Enlace Judío – Es difícil adivinar qué tienen en la cabeza los dirigentes de Hamás en este momento. Está claro que han perdido la guerra y está claro también que los daños a su infraestructura no tienen precedentes. Del mismo modo, no cabe duda de que mientras más extiendan el conflicto, más van a perder, cuantitativamente hablando. Pero siguen aferrados a sus ataques y eso nos obliga a dudar de que realmente entiendan cómo está la situación.

Ya hubo otros 3 conflictos entre Hamás e Israel en 2009, 2012 y 2014. En todos ellos, Hamás no tuvo empacho en enfrascarse en sendos conflictos que no podía ganar, básicamente por 2 razones: la primera es que sabía que Israel no iba a golpear tan fuerte como para destruirlos; la segunda, que Irán se encargaría de volver a surtir sus arsenales y sus cuentas bancarias.

Las razones por las que Israel nunca ha querido aplastar a Hamás y borrarlo del mapa son evidentes: crear un vacío de poder en la Franja de Gaza sólo empeoraría el panorama, porque sería inevitable que el poder fuese ocupado por alguno de los tantos grupos gazatíes que son más radicales que Hamás, como la Yihad Islámica.

Por eso Hamás siempre ha confiado en que Israel no va a dar el golpe final y devastador. Si esa es una razón por la que sigue adelante con una guerra que está perdiendo aparatosamente, no se equivoca. Las cosas han cambiado mucho en Medio Oriente en los últimos 6 años, pero no tanto como para que se haya alterado la ecuación que mantiene con vida a Hamás.

Pero el otro punto es más incierto, porque Irán ya no está en las mismas condiciones para rearmar a los terroristas palestinos. Es por este aspecto que Hamás parece estar haciendo una apuesta que le va a resultar demasiado costosa.

Haniyeh y su gente ya debieran haberse dado cuenta de ello. Y es que sólo hay que ver cuánto tiempo le tomó a Hamas estar listo para el siguiente combate. Entre la primera guerra con Israel (2009) y la segunda (2012), hubo 3 años de diferencia; entre la segunda y la tercera (2014), otros 2. Pero entre esta última y la actual, tuvieron que transcurrir 7 años para que Hamás se sintiera lista para volverse a enfrentar a las Fuerzas de Defensa de Israel.

¿Por qué tanto tiempo?

Porque es evidente que la reacción iraní fue más lenta. Para 2014, los ayatolas ya llevaban 2 años enfrascados en la guerra civil en Siria, obsesionados por mantener a Bashar al Assad en el poder (otro tonto útil que es una catástrofe para su pueblo, pero que todos —Rusia, Irán, Hezbolá e incluso Israel— prefirieron conservar en su puesto), con tal de que el vacío de poder no fuese llenado por ISIS, que en ese momento se encontraba en su máximo poderío.

Irán ha perdido cualquier cantidad de dinero, armas, instalaciones y hombres en esa guerra interminable. Conservar el control sobre Siria siempre fue una prioridad para el proyecto imperialista iraní, porque es el puente terrestre que le ha permitido financiar y armar a Hezbolá. Si este grupo terrorista libanés quedase aislado, sería presa cada vez más fácil para Israel.

Pero los resultados en Siria, desde un principio, fueron completamente adversos para Bashar al Assad, que realmente estuvo a punto de perder el poder. Por ello, incluso Hezbolá tuvo que involucrarse en el conflicto, lo cual lo debilitó en sus recursos militares y humanos, pero además lo desprestigió terriblemente delante de todo el mundo sunita.

Eso provocó que el proceso de preparar otra vez a Hamás para una guerra con Israel fuese más largo. Pero, eventualmente, llegó el punto en el que el grupo terrorista de Gaza se sintió listo y lo de menos fue esperar cualquier pretexto, que en esta ocasión fueron los acontecimientos recientes en Jerusalén.

A Hamas le urgía intentar una guerra por otra razón: los tratados de paz firmados entre Israel y varios países árabes han puesto a los palestinos contra la pared. Y Hamás le apostó a una vieja estrategia que, en realidad, hace mucho que dejó de estar vigente: provocar un conflicto con Israel para unificar los sentimientos árabes a nivel mundial y poner a todos en contra del Estado judío.

El fiasco para Hamás fue evidente.

Países como EE. UU. y Alemania, además de la Organización de Estados Americanos, no dudaron en condenar enérgica y explícitamente el terrorismo del grupo palestino. Los países árabes no hicieron ningún movimiento particularmente relevante para apoyarlos. Y en Europa —otrora territorio propalestino incondicional— Francia prohibió y desarticuló una marcha de apoyo a los palestinos, y Austria izó banderas de Israel en sus edificios gubernamentales como expresión de apoyo.

El único que sacó ventajas reales de todo ello fue el gobierno israelí y con esa inaudita tranquilidad diplomática, Netanyahu y Gantz se lanzaron al proyecto de destrucción masiva de infraestructura terrorista más importante en toda la historia. Nunca en los 3 conflictos previos entre Hamás e Israel se vieron bombardeos tan agresivos por parte de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), siempre dirigidos a destruir todo lo que Hamás había edificado, no a dañar a la población palestina (en ese aspecto, Israel aplicó sus medidas preventivas de siempre, y sorprende que pese a la fuerza de sus ataques, las víctimas mortales apenas pasen de 200; además, muchos de ellos han muerto por culpa de los cerca de 600 misiles de Hamás que han caído en el propio territorio de Gaza).

Los altos dirigentes de Hamás ya deberían preguntarse qué caso tiene seguir adelante con el enfrentamiento. Sus pérdidas son cuantiosas y es evidente que ya no tienen la misma capacidad de disparar cohetes contra Israel. Las tantas interminables de misiles contra Tel Aviv ya se acabaron, y cada vez son más esporádicas las ráfagas que lanzan, y eso ya casi exclusivamente a las poblaciones aledañas a Gaza.

Hamás ha perdido la guerra. Eso está fuera de toda duda. Ya no importa si se tarda dos días o dos semanas en aceptar el alto al fuego y reinstaurar una tregua. Va a ser en condiciones humillantes para ellos, debido a todo lo que se perdió.

Seguramente les va a doler hacer el recuento de todo lo que esta guerra les quitó. Desde la vida de varios altos mandos de la organización, hasta más de 100 kilómetros de túneles excavados bajo Gaza —el famoso “metro”—, que representaban una inversión de cientos o acaso miles de millones de dólares. No se diga el armamento, porque además de todo el que fue disparado contra Israel inútilmente, hay que contar todo el que fue destruido por los bombardeos de las FDI sin que pudiera ser utilizado.

Además, es muy probable que nunca se sepa cuántos combatientes palestinos murieron. Si es cierto el rumor de que Israel aprovechó una confusión que generó la noticia de que se estaba llevando a cabo una invasión terrestre y eso llevó a los combatientes de Hamás a tomar sus posiciones en los túneles para tender una emboscada masiva contra los soldados israelíes, es probable que los bombardeos sobre esos túneles hayan dejado cientos o miles de terroristas muertos entre los escombros, o atrapados esperando una lenta muerte por asfixia.

¿Qué sentido tiene seguir lanzando misiles hacia Israel? En estricto, ninguno. Los países árabes no se pusieron del lado de Hamás. Al contrario: los únicos que refrendaron su apoyo incondicional fueron los iraníes, justo lo que menos necesitaba Hamás, ya que esto sin duda fue visto como una traición a la causa árabe en Riad y otras capitales del mundo sunita.

Pero acaso la pregunta más importante de todas es: ¿De verdad los líderes de Hamás no se dan cuenta que Irán cada vez tiene menos posibilidades de volver a armarlos?

El que en otros tiempos fue un gigante militar, se encuentra herido de muerte. La crisis económica lo agobia y el descontento social cada vez es mayor. Los ayatolas, día con día, van perdiendo el apoyo de su propia gente. Su incapacidad para reaccionar ya se ha visto en muchas ocasiones. En Siria, Israel les ha destruido cualquier cantidad de instalaciones o de armamento y se ha dado el lujo de eliminar a altos mandos del ejército iraní, o de Hezbolá. Ni qué decir de los continuos sabotajes al programa nuclear de los ayatolas.

Sin olvidar, por supuesto, la humillante manera en que Qasem Soleimani, máximo jerarca militar iraní, fue eliminado por EE. UU.

¿Y cómo ha respondido el gobierno de Teherán a todo esto? Ladrando, literalmente. No ha pasado de amenazas tan ridículas como inútiles, estilo “no se atrevan a cometer una imprudencia, o Tel Aviv será destruida”.

Sería interesante ver qué entienden ellos por imprudencia, porque eliminar a Soleimani parece que no alcanzó a ser considerado en semejante nivel.

Toda la comunidad internacional sabe que Irán no tiene ya los recursos para volver a armar a Hamás. Pero también saben que sin duda lo van a intentar.

Por eso es que no parecen urgidos por exigirle a Netanyahu que detenga su ataque. Tal parece que todo mundo entiende que lo único que urge es desgastar a los ayatolas y dejar que se desmoronen solos.

Y el ataque israelí a Gaza puede ser un empujón fuerte en esa dirección.

Si después de todo esto los ayatolas se lanzan a la insensatez de rearmar a Hamás van a gastar muchísimo dinero que habría sido más provechoso invertirlo en su propio país, con su propia gente.

Eso va a incrementar el resentimiento de una sociedad que cada vez le tiene menos aprecio a los palestinos, a los que ven como una causa perdida en la que sus gobernantes se están gastando inútilmente el dinero que deberían dedicar a crear empleos o mejorar la calidad de vida de los iraníes.

Hamás, por su parte, muy difícilmente volverá a tener el poderío militar que todavía tenía hace un par de semanas.

Pero aún Irán y Hezbolá pudieron confirmar que los sistemas antimisiles de Israel están a punto y funcionan muy bien.

Y en eso Israel sale ganando por partida doble: no sólo protegió con alto nivel de eficiencia a su población, sino que seguro ya tiene muchos y muy buenos clientes que van a querer adquirir esa tecnología.

Por eso es que los países árabes ya no tienen ningún interés en aplacar a Israel. Saben que Hamás estorba a todos.

El Medio Oriente cambió y parece que los ayatolas y Hamás no se han dado cuenta.

Será que se quedaron atorados en los paradigmas del pasado.

No sé, digamos que en la Edad Media.

 


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