Enlace Judío México e Israel – De la misma forma como tienes que contar cuarenta minutos hasta verificar si una receta de pastel de chocolate te quedó tal como ostenta la perfecta foto de Instagram, así debemos hoy esperar pacientemente, preferentemente aislados, catorce días para evaluar si la decisión que tomamos fue acertada. Si la salida a la calle hizo que nos contagiáramos. ¡Si tan sólo tuviéramos una bolita de cristal! Sería ideal que el virus fuera tan visible como la diamantina, que la enfermedad no aprovechara la desigualdad.

Somos una sociedad que goza de la inmediatez introducida hace algunas décadas con los maravillosos 30 minutos prometidos por Domino’s Pizza y vive aguardando nanosegundos para obtener respuestas del genio de Google, retardos de instantes para conectarse a distancia por Whatsapp, momentos que parecen eternos para recibir un like en Facebook, retardos que se justifican por hacer caso al Waze y antojos que se sacian con un impulsivo clic

A todos nosotros, que gracias al microondas ya no tenemos que hacer chocolate caliente a fuego lento, ni esperar postales de seres queridos entregadas por un cartero, la pandemia enseñó a contar el tiempo a un ritmo diferente. El metrónomo de cada día, monótono y continuo, de pronto nos ha mostrado que ya no solo vivimos en el hoy, sino que existe una espera, de casi dos semanas, para evaluar las consecuencias de cualquier acción. Vivimos con mágicos binoculares que miran a la distancia, a catorce días de hoy. O dicho de otra forma: el día de hoy disfrutamos de las virtudes del lavado de manos de hace medio mes. El diario del 2020 se escribe con varios soles de retraso.

Y eso es precisamente lo que en estos momentos los epidemiólogos esperan no detectar en catorce días, una posible ola de nuevos casos de COVID-19 como resultado de las protestas masivas, en más de cincuenta ciudades de Estados Unidos, que reclaman justicia e igualdad. En las multitudinarias expresiones por el acceso para todos a los derechos fundamentales del ser humano

En términos específicos de coronavirus, el riesgo es la reunión de tanta gente sin medidas de sana distancia, muchos sin cubrebocas, realizando actividades que promueven la propagación del virus como es hablar, gritar, y peor aún, toser y estornudar, por la irritación en la garganta, ojos y nariz de los gases lacrimógenos que el Estado esparce para frenar (¿pero qué incrementan?) los disturbios de la población.

Bajo el microscopio de la pandemia, los efectos de las protestas masivas, en términos de salud pública, se medirán en quince días; ahora vemos los efectos sociales y políticos, incluso económicos, en redes sociales, discursos y canales noticiosos. Estas respuestas sí son inmediatas. Pero el COVID-19 nos deja en suspenso, nos hace esperar; no conoce lo instantáneo. Y este retraso, conocido como periodo de incubación, aunado a la alta proporción de personas que se sienten bien a pesar de tener el virus, son los ingredientes que han hecho que este patógeno sea pandémico. 

De todos quienes entran en contacto con el virus, más de una tercera parte ni siquiera se entera; bien por ellos, sin embargo la asintomatía en el coronavirus es el mayor de los retos. Es una bendición para quien la goza, ya que desarrolla inmunidad sin ninguna molestia, como una poción mágica que te hace invencible. Pero para quienes lo rodean, es un maleficio: reciben aspersiones de virus a modo de ruleta rusa, sin saber quién seguirá la perpetua cadena inocente de contagios y quién requerirá de cuidados intensivos y de un respirador. Si el coronavirus fuera como otras enfermedades, donde quien la tiene exhibe síntomas siempre, estaríamos con otras estadísticas, la historia sería distinta. Pero así es el coronavirus, sigiloso y furtivo en gran parte de los casos.

Pero hay un tema más allá de esto, un asunto que vincula al SARS-CoV-2 con las protestas por la brutal muerte por asfixia de George Floyd a mano de cuatro policías de la ciudad de Minneapolis, uno siendo el violento autor material y tres que fueron testigos pasivos del asesinato. Y me refiero a que, desgraciadamente en esta pandemia, como en la de 1349 de la peste negra que mató a la mitad de los habitantes de Europa, la de 1918 de influenza o en la de viruela que trajeron los españoles a América durante la Conquista, las poblaciones más golpeadas por la epidemia son también los más vulnerables: las minorías, los marginados, los más pobres. Las manifestaciones piden un cambio profundo, un alto a la discriminación y al racismo, sin embargo el paso del virus por el planeta también ha resaltado esta desigualdad, el coronavirus ha afectado de sobremanera a las mismas victimas de la brecha social.

El bioarqueologo Gwen Robbins comentó en la revista científica Science que los análisis de pasadas epidemias muestran que la discriminación que sufrían los más marginados puso en riesgo su estado de salud y les limitaba el acceso a servicios médicos. Así se lee la historia en todas las pandemias pasadas. Desventaja en los más pobres, las minorías, los oprimidos: víctimas del racismo. 

Lo mismo que sucede hoy con la pandemia de COVID-19 y los registros étnicos del coronavirus. Según la plataforma de The COVID Tracking Project, el 13 por ciento de la población americana es negra, sin embargo conforman el 24 por ciento de los casos que se han reportado por grupo étnico: trazando claramente la inequidad también en gráficas epidemiológicas.

Las poblaciones más afectadas por el virus, y también por la crisis económica, son los pobres, los negros, los hispanos, los inmigrantes, con el doble de riesgo de morir por COVID-19 que las personas blancas. Los casos están concentrados en los códigos postales de los más desventajados, donde viven más personas en menos espacio, con menos acceso a la infraestructura de salud y quienes no tienen la posibilidad de trabajar desde casa. El virus per se no discrimina, hasta hoy no se ha encontrado un factor genético que determine mayor propensión a infectarse de coronavirus entre grupos étnicos. 

Más bien son los mismos factores culturales, económicos y sociales, que se reclaman hoy en las calles, los que predisponen a las poblaciones, ya de por sí segregadas, al COVID-19. Porque es la misma discriminación que ejerce la brutal policía blanca, la misma injusta brecha de la desigualdad, que el virus ha aprovechado y hecho evidente. Es igualmente imprescindible orientar esfuerzos por eliminar al coronavirus y para erradicar esta desigualdad. 

Irónicamente, la autopsia realizada a George Floyd, de 46 años, confirmó lo que ya sabíamos, que fue víctima fatal de la violencia por discriminación, pero también lo que hubiéramos podido sospechar: que era uno más de los afectados por el SARS-CoV-2. La prueba diagnóstica post mortem de COVID-19 es positiva.

 


Las opiniones, creencias y puntos de vista expresados por el autor o la autora en los artículos de opinión, y los comentarios en los mismos, no reflejan necesariamente la postura o línea editorial de Enlace Judío.