Enlace Judío México e Israel – Quiero compartir con ustedes una clase del Jajam Yosef Faur z”l que escuché recientemente titulada “4 gigantes de Sefarad”. La clase fue dictada en inglés, en Miami, 1998. El Rab Faur menciona en orden cronológico a 4 rabinos que vivieron en la era de oro del judaísmo Sefaradí, entre los siglos IX y XIII de la era común. Cada uno de estos rabinos introdujo una innovación que forjó la milenaria tradición de los judíos de España y sus descendientes.

El primer Jajam que menciona es Rabbenu Bajiyá Ibn Paquda. Nació en Zaragoza, España, alrededor del año 1045. No tenemos mucha información sobre su vida, pero sí sabemos que fue Dayán, un juez en la corte rabínica comunitaria; cargo que en esos tiempos se ejercía voluntariamente.
Su obra principal es el libro Jobot haLebabot, “Los deberes del corazón”, en el cual formula sistemáticamente los principios de la ética judía. El libro fue escrito en árabe y traducido al hebreo por el famoso Rab Yehudá Ibn Tibón.

¿De qué se trata este libro?

Como sabemos, la Torá contiene 613 mandamientos.
El Rab Ibn Paquda divide los mandamientos en dos categorías: 1. Los preceptos que realizamos de una manera física, con nuestro cuerpo, nuestros bienes, etc (חובות האברים).
2. Los mandamientos que realizamos con nuestro corazón ( חובות הלבבות).

Fue la primera vez que un rabino hacía notar esta diferenciación

Comenzaremos por la segunda categoría .

LOS DEBERES DEL CORAZÓN

El autor afirma que los mandamientos más importantes de la Torá se cumplen con “el corazón”, esto es, nuestro aparato psicológico, emocional e intelectual ( hoy diríamos “cerebro ” o “mente”).

Algunos ejemplos.

1. SHEMA ISRAEL: “Escucha Israel, el Eterno es nuestro Dios (y) es único”.
Este versículo nos demanda “saber” que Dios existe y que solo Él existe. Este mandamiento no nos ordena nada especifico que debemos hacer. Sin embargo, es un mandamiento absolutamente transformativo.
Veamos. El hombre antiguo percibía que las fuerzas naturales eran independientes una de otra y se enfrentaban una con la otra: la oscuridad se enfrentaba a la luz; la enfermedad a la salud; el mal al bien, la guerra a la paz, la muerte al nacimiento. Para el hombre pagano era absolutamente evidente que estas fuerzas provenían de orígenes diferentes. Imaginaban que los “dioses” estaban enfrentados en un conflicto cósmico eterno. En este universo politeísta los seres humanos son meros espectadores, involuntarios, de estas guerras mitológicas, sobre las cuales no tienen control. El mundo no fue creado, sino que apareció accidentalmente, producto de las batallas entre los dioses. La vida del hombre pagano no tenía ningún sentido trascendental. El objetivo era satisfacer los bajos instintos y evitar que los dioses desaten su ira contra los humanos.

El monoteísmo de la Torá es contra-intuitivo. Para el hombre antiguo era imposible percibir el poder de UN CREADOR único que también está a cargo de este mundo. El saber que hay un sólo Dios Creador lleva al individuo a un nivel diferente de comprensión: el Creador estableció un diseño inteligente, donde (deliberadamente) opera un patrón de fuerzas opuestas que mantienen al mundo en un permanente equilibrio. Saber que un Creador inteligente nos creó, le da propósito a la vida. Y nos empuja a encontrarlo y tratar de alcanzarlo. El monoteísmo es evolución. O revolución. El “Shema Israel” como mandamiento exige una transformación total de nuestro “corazón”, de nuestro pensamiento.

2. VEAHABTA ET HASHEM ELOQEJA: “Y amaras al Eterno tu Dios”.
Uno no puede amar a Dios si vive amargado. Si no valora todo lo que tiene. El Rab Faur explica que esta Mitzvá, “amar a Dios”, no se puede cumplir a menos que uno sea feliz. Y ser feliz requiere una transformación existencial. Ser feliz no consiste en tener todo lo que quiero sino en apreciar todo lo que tengo. Hay personas que tienen dinero, familia, salud y son infelices, porque no han desarrollado la inteligencia necesaria para apreciar. Este mandamiento no se cumple de una manera física, pero al igual que el anterior, es absolutamente transformativo. Más que los mandamientos que cumplimos con nuestro cuerpo.

3. VEHAHABTA LEREAJA CAMOJA, “Amarás a tu prójimo como te amas a ti mismo”. Amar en este sentido es aceptar. Este mandamiento me dice que así como yo me amo a mí mismo a pesar de mis múltiples defectos, debo aprender amar al prójimo, a pesar de sus defectos.

LOS DEBERES DEL CUERPO

En la primera parte del libro, la que se refiere a los mandamientos “físicos”, el autor señala que también estos preceptos tienen como objetivo, directo o indirecto, la transformación del corazón. Uno no puede observar los preceptos de la Torá de una forma mecánica y fría. Debe hacerlo con su mente y su corazón abierto. Como explicaron los sabios: “el corazón crece y se nutre de nuestras buenas acciones”.

Mi Tefilá Favorita

Quiero terminar presentando un hermoso texto del libro Jobot HaLebabot, jeshbón hanéfesh, capítulo 3. Es una plegaria corta y muy original.

Normalmente, cuando uno reza, le pide a Dios que Él cumpla sus deseos. Por ejemplo, si uno va a una entrevista de trabajo, orará a Dios para que lo ayude a conseguir ese trabajo, porque cree que será beneficioso para él. Esta oración especial, que solía estar impresa en algunos Sidurim sefardíes como Bet ‘Obed y (creo que) Tefilat haJodesh, nos enseña que la forma correcta de orar es “someter” la decisión final al criterio Divino. Reconociendo que uno necesita la ayuda de Dios no solo para que Él nos conceda lo que le solicitamos, sino también para que Él ignore algunas de esas solicitudes, cuando no son beneficiosas para uno. En esta oración le pedimos a Dios que escuche “selectivamente” nuestros ruegos. Terminamos declarando: Tú me conoces mejor que yo me conozco a mí mismo. Tu decisión, HaShem, es mejor que la mía. Y lo que decidas lo aceptaré humildemente y con gratitud.

“Dios mío, me presento ante ti sin ignorar mi pequeñez y mi conocimiento insuficiente de Tu grandeza y Tu trascendencia. Sé que eres infinito y exaltado, y yo soy una mera criatura de muy poca importancia. Soy demasiado insignificante para alabarte y cantarte o bendecir Tu Nombre, que es santificado por los ángeles más elevados.

Lo único que me da el valor de dirigirme a Ti es que me has ordenado rezar y, por lo tanto, me has permitido alabar Tu exaltado nombre según mi limitado entendimiento. Y es por eso que me dirijo a ti con toda humildad. Y reconozco que cuando rezo y te ruego que escuches mis peticiones, sé que sabes mejor que yo qué es lo mejor para mí y cuáles son los mejores caminos para dirigir mi vida. También sé que cuando expreso mis necesidades, no lo hago pensando que Tú las ignoras, ya que Tú todo lo sabes.

Expreso mis peticiones para tomar conciencia de que dependo totalmente de Tu asistencia, y de mi confianza en ti. Entonces, declaro, que si por ignorancia solicito algo que no es bueno para mí o que no me beneficia, acepto Tu elección en lugar de mi elección.

Y me someto a Tu decisión de escuchar (o ignorar) lo que mi corazón te pide. Porque Tu determinación es sabia, duradera y suprema. Como dijo el Rey David: “Dios, mi corazón no es arrogante, mi mirada no se eleva en altanería, no pretendo entender cosas que son demasiado elevadas y misteriosas para mí”. Por lo tanto, me he entregado a ti, “como un bebé que amamanta y depende completamente de su madre …” (Tehillim 131: 1-2) »

“No se erige un monumento en las tumbas de los hombres justos y sabios. Las palabras y las ideas que nos dejan, son el verdadero tributo a su memoria” (Maimónides)


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