Enlace Judío – El duelo y la nostalgia por la muerte de Amos Oz en diciembre 2018 no sorprenden a quienes conocieron con alguna anchura tanto sus criaturas literarias como las reiteradas intervenciones y manifiestos públicos en torno al siempre inquieto escenario político e intelectual israelí, que hoy exhibe dramáticas expresiones.  

Cabe recordar sus apretadas páginas en Contra el fanatismo, un texto que resume sus inquietudes por el devenir de Israel y que consagró a sus 4 nietos con el propósito de aproximarlos a dilemas que había conocido y experimentado desde su infancia jerosolimitana. 

En el título de esta nota aludo a noches por varias razones. En los años 70 del siglo que se fue las instalaciones de la jerosolimitana Universidad Hebrea en Guivat Ram estaban en construcción. Y para tomar parte en los cursos, yo debía encaminarme a las angostas salas de la celebrada Terra Sancta. 

En aquellos espacios y tiempos, Tzabras y Olim cohabitábamos en múltiples cursos con catedráticos que nos obligaban a ponernos de píe cuando resolvían ingresar al salón de clase. Conducta que hoy se antoja inimaginable. 

Recuerdo que durante alguna conferencia consagrada a la historia decimonónica rusa o a la gramática del hebreo un estudiante llamado Amos se atrevió a cuestionar la sabiduría y las afirmaciones de un inflado profesor. Supe entonces que era a la sazón un estudiante que entonces se apoyaba en modestos recursos suministrados por su Kibutz. 

En Mi querido Mijael el escritor recordará pocos años después su aventura académica. Las palabras iniciales que pone en boca de una mujer traducen tal vez lo que sentía entonces y lo que dirá más tarde: “Escribo porque en mi infancia atesoraba la fuerza para amar y ahora esta se inclina a morir. Y no quiero morir…” 

Durante no pocos años leí a Amos Oz solo en las noches. Debía entonces vigilar el buen sueño de mis hijos sin dejar de atender tareas indispensables que permitían nuestra sobrevivencia en un ambiente siempre inquieto. 

Más tarde me asomé a las páginas de su Una historia de amor y oscuridad. Prolija revista de su tránsito vital y de un agitado entorno modelado en particular por la melancólica visión de su madre que una y otra vez cortejaba el suicidio.

Y continué después con los 11 capítulos que Oz enhebra en Aquí y allá en Eretz Yisrael. Páginas que dibujan los desencuentros y los dilemas del país en el otoño de 1982, cuando no pocos —incluyendo el escritor— se preguntaban si Israel era ensueño o pesadilla, si tiene algún futuro, o mal será la página triste de una reiterada historia. 

Tal vez fue su La caja negra el texto que cambió mis hábitos nocturnos. Desde la apertura no pude abandonarlo. Dibuja con melancolía al celebrado doctor Alexander Guidón y a Ilana Sumo —la esposa que se fue— y los inicios y tránsitos de un dolido y silencioso diálogo. 

Oz no se limitó a hilvanar relatos con su estilo personal y sin ignorar algunas huellas de Shai Agnón. Así, fue reiterada y activa su participación en públicas protestas cuando, a su parecer, la salud democrática de Israel encaraba debilidades y quiebres. 

El hoy fatigado movimiento Paz Ahora fue una de sus afiebradas militancias. Y hasta sus últimos días la impecable lucidez y la amplitud de sus horizontes señalaron extravíos que ponían en riesgo la pluralidad política y el acervo intelectual del país. Su presencia es inesquivable. Y hoy más que nunca.   

 


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