Enlace Judío – Después de las elecciones llevadas a cabo en Israel el pasado 23 de marzo, se espera que el partido Sionismo Religioso (Hatzionut Hadatit) obtenga 6 asientos en la Knéset, el parlamento israelí. Tras 33 años, el sueño del radical rabino Meir Kahana se hizo realidad: su corriente ideológica tendrá representación gubernamental.

Hace aproximadamente cuatro décadas, ministros israelíes de todo el plano ideológico repudiaban a Kahana y lo que representaba. Boicoteaban sus discursos y expresaban que el kahanismo era un fenómeno efímero y peligroso que eventualmente desaparecería. Hoy, el primer ministro Benjamín Netanyahu los cobija y les propone una alianza electoral.

Los kahanistas son un grupo supremacista judío que considera que Israel debe ser un Estado teocrático en el que los árabes-israelíes no tengan cabida. Por su discurso de odio y sus actos violentos, son considerados un grupo terrorista en EE. UU. e Israel, además de otros países occidentales.

Itamar Ben-Gvir es la encarnación de la más reciente versión del kahanismo. Si bien el partido original de Meir Kahana, el Kaj, tiene prohibido participar en la Knéset, Otzma Yehudit, su heredero, lo puede hacer sin problemas. Ben-Gvir, un discípulo de Kahane y el líder de dicho partido, ha avocado por la expulsión de los árabes del Estado de Israel y abiertamente admira a Baruj Goldstein, un terrorista judío que mató a 29 palestinos musulmanes en 1994.

En su juventud, Ben-Gvir fue arrestado en más de 50 ocasiones por la policía israelí, la mayoría de las veces por causar disturbios a la propiedad privada con mensajes racistas. “Árabes fuera”, “ellos o nosotros”, “sólo hay una solución: expulsar al enemigo árabe”, son algunas de las consignas que pegó en la calle. Asimismo, le fue prohibido participar en el ejército por sus radicales puntos de vista.

Al crecer, Ben-Gvir se convirtió en un abogado criminal. En los tribunales regularmente ha defendido a terroristas judíos de extrema derecha. Paralelamente, aumentó su perfil en la agenda pública. Junto con otros activistas anti-árabes, Ben-Gvir hizo campaña contra los solicitantes de asilo en Tel Aviv y contra las marchas LGBTIQ+ en Jerusalén.

Su habilidad política y su carisma le valieron entrevistas y tiempo de exposición en los medios de comunicación. Popularizándose, jugó un gran rol en normalizar el kahanismo a los ojos de la sociedad israelí. Lo que algún día se veía como ajeno, el odio abierto y el repudio a los valores democráticos, ha resonado en oídos de muchos ciudadanos.

Hace dos años, en vísperas de su primera campaña electoral, Ben-Gvir se paró con una pancarta que rezaba “todos sabemos que Kahana estaba en lo correcto” y proclamó que “hoy, los corazones están listos para reparar la injusticia histórica de no permitir a Kaj contender por un asiento en la Knéset”.

Finalmente, después de cuatro elecciones, Ben-Gvir y el Otzmá Yehudit lograron entrar al parlamento. Mediante una alianza con los partidos de extrema derecha Noam y Haijud Haleumí, conseguirían 6 escaños. El resultado es producto de la normalización de posiciones racistas y extremas que se han intensificado en los últimos diez años. El hecho de que Benjamín Netanyahu haya recurrido a una alianza con ellos para conservar el poder habla volúmenes.

El discurso de odio no debe de tener cabida en ningún lado. De todos modos, en los últimos años se ha esparcido y ha logrado captar atención en una amplia cantidad de países: Marine LePen en Francia, Donald Trump en EE. UU. y el partido Vox en España son solo algunos ejemplos del alcance de esta retórica. El crecimiento del sector nacionalista en Israel es un caso más sobre los nocivos efectos del virus del odio. 

 


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