Enlace Judío – Jane Jacobs, una de las teóricas del urbanismo más importantes de la historia, célebremente escribió que “las ciudades tienen la capacidad de proveer algo para cada uno de sus habitantes, solo porque, y solo cuando, son creadas para todos”.

Si hay residentes que sufren, generalmente se puede entender desde una perspectiva sistémica: las políticas públicas, las autoridades y la cultura pueden jugar un rol en relegar a algunos habitantes.

Silwan, un vecindario en Jerusalén Este, ha sido un foco de atención en los últimos meses. Las protestas de sus residentes han iluminado algunas de las realidades que se viven en el barrio.

Por la naturaleza de su localización, cerca de la Ciudad Vieja de Jerusalén, Silwan es un lugar altamente disputado. Cerca de 60,000 palestinos y algunos cientos de colonos judíos llaman su casa a Silwan. No obstante, algunos quieren cambiar la demografía del barrio.

Desde 2001, Ateret Cohanim, una organización de colonos, busca establecer un vecindario judío en el corazón de Silwan. Con ayuda de las autoridades, han logrado desalojar a más de 18 familias palestinas. En 2020 se aceleró el proceso, pues un magistrado ordenó el desalojo de 23  familias.

Adicionalmente, se estima que 200 familias palestinas pueden ser expulsadas pronto. Cabe mencionar que los desalojos forzados son ilegales ante el derecho internacional como lo dicta el artículo 49 de la Cuarta Convención de Ginebra.

A principios de este año, cientos de manifestantes tanto palestinos como judíos marcharon desde Silwan hasta la residencia del primer ministro Benjamín Netanyahu para reclamar su derecho a la vivienda.

El descontento fue lo suficientemente duro para que los principales medios de comunicación israelíes provieran cobertura de los desalojos. Además, la ONU condenó los desalojos, al igual que ONG israelíes como Paz Ahora y B’Tselem.

El revuelo sobre el asunto de Silwan es síntoma de un problema más grande, la habitual demolición de casas en los territorios ocupados. Igualmente, la indignación por parte de muchos israelíes es un rayo de esperanza ante la aplicación de políticas violentas.

En Contra el fanatismo, Amos Oz propone que la mayoría de la gente no piensa sobre las ramificaciones personales de actos radicales. Cuando una persona es confrontada con dichas ramificaciones, es posible que cambie su postura. Para transmitir su punto, relata la siguiente anécdota

Un querido amigo y colega mío, el novelista israelí Sammy Michael, tuvo una vez la experiencia, que de vez en cuando tenemos todos, de ir en un taxi durante largo rato por la ciudad con un conductor que le iba dando la típica conferencia sobre lo importante que es para nosotros, los judíos, matar a todos los árabes. Sammy Michael lo escuchaba y, en lugar de gritarle: “¡Qué hombre tan terrible es usted! ¿Es usted nazi o fascista?”, decidió tomárselo de otra forma y le preguntó: “¿Y quién cree usted que debería matar a todos los árabes?” El taxista dijo: “¿Qué quiere decir? ¡Nosotros! ¡Los judíos israelíes! ¡Debemos hacerlo! No hay otra elección. ¡Y si no, mire lo que nos están haciendo todos los días!” “Pero ¿quién piensa usted exactamente que debería llevar a cabo el trabajo? ¿La policía? ¿O tal vez el ejército? ¿El cuerpo de bomberos o equipos médicos? ¿Quién debería hacer el trabajo?” El taxista se rascó la cabeza y dijo: “Pienso que deberíamos dividirlo entre cada uno de nosotros, cada uno de nosotros debería matar a algunos”. Y Sammy Michael, todavía con el mismo juego, dijo: “De acuerdo. Suponga que a usted le toca cierto barrio residencial de su ciudad natal en Haifa y llama usted a cada puerta o toca el timbre y dice: ‘Disculpe, señor, o disculpe, señora. ¿No será usted árabe por casualidad?’ Y si la respuesta es afirmativa le dispara. Luego termina con su barrio y se dispone a irse a casa, pero al hacerlo, oye en alguna parte del cuarto piso del bloque llorar a un recién nacido. ¿Volvería para dispararle al recién nacido? ¿Sí o no?” Se produjo un momento de silencio y el taxista le dijo: “Sabe, es usted un hombre muy cruel”.

El caso de los desalojos en el vecindario de Silwan, así como en el resto de los territorios ocupados es resultado de políticas crueles e injustas. Cuando uno se pone a pensar que personas inocentes pierden su casa por un conflicto demográfico, es decir, porque les tocó nacer árabes, es posible que reflexione su sentimiento sobre los desalojos forzados. Además de proveer refugio, una vivienda es requisito para la seguridad en todos los sentidos: sanitario, económico y alimentario.

El caso de Silwan representó un despertar para algunos israelíes que no conocían a fondo la situación de los desalojos. Activistas palestinos como Jawad Siyam y Zoheir Rajbi han abierto canales de empatía con los israelíes. A través del entendimiento mutuo, han protestado juntos para derogar una ley injusta. Aunque todavía no consiguen el objetivo, el haber puesto el tema en la agenda pública ya es un paso en la dirección correcta.

Jerusalén es la ciudad santa para tres religiones. Como tal, debe de ser sinónimo de tolerancia, entendimiento y trabajo mutuo. Eso sólo se logrará cuando esté planeada por y para todos sus habitantes. Por ello, luchar por Silwan tiene que ser prioritario para todos los jerosolimitanos.


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