Enlace Judío – Lamentablemente, un extraño y singular silencio siguió a la muerte de Amos Oz,  en diciembre de 2018, en los medios periodísticos e incluso públicos de Israel. 

En efecto, hasta estos días la franca ausencia de referencias y comentarios a sus celebradas creaciones constituye un penoso episodio que tal vez se explica por la injusta difusión de los textos de su hija Galia. 

En estas páginas ella señala repetidamente los actos de violencia y las distancias que habrían lastimado el nexo con su padre. Actos que Galia dio amplia difusión en diferentes tribunas después de su muerte.

Sin embargo, en las últimas semanas, su esposa, y en particular su hijo Daniel, reiteraron públicamente que los ácidos reproches de Galia no tienen sustento. 

Probablemente hubo desacuerdos y tensiones entre ellos considerando la difícil infancia de Amos que conocimos en las celebradas páginas de Una historia de amor y oscuridad donde narra los primeros cinco lustros de su vida. Mas no odiosa y violenta distancia. 

A mi parecer, la dolida escritura de Galia buscó encender la torcida curiosidad más que el ajuste a la equilibrada verdad. 

De aquí que el relativo olvido de su trayectoria vital y literaria en estos días apenas se justifica. 

Creo que después de Agnón pocos escritores se acercan a la puntual hondura y a la ramificada creación de Oz. Ciertamente, habría merecido el Premio Nobel si la temprana muerte no le hubiera sorprendido. 

Recuerdo que en uno de sus libros alude a la singularidad histórica del Holocausto y su gravitación real y mitológica en la gestación de Israel como Estado independiente. 

A partir de este asunto despliega reflexiones que cuestionan opiniones y actitudes que habrían ganado terreno en el tema. Así, las opuestas y agrias relaciones entre seres humanos —amor y odio, víctima y victimario, amo-esclavo— solicitan su atención, relaciones desiguales que se manifestarían con torcida crueldad en no pocas esferas del mundo. 

Recordemos algunas de ellas. 

Alemania y la metamorfosis del odio 

Oz se formó en Jerusalén en los años 40 en una conflictiva familia que le inculcó un singular amor al hebreo y al país. En aquel periodo los sucesos en Alemania y en Europa alimentaban el sombrío diálogo en su hogar y en las calles de la ciudad.

Amos odiaba a los nazis pero admiraba la literatura que había visto la luz antes de la tempestad hitleriana. 

Asimétrica actitud que empezó a corregir en los años 80 cuando la nueva literatura alemana y el contacto con la joven generación le condujo a apreciar no pocas innovaciones en este país.  

Cuando por vez primera Oz se atrevió a visitar Alemania —nación y cultura que también sus padres intensamente amaron y odiaron— relata: “…me sonrió un día primaveral, precioso y limpio; me aventuré en las calles de Fráncfort entre bellas muchachas y alegres adolescentes embriagado por los olores de panaderías, de los jardines y de los cafés… Escenarios similares a los que conocí en Manhattan, Londres y Tel Aviv…”

Así Oz descubre al otro que odiaba, pero le sorprende su llana humanidad. No obstante, confiesa que sus noches en Alemania nunca fueron tranquilas: los sonidos del Holocausto le aturdieron. 

Algún somnífero entonces le ayudó a superar el pánico y la rabia. Ambivalencias que le condujeron a abstenerse de cualquier contacto con algún alemán que superaba los 80 años de edad. 

Sin embargo, Amos no se permitió una hipócrita inocencia. 

Se pregunta: ¿Qué actitud habría asumido si hubiera nacido alemán en los años hitlerianos? ¿Es absolutamente cierto que por algún instinto humanista y democrático se habría opuesto al cruel dictador? 

Más aún: como miembro leal de la SS o de la Luftwaffe, ¿se habría abstenido de tomar parte en el asesinato masivo de judíos, polacos, rusos, gitanos, homosexuales y minusválidos? 

Francas y valientes preguntas que le desconciertan. Entiende que los límites de la humana ética y del pecado no son firmes, y acepta que la actitud judía e israelí respecto a la Alemania nazi implica un radical y justificado rechazo. Sin embargo, es preciso enhebrar alguna equilibrada lógica para entenderlo. 

La sobria relativización del Holocausto le emancipa de un torcido etnocentrismo, actitud que no ignora que la solución final y la industrialización del asesinato propiciadas por los nazis no tendrían paralelo, al menos hasta aquí.  

De Alemania al Medio Oriente 

Esta actitud transferencial con el otro lo conducen de Alemania al Medio Oriente. Oz tiene el valor de considerarse no solo víctima: también probable victimario. 

Escribe que los resortes del alma humana desafían cualquier simplista concepción. Así, lamenta observar que en Israel no pocos politizan a Dios y legitiman la violencia contra algún otro en Su nombre. 

Sostiene que en el prolongado duelo entre israelíes y palestinos ninguno de los bandos posee la verdad absoluta. Sugiere que se trata de “2 familias infelices” por razones desiguales. Cabe comprender estas distancias. Compresión que no implica necesariamente exonerar o amar. 

¿Cuáles deben ser sus límites? Permitir a los palestinos la opción de asumir la feliz y responsable opción de la libertad. Sólo así se abrirían cauces a un olvido deliberado —al menos parcial— de las heridas mutuamente infligidas. 

Oz no señaló posibles modalidades de cooperación entre israelíes y palestinos. A su parecer solo cabe una negociada distancia a fin de soslayar una perversa dialéctica verdugo-víctima. En el andar del tiempo ambas partes deberán repararse y renacer. 

Algo más: entre Dios y Satán

Oz sabe que fuerzas diabólicas dominan en el mundo y mantienen un conflictivo diálogo con Dios. 

Recuerda que Job y Goethe no dejaron de apuntarlo. Es más: se reproducen y multiplican en nuestra conciencia y conductas. Y solo cuando la presencia satánica —el mal en todas sus expresiones— es reconocida, la condición humana es capaz de superarla. 

Ciertamente, Satán no ha perdido el empleo en este mundo. Pero la humana condición cuenta con amplios grados de latitud y elección que se multiplican cuando ella percibe con claridad esta torcida e ineludible presencia. 

Oz se vale de esta metáfora para graficar la situación del judío israelí. Éste trabaja, se divierte, crea y muere más allá del volcán que le rodea y apremia. 

Y piensa que la concentración dinámica y creativa de los judíos en Israel es uno de los hechos más salientes del siglo XX. 

Sin embargo, puede constituir una trampa si no abren un creativo camino, particularmente en el presente contexto de armas no convencionales. 

Escenarios que Oz amplía. En rigor, toda la presente humanidad se apretuja en las gradas de un maligno volcán. Todos tememos su ingente locura. Y todos procuramos disimular y torcer el miedo hostilizando al vecino. 

El volcán continuará su irrefrenable actividad; sin embargo, no estamos obligados a someternos a sus caprichos. 

Mensajes que hoy deben recordarse.    

 


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