de salida temporal. Donde sólo la mitad de la población será activa cada día. Actualmente en estos países se permite que las mujeres salgan a las farmacias, supermercados y bancos los lunes, miércoles y viernes; los hombres los martes, jueves y sábados; nadie sale los domingos. Esta alternancia de género podría permitir un regreso paulatino del encierro. Veremos su eficacia.

Pasaporte de inmunidad

Pudiendo confirmar la existencia de inmunidad en quienes ya tuvieron el virus, ya sea de forma asintomática o superaron la enfermedad de COVID-19, podríamos saber con seguridad quienes podrían regresar a la fuerza laboral. Cuando el cuerpo entra en contacto con el virus genera una respuesta inmunológica de defensa rápida a través de las inmunoglobulinas, primero produciendo las IgM y luego las de memoria, las IgG. Ya existen en el mercado las pruebas capaces de detectar la presencia de estas defensas en una gotita de sangre. De salir positiva, podría asignarse una pulserita, pasaporte, algún tipo de permiso, para que esta persona regrese libremente a sus labores. Aun no sabemos cuanto tiempo nos proteja dicha inmunidad. No sabemos si este nuevo coronavirus crea anticuerpos que durarán toda la vida, como con la hepatitis A. Su primo coronavirus que causa el SARS presuntamente crea inmunidad de al menos 15 años, sin embargo sus otros familiares, los coronavirus que ocasionan las gripas comunes, no producen inmunidad duradera. Ya veremos. Necesitamos tiempo para confirmar la idea, pero por lo pronto podríamos asignar un pase de salida a quienes aprueben este test rápido.

Lo económico sí, lo social no

Scott Gottlieb, excomisionado de la FDA de Estados Unidos, con algunos autores, han descrito una medida intermedia: una idea en que la economía y las escuelas regresen a sus labores pero limitando aún las concentraciones y eventos sociales. La sana distancia deberá conservarse, y aquellas personas de alto riesgo, como mayores de 60 y con condiciones crónicas predisponentes a COVID-19, tendrán que permanecer en sus casas. Como la propuesta es laxa y optimista, incluye un compromiso del estado por tener disponibles suficientes pruebas que constantemente monitoreen a la población, y deja la posibilidad de imponer de nuevo medidas drásticas de aislamiento social en caso de que se requiera.

Suerte estacional

Podría suceder que el virus se atenúe ahora que estamos en primavera y entremos al verano en el hemisferio norte. El cambio de temperatura quizás tenga el efecto que algunos están esperando. Autores han predicho un posible comportamiento similar al del virus de la influenza, que regresa de forma cíclica, estacional, con cada invierno, bajando su virulencia cuando el clima es cálido y húmedo. Pero lo que sí es que en este modelo se espera un aumento de casos hacia el otoño, la llamada “segunda ola”, que esperemos nos encuentre con mejores tratamientos efectivos, de preferencia una cura y un sistema de salud recuperado, con suerte, con una vacuna a pocos meses de ser aprobada.

Además, los virólogos asumen que con el paso del tiempo, la virulencia, agresividad de la infección, vaya disminuyendo entre mayor la convivencia del coronavirus con el humano. Sin embargo, regresamos al mismo punto: al ser el coronavirus un agente completamente nuevo, desconocido hasta hace unos meses, es complicado predecir con certeza. Sin embargo, no está de más mantener la esperanza viva. Finalmente pareciera que estamos viviendo una película de ficción, tenemos la libertad de proponer ideas utópicas, podrían hacerse realidad. En este momento, todas las posibilidades son posibilidades. 

El efecto Titanic.

Según el profesor de psicología y antropología Gerald Weinberg, experto en ciencias de la computación, si un modelo no considera la posibilidad de un desastre, probablemente el error sea el modelo mismo. Y es que en este barco llamado planeta Tierra, evidentemente el modelo que estábamos usando no era acertado. 

Espero que cuando finalmente la humanidad, la sociedad, con todos sus ciudadanos, líderes y gobiernos, logre en conjunto sobrepasar esta crisis, tengamos la capacidad como seres inteligentes de planear hacia futuro. De aprender de lo vivido, fortalecer los aciertos pero asumir las lecciones de los errores. Algunos por negligencia, otros por omisión. De armar estrategias, instrumentar planes de contingencia, equipar al sistema de salud y robustecer el aparato científico, para que el próximo agente patógeno con que nos enfrentemos, encuentre un huésped, un Homo sapiens, mucho mejor preparado, consistente con su descripción de especie. Que a pesar de que sabemos que la zoonosis es frecuente y tendremos en algún momento encuentro con un nuevo virus, no nos agarre tan de sorpresa, desprevenidos. Que no tengamos que aprender casi todo sobre la marcha, a modo de bomberazos, con irreparables costos humanos y altísimas consecuencias materiales. 

Como terrícolas tenemos que hacer un llamado a pensar con un chip de profilaxis. No siempre es acción-reacción. “Hombre precavido vale por dos”, y en este caso por más de un millón. Estamos en el siglo XXI, ya contamos con las herramientas y el conocimiento para hacerlo, ¿por qué esperamos hasta que ocurren las guerras y las pestes para definir el curso de la civilización? Hoy, tenemos que decidir que la prevención y adecuado manejo de una pandemia es tema de seguridad nacional, de seguridad global. Y hablo de pandemia, pero igualmente podríamos hablar del calentamiento global. Son retos que se enfrentan con un pensamiento que no habíamos tenido la oportunidad de explorar. Una estrategia común, engranada, coordinada, colectiva. Debemos identificarlo como prioridad. Resalto la interconexión, la inminente pérdida del egoísmo. Debemos asignar los recursos para que la ciencia y la tecnología sigan siendo los centinelas de la humanidad. 

Como dijo Molière: “no es solo de lo que hacemos que somos responsables, sino también de lo que no hacemos”

 


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