Enlace Judío – De las diez vacunas que tenemos ya aplicándose en el mundo a casi 500 millones de personas al día de hoy, la desarrollada por Oxford con AstraZeneca ha tenido el camino más sinuoso. Una situación paradójica ya que por su forma de almacenamiento, mínimo costo, capacidad de producción, disponibilidad de dosis y logística es la que potencialmente tendrá mayor participación en poner un alto a la pandemia.

Pero para quienes seguimos de cerca su evolución, esta travesía parece más una ruta de montaña rusa que un tranquilo paseo por la pradera. Sin embargo debe quedar clarísimo que el motivo de tanto ajetreo es evidencia del constante monitoreo, del compromiso por el rigor científico y la incansable búsqueda de la exactitud, de datos veraces. Y eso siempre debe darnos confianza. 

Finalmente y bajo la óptica de “beneficio-riesgo” con que se evalúan y toman decisiones, esta vacuna sí es segura y muestra ser eficaz para prevenir casos graves y muertes por COVID-19.

Así que en esta danza de porcentajes y altibajos de resultados importantes de conocer, vale la pena establecer que son más una obligación de interés y oficio científico, que es fundamental, pero que para el ciudadano que acudirá por su vacuna, y descubrirá su brazo para recibirla, el mensaje debe subrayarse en que ésta, como las demás vacunas autorizadas, sí limitan las hospitalizaciones y eliminan las muertes por COVID-19. Es decir, cumple con su razón de ser.

El científico y médico Eric Topol dice que “el mundo, la especie humana, depende de esta vacuna. Es una vacuna para 2,500 millones de personas”. Sin embargo, desde que se reportó en The Lancet la primera fase 3 de esta vacuna que utiliza adenovirus de chimpancé como vector, una equivocación en la dosis nubló los resultados mostrando un hallazgo no esperado y poniendo en duda la eficacia de la vacuna con un intervalo amplio (60%-70%).

Luego surgió la duda sobre el intervalo de aplicación, encontrando en Gran Bretaña que si se esperan 12 semanas en vez de 3, se consigue una mayor protección (76%). Más adelante mostró en un pequeño estudio en Sudáfrica ser poco eficaz (21%) ante la variante B.1.351 sumamente dispersa en la población por lo que se suspendió su aplicación.

También llamó la atención que el estudio inicial fase 3 incluyó pocos adultos mayores de 65 años (solo un 6%) por lo que países como Alemania asumieron erróneamente que tendría poca eficacia en ese grupo etario, que además es el de mayor riesgo ante COVID-19. Por su parte, Gran Bretaña anunció la buena noticia de que AstraZeneca disminuía transmisión en 67% y mostraba eficacia en disminución de casos con pocos efectos adversos.

Pero hace unos días decenas de países pausaron temporalmente su administración al encontrar que con millones de vacunados comenzaban a ver casos de trombocitopenia que había que analizar, un evento habitual en el proceso de farmacovigilancia que nunca termina y que resultó en la reanudación de la vacunación al no confirmarse un vínculo entre los casos puntuales y la vacuna.

Finalmente hace unos días salió a la luz el estudio fase 3 conducido por EE. UU. anunciando un 79% de eficacia para la vacuna. Sin embargo fue corregido horas después por un “error” quedando ahora en 76%. Posiblemente los encabezados sobre esta vacuna seguirán, pero no debemos distraernos por ello y perder de vista el objetivo. 

Pero mirando por encima toda esta madeja tan enredada de eventos tenemos una vacuna autorizada en más de 100 países con más de 20 millones de dosis aplicadas en Europa, 2.5 millones en camino a México desde EE. UU., ampliamente distribuida por el mecanismo COVAX, con más de 870,000 mexicanos ya vacunados con ella y 12 millones de dosis siendo envasadas en suelo mexicano. 

No esta de más aclarar que la seguridad es una de las características esenciales de una vacuna, ya que estas se aplican a personas sanas, así que obviamente es fundamental constatar que no provoca situaciones peores que las que trata de prevenir, y hasta hoy, siendo una de las vacunas más aplicadas en el mundo, no se han reportado efectos adversos importantes vinculados a ella. Y por el contrario, los efectos adversos asociados son mínimos comparados con los estragos de no protegerse con ella y terminar con las secuelas de COVID-19 y el riesgo de una enfermedad que puede ser letal. 

Obviamente es importante seguir de cerca, con lupa, incluso con microscopio, a esta vacuna, pero sin perder de foco el objetivo, logrando de vez en cuando ver con binoculares, a veces también con telescopio, el efecto tan benéfico que tiene en la población: terminar con la pandemia de COVID-19.

No es fácil cambiar el enfoque pero debemos tener la habilidad de analizar ambas perspectivas. Identificar las fallas, mejorar los detalles, evaluar los casos, pero siempre usar la gran balanza de “beneficio-riesgo” como guía para ayudar a las personas a tener una vida más segura, minimizar su riesgo de enfermar gravemente de COVID-19 y dar confianza a la sociedad. A veces estamos tan distraídos en los detalles que se nos olvida asombrarnos por el contexto; y a todo, siempre, ponerle un granito de sal.

La vacuna de Oxford-AstraZeneca previene el 100% de casos graves y muertes por COVID-19; ese es realmente el porcentaje que debemos de memorizar.

 


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