Enlace Judío México e Israel – Tishá b’Av es la fecha en la que el pueblo judío expresa su luto y dolor por diversas tragedias ocurridas en este día, entre las cuales destacan la destrucción de los dos templos (el Primero, en el año 587 AEC bajo el asedio babilónico; el Segundo, en el año 70 EC bajo el asedio romano). Pero Tishá b’Av es más que eso. Detrás de la tragedia, está el mensaje de esperanza.

La tradición es leer las Lamentaciones de Jeremías en esta ocasión. Están claramente hechas para acompañar el luto por el Templo destruido y por la Jerusalén arrasada. Se trata de un bello libro, de altos alcances poéticos, en el que el dolor de un pueblo derrotado y en el exilio se expresa en cada línea. El libro sigue una estructura muy típica en la poética hebrea: 22 versos, cada uno iniciando con una letra el Alef-Bet. Así, los capítulos 1, 2 y 4 tienen 22 versos, y sólo el capítulo 3 tiene 66, ya que esta secuencia se presenta 3 veces.

Pero esta no es la única lectura para estos días. En el Shabat inmediato a Tisha b’Av la lectura complementaria a la Torá es Isaías 40:1-26, un hermoso pasaje enfocado en un tema demasiado relacionado con la destrucción del Primer Templo y el exilio.

Para poder apreciar adecuadamente el sentido de esta lectura, hay que comenzar tomando en cuenta lo que dijo el Rebbe Najmán de Breslev: “Si crees que algo puede romperse, también debes creer que se puede componer”.

Isaías 40 es el inicio de un amplio discurso que abarca hasta el capítulo 55, y que está claramente enfocado en el fin del exilio en Babilonia. La perspectiva tradicional asume que son palabras escritas por el profeta Isaías dos siglos antes, y si se enfocan en los momentos previos a la caída de Babilonia ante los persas, es por su talante eminentemente profético. En contraste, la Crítica Textual Bíblica señala que esta porción (Isaías 40-55) se escribió a finales del exilio, y luego fue anexada al texto del profeta Isaías (una práctica relativamente común en el antiguo Israel, tal y como nos lo demuestran los capítulos 30 y 31 del libro de Proverbios).

En cualquiera de los casos, lo cierto es que esta sección de Isaías está directamente vinculada al exilio en Babilonia y, por lo tanto, a las consecuencias que tuvo la caída de Jerusalén y la destrucción del Templo. Tan es así, que por eso los sabios judíos designaron Isaías 40 como la lectura complementaria (Haftará) para el Shabat inmediato a Tishá b’Av.

Y es que su mensaje no podía ser más adecuado: “Consolaos, consolaos pueblo mío, ha dicho el Señor vuestro D-os; hablad al corazón de Jerusalén, decidle que su tiempo ya se cumplió, y que su pecado ha sido perdonado; que doble recibió de la mano del Señor por todos sus pecados”.

El texto hebreo comienza con las palabras Najmú, najmú, amí yomar, y por ello en otras épocas era frecuente que a este Shabat se le llamara Shabat Najmú.

Esta dualidad nos enseña que todo en la vida tiene dos caras (tal y como lo expresa la frase del Rebbe Najmán de Breslev: lo roto se puede arreglar). Y para el pueblo judío siempre ha sido fundamental la idea de que aún la peor desgracia (¿qué desgracia más grande pudo haber para el pueblo judío que la destrucción de Jerusalén y su Templo?) contiene la semilla de la esperanza.

El profeta Jeremías —según la tradición, el autor de las Lamentaciones que se leen en Tishá b’Av— es sin duda el mejor ejemplo.

Él fue quien tuvo la “mala suerte” de llevar el mensaje de que Jerusalén estaba a punto de ser destruida. Se metió en cualquier cantidad de problemas por ello. Incluso, terminó encarcelado según se nos cuenta en su libro (Jeremías 32:2). Pero el mensaje de Jeremías no fue solamente el ominoso, el de destrucción, el de desgracias. Fue además el profeta que anunció que junto con la catástrofe se había decretado la restauración (Jeremías 31:27-40).

Por eso, el Tanaj (Biblia Hebrea) concluye con estas palabras: “Mas al primer año de Ciro, rey de los persas, para que se cumpliese la palabra del Señor por boca de Jeremías, el Señor despertó el espíritu de Ciro, rey de los persas, el cual hizo pregonar de palabra y también por escrito, por todo su reino, diciendo: Así dice Ciro, rey de los persas: el Señor D-os de los cielos me ha dado todos los reinos de la tierra; y él me ha mandado que le edifique casa en Jerusalén, que está en Judá. Quien haya entre vosotros de todo su pueblo, sea el Señor su D-os con él, y suba”.

El texto es de II Crónicas 36:22-23. Recuérdese que en el orden de los libros de la Biblia según la tradición judía, II Crónicas es el último. Con este párrafo se cierra el texto bíblico en su versión original judía.

El sentido es evidente: la destrucción de Jerusalén y el Templo pudieron ser el fin de la historia del pueblo de Israel, pero en vez de ello se convirtieron en el punto de inflexión para un nuevo comienzo, porque las cosas rotas pueden ser reparadas.

No fue sencillo. Había que reparar la relación espiritual del pueblo judío con D-os; había que reparar el sentido de unidad nacional; había que reparar el país entero —es decir, el territorio desolado—; había que reparar a la sociedad judía; y había que reparar a Jerusalén y el Templo, reconstruirlos. Pero, en contra de todas las posibilidades, se hizo.

La conmemoración de Tishá b’Av se volvió particularmente importante en las épocas más oscuras del exilio. Los historiadores señalan que esto fue más intenso entre los siglos XVII y XX, cuando el creciente antisemitismo europeo se desarrolló hasta alcanzar su máximo durante la Shoá (Holocausto). Pero lo sorprendente fue la enorme capacidad de resilencia por parte del pueblo judío. La forma en la que siempre obtuvo fuerzas aun en medio de sus peores desgracias.

Y esto se debió a que Tishá b’Av no se trata solamente de lamentarnos por una pérdida o una derrota ocurrida hace cientos o miles de años. Si eso fuera todo, habríamos sido sólo un pueblo adicto a victimizarse, y no habríamos sobrevivido ni siquiera al exilio babilónico. Seríamos una pieza de museo como —por cierto— los babilonios, los asirios, los mitanios, los idumeos, o cualquier otro pueblo de esa época.

Pero seguimos aquí, porque entendimos desde entonces que las desgracias —incluso las peores— tienen una contraparte, y esta es la esperanza. Lograr nuestros más anhelados sueños de restauración sólo es posible si estamos dispuestos a creer y trabajar por ellos.

 


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