Enlace Judío México e Israel – En Del shtetl  a la ciudad de los palacios –de la pluma de Natalia Gurvich y de Noemí Gurvich–  se dedica un espacio a los llamados sincretismo, o  sea de palabras ídish que se integraron al habla castellana del día con día, como  shvitzear, shnorear bisbobe –alardear, mendigar y bisabuela…

El motivo de este corto ensayo  nace de la curiosidad, así como de la experiencia. El ídish, al parecer, donde arriba se culturaliza a través de préstamos lingüísticos, no siempre los mismos, no siempre –digamos– notorios. Se habla y quizá no se concientiza  sobre el origen de ciertas palabras.

El ídish una lengua nacida del alemán, enriquecida con palabras del latín, del griego, del francés y de palabras eslavas, como el ruso y el polaco. Por ejemplo, hay ídish hablantes que incluyen palabras de ignota procedencia, como pidzak, zontchik, pobidle, tchemedane, smetene, podlogue, podoshve, koldre, tchijol.

O sea,  saco, paraguas, mermelada, valija, crema, piso, suela, cobija, funda  de la cobija. Existe un fenómeno a la inversa: el ídish influyó en otros idiomas, como ya se comentó previamente. Son palabras que enriquecen el vocabulario  que los aloja y que le otorga un nuevo significado. Como si el otro idioma estuviera esperando  alguna novedad.

Por ejemplo, una editorial argentina de habla española  de nominada pupek, o sea, ombligo: se trata de una editorial que busca la tradición a través del cordón umbilical de la madre a través de las generaciones, como el ídish –o el idishkait— que une familias, aunque el idioma ídish esté presentes en algunos términos. Otra palabra es mentsh, palabra que designa a las personas de bien.

Una babke, comprada en USA,  ostenta el nombre de mentsch. ¿Quién come babke es un mentsch? La respuesta daría positivo, de acuerdo a la panadería donde  se hornea  el magnífico pan de chocolate. Otro ejemplo: Silvia Duboboy, escritora judeo-mexicana  escribió una historia sobre una tcherepaje –una tortuga—llamada tcherepaje.

¿En el alter heim, en  las aldeas y ciudades europeos los niños judíos  conocían las  tcherepajes. ¿Habían oído nombrarlas? ¿Se contaba historias sobre tortugas? Otro ejemplo: el tchijol es un artículo indispensable del ajuar judío: toda novia encarga a una costurera un tchijol o varios: a veces bordados, a veces sin gran chiste, pero indispensables por asuntos de limpieza.

Un ama de casa judía entró a un almacén de renombre y le preguntó a la dependiente, si tenía tchijoln. Judía  o no, la dependiente se quedó sin habla; no menos la compradora quien imaginó que todo mundo  sabía lo qué era y para qué servía. Otro ejemplo: una novela sobre casamenteras, una madre y tres hijas casaderas incluye dos lugares significativas –para quien conoce el ídish o para quien desee conocerlo–.

Se trata de la aldea de Gueyavek y de la aldea de Kumajer. O sea de la aldea que repele a su gente, y de la aldea que la recibe con los  brazos abiertos. Ahora hablemos del siempre celebrado Shólem Aleijem, uno de los clásicos de la Literatura Ídish –no menos importante que  Mendele Moijer Sforima, que Shólem Ash, que los hermanos Singer,  entre muchos otros.

En Shólem  Aleijem,  Motl Peisi dem Jazn –el huérfano, hijo del Peisi el cantor– debido a la hambruna, derivada de guerras  y pogromos en tierra europea, se embarca rumbo a Amérike, el continente  de oro, específicamente a Nueva York– donde se recoge con palas todo tipo de riquezas que paliarían  las necesidades de sus migrantes no solo judíos: irlandeses,  italianos… Aleijem cuenta que los migrantes estudiaban inglés durante el viaje en altamar: al bajar era inminente  buscar trabajo.

Motl afirma que los ídish hablantes podían  estar tranquilos: el inglés se parece, en  mucho, al idioma de los judíos: bread es broitlimene es lemon, apple es epl. Para no morir de hambre.


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