Enlace Judío México e Israel – “Desde que se inventaron los pretextos”, dice la sabiduría popular. Pero pocas veces nos preguntamos ¿cuándo se inventaron? Bueno, la Biblia dice que son muy antiguos. Prácticamente nacieron con el ser humano. El primer pretexto registrado —modelo de todos los que habrían de venir— se le atribuye a Caín, hijo mayor de Adán y Eva. Así de viejo es el asunto.

La escena la conocemos: Caín ha asesinado a Abel, y repentinamente es confrontado por D-os: “¿Dónde está tu hermano?”

No es, por supuesto, una duda sobre ubicación geográfica. Es un terrible cuestionamiento que en realidad debe entenderse como “qué has hecho”. La pregunta abarca muchos aspectos. Es, en principio, el cargo de conciencia por el crimen cometido. Pero también es el reclamo de las responsabilidades no asumidas. No sólo es lo que se hizo, sino también lo que no se hizo.

Entonces Caín recurre al pretexto: “¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano?”

Y la respuesta es sí. Caín, en su obsesión y enajenación que le han convertido en un criminal, pierde de vista que todos los seres humanos estamos conectados unos con otros. Somos responsables unos de otros. Por eso apela al individualismo en su versión más egoísta posible. Le insinúa a D-os que él es único y que no tiene por qué depender de nadie, pero tampoco por qué ayudar a otros. En su afán por evadir la responsabilidad de lo que ha hecho, decide romper sus vínculos con el resto de la humanidad, su propia familia.

Lo que llama poderosamente la atención es el arquetipo propuesto por la Biblia: esa actitud individualista del ser humano no es un posicionamiento filosófico, sino un pretexto. Es decir, no la plantea Caín porque se haya tomado el tiempo para meditar en la naturaleza de la vida o en los misterios de la existencia, y finalmente haya llegado a una conclusión de estilo ermitaño en la que lo individual se impone sobre lo colectivo.

No. Caín apela al individualismo para tratar de ocultar su crimen. Primero ha cometido una serie de errores, y su necedad lo ha llevado a un extremo peligroso. Es de esa condición que surge su posicionamiento individualista.

Muy interesante el modo en el que la Biblia nos sugiere que el individualismo egoísta no existe, en realidad, como idea ante la vida, sino como una evasión por medio de la cual tratamos de no enfrentar nuestros propios errores. No es una acción volitiva, decidida por nosotros mismos, sino una reacción a nuestras propias debilidades. 

El egoísmo es sólo el último paso en un proceso de decadencia interna. 

No nacemos egoístas. Son nuestras malas decisiones, y nuestro miedo a enfrentarlas, las que nos convierten en eso.

El pasaje de Caín forma parte de los relatos que nos explican en qué consiste la decadencia humana. Una vez perdida esa inocencia original, si no se le pone un control a nuestra inclinación al mal (en hebreo, Yetzer Hará), de los errores pasaremos a los crímenes, y eso nos orillará a la falsa salida del egoísmo.

Por eso la Biblia hebrea comenzará a insistir, paso a paso y desde reflexiones que van desde lo más elemental hasta lo más complejo, en que el ser humano debe entenderse siempre como una colectividad. Que los intereses del grupo deben privilegiarse por encima de los del individuo.

La ética bíblica es, eminentemente, una ética colectiva. Se respeta la propiedad privada, se valora al individuo, pero se nos recuerda todo el tiempo que el justo equilibrio de las cosas pasa por la consideración del otro. No existe la posibilidad de lograr nuestra armonización con el universo entera meditando en la soledad de una cueva. Es siempre, inequívocamente, reflejándonos en el rostro de nuestros semejantes.

Sólo allí podemos descubrir nuestros propios errores, nuestros peores defectos, nuestras más agudas limitaciones. Sólo hasta que alguien nos hace enojar es que descubrimos qué tan propensos somos para la ira. Sólo hasta que otra persona nos derrite, nos seduce y nos manipula, es que podemos entender qué tan débiles somos. Sólo hasta que la urgencia y la necesidad de otros nos impelen a ayudarlos, a ser desprendidos, o incluso hasta ser heroicos, es que conocemos hasta qué punto estamos dispuestos a entregarnos, y —sobre todo— cuál es la naturaleza de nuestras motivaciones, si el amor sincero e incondicional, o la búsqueda de aplausos y la vanagloria.

El hierro se aguza con el hierro, y la persona se aguza con el contacto con su prójimo. Así lo dice Proverbios 27:17.

De ahí que la ética judía vaya en sentido contrario a la respuesta de Caín: Kol Israel Arevim Ze Lazé. Todo Israel es responsable uno del otro. Una lección que aplica, en realidad, para todo el mundo.

¿Cuál es la consecuencia de no responder a esa obligación natural de cuidar unos de otros?

Otra vez la historia de Caín nos ofrece el arquetipo: cometido el crimen, usado el pretexto, recibida la sentencia, Caín se convierte en el primer exiliado, el primer prófugo. Su conciencia lo perseguirá hasta el fin del mundo, y lo podemos ver en la patética respuesta que le da a D-os: “Cualquiera que me encuentre me matará”. Y D-os le ofrece una garantía que, en realidad, sirve para muy poco: “Al que te hiciere algo, se le hará siete veces más”. ¿Eso de qué le sirve a Caín? De nada. Inútil consuelo saber que tu asesino también será asesinado, cuando lo que quieres es no morir.

El texto bíblico, en realidad, nos está hablando de la espiral paranoica en la que se hunde aquel que huye de sus responsabilidades, comete un crimen y luego se entrega al egoísmo: no volverás a tener paz, no volverás a estar tranquilo. Estarás esperando a aquel que llegue para vengar a quienes tú has dañado, y ese luego se irá a su propio exilio a repetir el ciclo, a perpetuar la maldición.

Ese es el problema inherente al pretexto: no es una solución. No arregla la situación que hemos descompuesto por nuestra propia irresponsabilidad. En cambio, es la puerta, el punto de partida, para una vida en la que te sentirás perseguido y frágil, vulnerable y en riesgo.

O dicho en otras palabras, los problemas nunca se evaden. Tarde o temprano se volverán a plantar enfrente de tu cara para que por fin tengas las agallas de enfrentarlos y resolverlos.

 


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