Enlace Judío México e Israel – Hace algún tiempo, una veintena de famosas personalidades israelíes elevaron una curiosa petición a la Corte Suprema de Justicia: que se autorizara a cambiar en sus documentos de identidad su filiación de “judío” por la de “israelí”.

Los jueces rechazaron el pedido y en forma unánime dictaminaron que no se puede hablar de “nación” israelí y que es imposible inventar nacionalidades. El lógico fallo generó no poco rechazo. “Pobres de nosotros si hasta la Corte Suprema de Justicia, símbolo de progreso e ilustración, se esta sometiendo a la ortodoxia”.

Un profesor de Derecho de la Universidad de Tel Aviv escribió en el periódico Haaretz que “la identificación entre Estado y nacionalidad judía continuará complicando la existencia de una democracia plena en Israel” (sic).

Un prestigioso columnista escribió en otro medio un artículo titulado “una obsesión llamada Estado judío” en donde entre otras cosas sostiene que al Estado de Israel “ya no le importa si es una sociedad justa o democrática. Lo importante es que sea judía”, se quejó.

En este tema, como en no otros pocos religiosos y políticos, existe cierta inocencia entre la izquierda extrema y extrema derecha.

De un lado se encuentran israelíes antisionistas, que en general actúan en las universidades de fuera del país y explican al mundo que el concepto “Estado judío” se opone a los principios de la democracia y plantea una discriminación implícita para con los habitantes no judíos de Israel (22%).

Del otro lado están los que sostienen que Israel debe ser un Estado basado solo en la ley judía (Halajá) y, por ende, debiera ser democrático.

Los primeros renuncian al carácter judío del Estado de Israel para privilegiar la democracia y los otros renuncian a la democracia para preservar el carácter judío amenazado por la secularización extrema y el asimilacionismo.

En el medio, algo confundidos, no pocos israelíes (en especial jóvenes) que observan la rivalidad ideológica que polariza al Estado hebreo, perciben que hay una contradicción entre ambas características, dos valores tan importantes que se presentan como contradictorios e inconciliables.

Tuve la oportunidad de hablar con un grupo de estos jóvenes. Les pregunté por qué un Estado como Bélgica o Alemania pueden ser democráticos y un Estado judío puede no serlo. Ellos me miraron con asombro: “la germanidad o la anglicidad no son una religión pero el judaísmo sí es una religión. No hay Estados cristianos o musulmanes plenos; pero hay Estado judío. ¿No entiendes que estamos en un dilema?”

Puede resultar simplista lo que diga, pero pienso que esta percepción constante que tantos israelíes portan sobre sus espaldas surge en especial de una cuestión terminológica.

La palabra cristianismo refleja una religión; la palabra islamismo, otra; pero la palabra judaísmo contiene en sí dos términos: nacionalidad y también religión, más allá del grado de observancia de la persona…

Somos un solo pueblo. Así nos consideramos y nos consideran desde siempre.

El concepto “Israel” en la Biblia hebrea describe a un grupo nacional. Aún cuando la Biblia hebrea se refiere a la creencia y a los preceptos, fenómenos denominados en el mundo moderno como “religión”, la intención del texto bíblico es clara: es la creencia, los preceptos, la tierra de Israel los que dan el carácter judío al pueblo y unen a este pueblo fragmentado.

La concepción nacional judía continuó luego de la destrucción de los dos Templos. Incluso cuando los rabinos del  Talmud discuten sobre la conversión al judaísmo no se refieren solo a la creencia en un Di-s sino que puntualizaron la dimensión nacional y blanden la pregunta acerca de quién es apto para apegarse a esta nación (es decir, que dan por implícito que no hay distinción entre religión y nacionalidad).

En el bíblico libro de Ruth, la moabita que se convirtió al judaísmo, encontramos la frase contundente: “tu pueblo es mi pueblo; tu Dios es mi Dios; donde vayas, iré, donde descanses, descansaré”.

Es una frase que es un lema para los aspirantes a convertirse y puntualiza tanto la nacionalidad como la religiosidad. Yo me uno a tu pueblo y en la práctica eso significa que acepto a tu Di-s.

Es por ello que las distintas líneas dentro del judaísmo pueden discutir sobre la legitimidad o no de las conversiones pero no existe una conversión laica que no implique un acto religioso.

La dimensión nacional también fue central en la identidad diaspórica. Dejamos de vivir en una misma tierra y, sin embargo, no dejamos de vincularnos entre nosotros como una nación a través de la religión. Así nos consideramos y así nos vieron otros pueblos.

El problema no es cómo nos ven los gentiles, sino cómo nos consideramos los judíos respecto a nuestra identidad. Hay quienes nos han amado y otros odiado pero todos no dejaron de considerarnos parte de un mismo pueblo, pero diferente a otros. No solo por nuestra fe y costumbres, sino también por la nacionalidad basada en una historia en común.

Hamán el persa, el primer antisemita (o judeofobo) de la historia, nos sorprende en el bíblico libro de Esther con una frase vigente al día de hoy: “…hay un pueblo disperso y disgregado entre los pueblos de todo tu reino y su religión es distinta a las demás”.

Hamán dice que somos un pueblo pero no como otro que permaneció soberano en su país, sino disperso, pero que ha cuidado su identidad.

La pregunta que preocupa a muchos israelíes no es la legitimidad de Israel como Estado del pueblo judío, sino si el Estado judío como tal puede o no ser más o menos democrático.

Cambiemos por un instante el concepto Estado judío por estado italiano. ¿Por qué elegí justo Italia? Porque en el norte de Italia viven ciudadanos italianos de origen austríaco y que muchos se consideran así mismo austríacos. ¿Eso transforma a Italia en no democrática? Claro que no. Italia es el estado de los italianos y mientras respete a su minoría austríaca será un Estado democrático.

Para el Estado de Israel le es más difícil ser tan democrático como otros Estados occidentales.

Nuestras minorías son casi todas de la nación árabe, minorías que en muchos casos cuestionan la existencia de Israel como Estado judío al igual que los palestinos lo hacen por el problema político no resuelto con los israelíes, y los judíos israelíes muchos lo hacen por su visión comunista universalista clasista.

Los ciudadanos árabes nos ponen ante un desafío nada fácil en especial con dirigentes que apoyan a los palestinos y que no pierden la oportunidad de denostar a Israel.

Aún así, a pesar de los desafíos constantes de los árabes israelíes en el parlamento, Israel otorga a estos ciudadanos los mismos derechos. Aún más de los que han tenido en ciertos países árabes.

Tenemos esta obligación con ellos y con nosotros. Solo así seremos un Estado democrático. Sin abandonar los dos componentes básicos de nuestra identidad, reflejamos lo que expresa una parte del acta de la declaración de la Independencia de Israel: “Es el derecho nacional del pueblo judío ser como todo pueblo soberano en su tierra. El Estado otorgará igualdad de derechos sociales, políticos a todos sus habitantes sin diferencias de religión, raza o sexo y estará basado en los principios de libertad, justicia, paz a la luz de las enseñanzas de los profetas de Israel”.

*El autor es director de Comunidades Plus y corresponsal en Argentina de Enlace Judío


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