Enlace Judío México e Israel – La forma en que la pandemia de COVID-19 ha transitado dentro del mundo de los niños es un capítulo poco explorado y que quizás podrá entenderse sólo desde la distancia, en unos años más. Hasta el momento, aparentemente han exentado con honores al coronavirus, su presencia en las crecientes estadísticas de casos confirmados es tan baja, que prácticamente habían sido ignorados. 

En términos clínicos, los niños y adolescentes no eran parte de la pandemia. En febrero, el COVID-19 aparentemente era preocupación sólo para adultos mayores. Pero conforme el virus se expandió y hubieron más casos totales que analizar, más historias, más doctores, y más información, la evidencia sacó a la luz mayores detalles. Considerando que los niños comprenden un cuarto de la población mundial es increíble que representen tan sólo el 0.8-2% de los casos confirmados de COVID-19, y casi sin riesgo de letalidad. Sin embargo, los pediatras están mirando cada vez más de cerca la evolución de la pandemia.

La salud de los niños en tiempos de pandemia conforma un abanico de cuestiones muy extenso. Empecemos con lo extremadamente raro ante la aclaración de que los pacientes pediátricos no son los más enfermos, ni el grupo que corre mayor peligro en el COVID-19.

Los niños comenzaron a aparecer en los encabezados por presentar una versión del poco común Síndrome de Kawasaki. Este Síndrome, descrito en Japón en 1967 en menores de 3 años, es caracterizado por la inflamación generalizada del cuerpo, posiblemente tras una infección por algún virus. El médico italiano Lorenzo D’Antigua atendió, entre febrero y abril del 2020, a diez niños de 7.5 años de edad con los síntomas similares a Kawasaki. Suceso que le llamó la atención, ya que en el transcurso de los últimos 5 años había observado 19 casos. Revisando los registros de todo Italia, se encontró un aumento de 30 veces los casos de Kawasaki en lo que va de este año.

Estos niños parecían tener evidencia de haber estado en contacto con el coronavirus, pero muchos no tenían activa la infección. Los mismos hallazgos se registraron recientemente en otros lados del mundo: en España, Gran Bretaña, Portugal y Estados Unidos. Los expertos suponen, que esta inflamación sistémica similar a Kawasaki, llamada MIS-C (Multisystem Inflammatory Syndrome in Children), es una respuesta exagerada del sistema inmunológico parecida a la observada en adultos hospitalizados con COVID-19, los cuales exhiben una excesiva tormenta de citosinas con implicaciones en órganos de todo el cuerpo. Cuando los niños tienen coronavirus, casi siempre son asintomáticos, solo muy pocos presentan síntomas respiratorios y en solo 0.6% de los casos se desencadena este misterioso síndrome.

Pero la salud de los niños en tiempos de coronavirus va mucho más allá de esta rara condición. UNICEF estima el nacimiento de 116 millones de bebés en los primeros 9 meses de la pandemia; hasta ahora, se ha demostrado que el embarazo no incrementa el riesgo de tener COVID-19 y de hecho, la mayoría de los bebés que han nacido, no han presentado complicaciones directas por el virus. Sin duda hay aún mucho por comprender en torno al embarazo y el coronavirus. 

Por su parte, el CDC reportó que aunque la hospitalización por COVID-19 en niños ha sido muy baja, ésta ha sido más frecuente en menores a 1 año y niños con condiciones predisponentes como inmunosupresión, enfermedades crónicas de pulmón y enfermedades cardiovasculares. 

Por otro lado, como sabemos, los esquemas de vacunación en muchos países del mundo han triunfado por su capacidad de proteger a los niños contra enfermedades como meningitis, tétanos, polio, rubeola, paperas, hepatitis y varicela, que antes solían enfermarlos, incluso matarlos. Pero como es de suponerse, las visitas habituales a revisiones con los pediatras disminuyeron sustancialmente. El CDC informó que al faltar a las consultas, los niños no se están vacunando. De por sí, desde antes de la pandemia algunos padres eran escépticos a vacunar a sus hijos, ahora, los pediatras temen que comience una epidemia por enfermedades prevenibles, como la incipiente de viruela.

El tema de las escuelas no es menor. En marzo la UNESCO reportó que más de 1.6 billones de niños suspendieron clases, una disrupción inédita. Claro que algo positivo saldrá de las herramientas que tanto alumnos como maestros tuvieron que desarrollar. Especialmente entre los que tuvieron acceso a la tecnología y a las clases remotas, que no fueron todos. Sin duda, habrán consecuencias tanto en los estudiantes, como en los modelos educativos, que aún no imaginamos. 

Y en este momento, con el comienzo de la salida de los encierros, aún persiste la duda de si conviene abrir las escuelas o no. Todavía no hay suficiente información para establecer el riesgo en el contagio de los niños; en algunos lados se teme que por su regreso a las aulas resurjan los brotes, como hace unos días se documentó en un colegio en Francia. Aunque los niños no se enfermen, aun no hay mucha información sobre qué tan propagadores son. Ante todo ello, el NIH de Estados Unidos está conduciendo un estudio llamado HEROS (Human Epidemiology and Response to SARS-CoV-2), que seguirá a 6,000 niños para esclarecer muchas de las preguntas aún sin resolver. 

Pero quizás no todos deben de ir a clases a la vez. En países como Suecia y Alemania, han dado prioridad a que regresen los adolescentes, por estar en años importantes de transición y porque serían más responsables en la aplicación de las medidas de distanciamiento social, uso de cubrebocas y lavado de manos con jabón. Sin embargo, otros como Dinamarca y Noruega, opinan que los mayores han conducido muy bien las clases en línea, y que son los pequeños los que tienen que asistir a las lecciones presenciales y regresar a las aulas para que sus padres puedan regresar a los trabajos. Un buen dilema para analizar.

Y en casa, los encierros ponen presión a las dinámicas familiares. Al haber cambios en las rutinas y un alto en las actividades cotidianas, los niños están acumulando posibles factores que podrían acentuarse en un futuro a corto o mediano plazo.

Muchos han aprovechado los encierros para estrechar vínculos, encontrando en esta crisis la oportunidad para comer en familia, cocinar juntos, ayudar en las labores del hogar, jugar entre hermanos e incluso hasta pelear. Pero no en todos los hogares ha sido tan sencillo. Los niños que eran abusados están siendo víctimas de la violencia intrafamiliar, alejados de los adultos que antes los protegían: maestras y trabajadoras sociales. Algunos están viviendo con padres en depresión, con aumentado consumo de drogas y de alcohol. Por otro lado, muchos padres, tratando de reprimir los inminentes estresores, han sobrecompensado y relajado límites que antes eran inquebrantables, autorizando, por ejemplo, el cambio en los horarios de sueño fundamentales para el buen desarrollo y crecimiento de los niños. 

Y ni se diga de los tiempos frente a las pantallas, que para muchos, ahora están siendo el único medio de entretenimiento y forma de comunicarse con los amigos. Y qué decir de los adolescentes, seres sociales por definición, jóvenes que están ausentes en el pleno momento de experimentación, encerrados en un reloj que no avanza, llenos de frustraciones y planes truncados. Y de los pequeños, que absorben a veces sin comprender el estrés emocional de sus padres, mismos que están aprendiendo sobre la marcha a convivir con un virus que nadie conocíamos.

Cómo no hacer presentes a los que por primera vez están viviendo un duelo, por la pérdida de un familiar, de su vida normal, de eventos, cumpleaños, graduaciones, viajes, intercambios académicos… la tristeza de un luto colectivo imposible de expresar. Y a todo esto, se suma el sedentarismo, una actitud reciente de niños casi inmóviles, sentados por largas horas frente a las clases en línea, atendiendo videollamadas sociales y video-experiencias-de-todo, sin practicar casi ningún deporte. 

Y claro, la forma de alimentarse que ha recurrido a los extremos. Por un lado la angustia y el aburrimiento han sido ingredientes para que los menores estén comiendo de forma excesiva, llenándose de alimentos altos en calorías y con bajos aportes nutricionales que pudieran desencadenar situaciones de obesidad y diabetes. Y por otra, los niños cuyos padres perdieron sus empleos, o bien, dependían de los desayunos escolares para recibir al menos una comida completa diaria y que ahora, viven con inseguridad alimentaria, pasan hambre y están expuestos a la desnutrición. 

Todos estos niños, hoy menores de 18 años, serán testigos vivientes de la pandémica historia que estamos escribiendo. Serán los diarios que podrán narrar en primera persona lo que es vivir desde una ventana una crisis que es real. Una situación que algunos anticipaban, pocos aceptamos y todos sufrimos. Serán ellos, los ahora pequeños, los que aprenderán de los aciertos y de los errores de hoy para enfrentar retos no menores del mañana. Ellos serán los adultos que de no hacer nada, mirarán de frente otras epidemias y los inminentes efectos del calentamiento global. Habrán tenido la experiencia en el manejo de crisis durante su infancia, para ser expertos en las más complejas que quizás llegarán. 

Me pregunto si su paso por el 2020 tendrá efecto en la elección de sus carreras, fomentará vocaciones hacia las ciencias, la tecnología, manejo de riesgo y análisis de datos. ¿Qué herramientas y fracasos del hoy serán los ejes del mañana?¿Cuál es nuestra responsabilidad ante ellos, como adultos, ciudadanos, padres y líderes? ¿Cómo juzgarán nuestra capacidad de improvisación; de control de crisis, de aprovechamiento de oportunidades, de predicción?

En el caleidoscopio que son los niños, llenos de colores vivos de esperanza, estará el reflejo de la inevitable historia presente. Estos niños y adolescentes tendrán huellas de primera línea. Narrativas relevantes, que trascenderán. No son parte de las estadísticas clínicas de casos confirmados, pero los efectos del coronavirus en ellos, será permanente, imborrable de su memoria. Esta pandemia ya “covidizó su vida. 

Sin duda, el mundo cambió para siempre, ellos conocieron el antes y han vivido su transformación desde las gradas más privilegiadas e inocentes. Son ellos los que nos dirán cómo vivir de cabeza, cómo conviene armar el rompecabezas del nuevo futuro. 

 


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