Enlace Judío – Asumir que la mujer como humana criatura obtuvo derechos legítimos en el gobierno de su intimidad solo y parcialmente a mediados del siglo XX implica desconocer el singular trayecto de Alma Mahler (1879-1964). 

Mujer, pianista y compositora musical desde su temprana adolescencia, Alma no solo conoció múltiples amantes. En desiguales periodos de su larga e inquieta vida contrajo además formal matrimonio con 3 personajes que gravitaron intensamente en la música, la arquitectura y las letras. Y con algunos de ellos dará a luz 2 hijos frisando los 40 años.  

Una vida que no se eximió de agitados virajes. Las vicisitudes de la decadente Austria-Hungría, las 2 guerras mundiales, el diluvio nazi, las crisis financieras que informaron el siglo XX, múltiples experiencias en el Medio Oriente, la muerte lejos del entorno natal: algunos de los dramáticos giros que conoció en su vida. 

El norteamericano Max Phillips (1894-1958) ofrece una biografía novelada que narra los altibajos y las íntimas experiencias de Alma. Con admirable acierto Phillips puso voz a los instintos y a las obsesiones que la dominaron desde su infancia modelada por su padre Emil Jacob Schindler, para quien la pintura fue una de sus afiebradas obsesiones. 

Al morir Emil su estatua se levantó en un parque de Viena al lado de las de Mozart y Schubert. No pocos elogiaron sus múltiples rasgos con palabras que la entonces niña Alma apenas alcanzó a descifrar.    

Uno de sus primeros amantes fue el maestro de música Alexander Zemlinsky (1871-1942), un judío que para ganar aceptación social adoptó formalmente el credo protestante. Decisión la suya ampliamente difundida en aquel momento debido a la fiebre antisemita.  

Frisando los 22 años Alma contrajo matrimonio con Gustav Mahler (1860-1911) que la doblaba en edad. El inesperado embarazo precipitó esta decisión. 

Mahler era ya entonces un celebrado pianista y director de orquesta que a semejanza de otros se distanció de sus raíces judías al transitar al amplio mundo profesional. 

Y Alma una mujer alta dotada de generosos senos. Con las teclas del piano —una de sus obsesiones— hilvanó más de 500 Lieder o canciones, composición musical conocida desde los ágiles trovadores del siglo XII.  

Tuvo por mentor intelectual a Max Burckhard (1854-1912), a la sazón director teatral en Viena y amigo cercano de su padre. Intentó embarcarla en las lecturas de Nietzsche, pero las divagaciones del filósofo alemán le fueron al cabo extrañas. 

Y como no pocos, Nietzsche fallecerá aquejado por la sífilis, mal que conocerá algún remedio muchos años más tarde. 

En cualquier caso, en los entonces inquietos y celebrados entornos de Viena, Alma supo de personajes que modelarán el siglo XX. Trotsky y Herzl entre ellos.   

Ciertamente, el encuentro con Gustav Mahler fue decisivo. Las distancias por la edad y el origen fueron felizmente compensadas con el amor a la música. Frisaba ella los 23 años cuando su primera hija Maria Anna vería la luz poco tiempo después del formal matrimonio. 

En los inicios de la relación, Mahler le prohibió continuar hilvanando los Lieder que ella amaba. Le exigió por añadidura quemar los libros de Nietzche. Conductas que más tarde ensayó corregir por consejo del ya celebrado Freud cuando se acentuaron las distancias entre ellos.   

Ciertamente, ambos conocieron una inquieta vida reclamada por el talento musical de Mahler. Peregrinaron reiteradamente por todas las capitales europeas llegando incluso a Nueva York, ciudad entonces imaginada como una urbe rústica y primitiva. 

Por su alta celebridad, Mahler mereció una estatua esculpida en Paris por Rodin. Fallecerá en 1911 frisando los 50 años, un hecho que enlutó a la élite europea sin excluir a personajes y círculos antisemitas.  

Poco tiempo después del fin de su esposo, Emma conoció al pintor Óscar Kokoschka (1886-1980) cuando éste exhibía sus cuadros en Viena al lado de los de Matisse, Gauguin y Van Gogh. 

La relación con Óscar ganó rápidamente una sensual intimidad solo estropeada por la irrupción de la Primera Guerra Mundial y la forzada militancia en las trincheras. En el andar del tiempo el joven pintor dejará testimonios de su íntimo y repetido nexo con Emma en el celebrado cuadro La tempestad donde ambos aparecen íntimamente dormidos. Breve pero intensa relación trastornada por los vaivenes de la guerra. 

Pocos años después Alma conoce a Walter Gropius (1883-1969), personaje que  en el andar de los años será un celebrado arquitecto por su innovador y brillante estilo. Contrajeron matrimonio en 1915 cuando ella encinta frisaba los 35 años. Pocos meses después nació Manón, quien apenas sobrevivirá un año. Tragedia que sumada a las turbulencias de la guerra y a la flaca afinidad entre ellos pusieron fin al vínculo. 

Ciertamente, no pocas y singulares creaciones arquitectónicas de Gropius se encuentran hoy en Tel Aviv.   

Poco tiempo después Alma conocerá al escritor judío Franz Werfel (1890-1945), un personaje ampliamente respetado por Kafka, Buber, Max Brod, y otros. 

Werfel había ganado celebridad con una obra teatral consagrada a Juárez y Maximiliano, y se amplió cuando la pareja resolvió visitar Palestina y Siria, donde Franz conoce la tragedia padecida en 1915 por los armenios  asesinados por los turcos. 

Como resultado, en 2 apretados volúmenes Werfel describió con hondura el holocausto que dio muerte a 2 millones de ellos. Voz y protesta singulares que le valieron desde entonces la honda gratitud de futuras generaciones.  

Cuando estalló la guerra en 1938, Alma y Franz pidieron la ayuda del celebrado periodista Varian Fry, quien, enviado por Eleanor Roosevelt y desde su puesto en Marsella, ayudó a centenares de perseguidos —entre ellos Hanna Arendt, Marc Chagall, Arthur Koestler, Remedios Varo, y otros— a escapar del infierno nazi a través de España y Portugal para refugiarse en EE. UU.

Con esta ayuda y con no pocas dificultades Alma y Franz llegaron por fin a Lisboa y desde allí embarcaron a Nueva York en una incómoda nave griega que ciertamente cobró altas sumas por el transporte como si se tratara de un navío de lujo. 

En el exilio californiano la pareja encontró a no pocas celebradas figuras. Entre ellas, Bruno Walter, Brecht, los hermanos Mann, Schoenberg y otros. 

Ciertamente, el agotador trajín por los Alpes lastimó en el curso del tiempo la salud de Werfel. Falleció en 1945 cuando Alma empezaba a recuperar el equilibrio y los recursos que le permitirán transitar ida y vuelta entre los continentes hasta su muerte frisando los 83 años. 

En suma: fue Alma una inquieta y sensual mujer cercana a personajes y circunstancias que sintetizan la historia del siglo XIX y XX. Vehemente itinerario que remodeló la música, la arquitectura y la literatura política de nuestros tiempos. 

 


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