Enlace Judío México e Israel –  Una pandemia no es cualquier evento. Se trata, en realidad, de un acontecimiento histórico. Situaciones como esta no ocurren con mucha frecuencia —afortunadamente—. La última vez que la humanidad vio algo similar fue en 1918, con la célebre gripe española, una pandemia de influenza que se saldó con alrededor de 50 millones de muertos en todo el mundo. Una de las pandemias más letales de las que se tenga registro.

Seguimos inmersos en el brote pandémico de COVID-19, una nueva enfermedad que está causando todo tipo de estragos a nivel mundial. No sólo es el problema de salud como tal, recrudecido por una enfermedad altamente contagiosa y que puede ser letal, sino también las consecuencias económicas provocadas por el cierre parcial o total de muchas actividades de las que depende el sustento de muchas personas.

Hay que decir que es la primera vez en la historia que estamos medianamente preparados para algo así. Si las grandes epidemias y/o pandemias de otras épocas tuvieron efectos más devastadores (como los ya mencionados 50 millones de muertos de la gripe española), fue porque en otras épocas nuestros recursos médicos y alimenticios, así como nuestra información sobre el comportamiento de los virus, eran notablemente modestos. Casi nulos.

Hoy por hoy se nota que, pese a todo, con el siglo XX se lograron mejorar en muchos aspectos. La desnutrición generalizada ha disminuido radicalmente, y nuestros servicios médicos son mucho mejores que hace 100 años. Gracias a ello, no estamos hablando de millones de muertos, sino apenas de casi 420 mil en todo el mundo. Claro, se podría decir que es porque apenas llevamos cinco meses con la crisis, y la gripe española, por ejemplo, se extendió durante cuatro años y medio. Aún así, los fríos números nos dicen que de seguir las cosas de este modo durante ese mismo lapso de tiempo, los fallecidos apenas alcanzarían los 2.5 millones. Trágico, sin duda, pero no como hace cien años.

¿A qué se debe esta ventaja para nosotros? En general, como ya lo señalé, a que comemos mejor y tenemos mejor atención médica. Sin embargo, eso no nos da permiso de desdeñar los riesgos. Al contrario: nos obliga a tomar todas las precauciones pertinentes para evitar los contagios.

El virus todavía no tiene un tratamiento adecuado, y las vacunas apenas están en proceso experimental (estarán listas hasta 2021, porque el proceso de verificación de que una vacuna funciona tarda entre 12 y 18 meses, por lo menos). Así que más bien estamos esperando que se pueda encontrar un retroviral. Es decir, un tratamiento médico diseñado específicamente para controlar los efectos de esta nueva cepa de virus.

Hay que insistir en que los virus no tienen cura posible. En realidad, sólo hay que dejar que culminen su ciclo. Por supuesto, si su efecto sobrepasa las capacidades del sistema inmunológico, hay un riesgo mortal. De ahí la necesidad de encontrar un medicamento que ayude, eficientemente, a controlar los efectos del virus.

Pero acaso los estragos que más vamos a resentir van más allá del problema de salud como tal. El peor reto al que se enfrentan muchos gobiernos del mundo es el económico. Todos los países del mundo han visto colapsar sus sistemas económicos debido a las medidas de emergencia tomadas para contener el ritmo de expansión de la pandemia.

Hubo países que optaron por dejar que todo se acomodara “de manera natural”. Es decir, que los contagios se extendieran y que con ello se creara la llamada “inmunidad de rebaño”. Una condición en la que muchos de los contagiados desarrollan inmunidad hacia la enfermedad, y de manera natural se convierten en una barrera para que la pandemia deje de extenderse con gran rapidez.

Suecia fue uno de los que apostaron por esta estrategia, pero eventualmente se arrepintió de haberlo hecho. Su economía no entró en crisis porque la gente siguió yendo a sus trabajos, pero la tasa de contagios y de fallecimientos fue catastrófica. La más elevada en los países de Europa del norte.

Por ello, la gran mayoría de los países han optado por tomar médidas drásticas que han implicado, en mayor o menor grado, la suspensión de muchas actividades económicas. Y ahí se genera el reto: la gente deja de trabajar, deja de ganar dinero y, en consecuencia, deja de consumir. Eso provoca un desplome de la actividad económica que se traduce, de inmediato, en millones de personas perdiendo sus empleos.

Por ello, cada país se ha planteado diferentes estrategias para tratar de equilibrar las cosas lo mejor posible. O más bien, provocando el menor daño posible. Porque el daño es inevitable.

En México estamos en proceso de reactivar las actividades cotidianas, si bien se ha insistido en que esto se hará de manera gradual y escalonada en las diferentes regiones del país. Y es que no podemos darnos todavía el lujo de simplemente reabrir la economía y mandar a todo mundo al trabajo o a la escuela. Estamos justo en la fase crítica de contagios, con un récord superior a los cuatro mil contagios registrados oficialmente cada día, situación que no se debe salir de control. De lo contrario, los hospitales se verían desbordados y mucha gente moriría por no poder recibir atención médica a tiempo (situación que sucedió en España e Italia, con saldos verdaderamente catastróficos para sus pobladores).

De ahí la importancia de que entendamos que la “nueva normalidad” no tiene mucho de normal (de hecho, el término es contradictorio por sí mismo, y se usa así para enfatizar justamente que no vamos a regresar al tren de actividades que teníamos hasta febrero de 2020).

Estamos en el punto en que va a ser más importante que nada nuestra concentración y compromiso para apoyar en los esfuerzos necesarios para que la pandemia se controle.

Entendemos que a todos nos gustaría relajarnos un poco más, salir con amigos, tomar algo, hacer reuniones. Pero hay que entender que esto todavía se tiene que restringir. Ya bastante problema es que mucha gente no puede dejar de trabajar, y todos los días tiene que usar transporte público, lo que incrementa el riesgo de contagio.

Por ello, quienes podemos mantenernos encerrados la mayor cantidad de tiempo posible, debemos hacerlo.

Es incómodo, pero es mejor aguantarnos un poco más de tiempo, que lamentar situaciones trágicas que pudieran venir como consecuencia de una conducta imprudente.

Por todo ello, desde este espacio en Enlace Judío nos unimos al llamado del gobierno y les recordamos: Quédate en casa. Si no hay actividades inevitables o cruciales que atender, mejor permanece en tu hogar y evita el riesgo de te contagies, o de que te conviertas en un portador que provoque el contagio de otras personas.

La nueva normalidad no significa que podamos volver a nuestros viejos hábitos de la noche a la mañana. Significa que tendremos que acostumbrarnos a nuevos modos de trabajar y de socializar, y que además tendremos que asimilarlo bien. Es probable que aún cuando se supere la fase crítica y peligrosa, muchos de estos nuevos hábitos se queden de manera permanente.

¿Por qué? Porque estamos descubriendo que muchas actividades (laborales y escolares, por ejemplo) se pueden hacer por medio de internet, y eso optimiza los costos.

Así que aún cuando se llegue a decretar el fin absoluto de la cuarentena, probablemente tu dinámica laboral o escolar vaya a ser muy distinta a lo que conociste o hiciste durante muchos años.

No lo olvides, y cuídate mucho. Sigue las recomendaciones de los organismos de salud nacionales e internacionales, y en la medida de lo posible quédate en casa.

 


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