Enlace Judío – Una de las ideas más interesantes desarrolladas por el judaísmo a lo largo de sus miles de años de historia, es la de que los más importantes santuarios no son lugares físicos, sino lugares en el tiempo. Claro, cualquiera podría decirme que eso no es cierto, porque el Bet Hamikdash fue el más importante santuario y, hasta el día de hoy, la expectativa es que se reconstruya.

Pero seamos concretos: eso, desde hace 2,000 años, es una idea. En la realidad objetiva y concreta, el Bet Hamikdash no existe (justo porque no se ha reconstruido). Y, sin embargo, el judaísmo ni siquiera ha estado en riesgo de desaparecer. ¿Por qué? Por sus santuarios en el tiempo. A eso me refiero cuando digo que han sido los más importantes. No necesariamente en el nivel de las ideas, pero sí en el de nuestro judaísmo cotidiano.

De cualquier modo, el primer santuario del que habla el texto bíblico se ubica en un territorio en el tiempo. ¿Con qué culmina la obra creadora de D-os, según el Génesis? Con la santificación de algo. Pero no es la santificación de un lugar en el que el pueblo judío deba rendir un culto o cumplir con una liturgia. De hecho, al respecto sucede algo muy interesante: si bien es Jerusalén la que se va a convertir en el epicentro de la vida religiosa judía, en los relatos de los orígenes no es Jerusalén donde suceden las cosas importantes.

Por ejemplo, el Edén es ubicado en un lugar desde el cual surgen los 4 grandes ríos que fertilizan al mundo. Se trata, por supuesto, de una referencia imposible de descifrar, porque la propia lógica bíblica implicaría que esas condiciones geográficas primigenias fueron alteradas por el Diluvio. Pero se menciona al Tigris y al Éufrates como 2 de estos ríos, así que el Edén debió estar ubicado en algún lugar hacia el norte de Mesopotamia, y eso significa que habría estado más cerca de Asiria que de Judea.

Luego, tras el Diluvio, Noaj y su familia descienden del Arca y hacen un pacto con D-os en el monte Ararat, actualmente en Turquía. Otra vez, muy lejos de Jerusalén. Ciertamente, luego vendrá la promesa de D-os a Abraham, según la cual todo ese territorio entonces llamado Canaán será para los descendientes del noble patriarca, pero el único relato donde Jerusalén tiene cierta relevancia es cuando Abram (todavía con ese nombre) y sus cómplices amorreos Aner, Eshkol y Mamre, derrotan a una coalición de reyes elamitas y liberan a Lot. Según el pasaje (Génesis 14), a su regreso de la batalla, Abram hizo escala en Salem (Jerusalén) para presentar sacrificios a D-os, recurriendo a los servicios sacerdotales del rey de la ciudad, Malkitzédek.

Sin embargo, los ires y venires de los israelitas van a llevarlos lejos otra vez de allí, y el siguiente episodio crucial es el pacto con D-os en Sinaí. Nuevamente, no es en Jerusalén. Edén, Ararat, Sinaí. Tres montes que nada tienen que ver con el monte de Sión. Ya sé: la Biblia no dice que Edén fuese un monte, pero en los antiguos mitos mesopotámicos, así se le consideraba. De hecho, los antiguos griegos identificaron al Monte del dios El —padre de los dioses o Elohim en la mitología cananea, y lugar desde donde nacían los ríos que fertilizaban la tierra— como el Monte Olimpo, y a El lo identificaron con Cronos-Saturno. El punto es que en la antigüedad más remota, el verdadero Edén era imaginado como un monte, muy en la lógica mesopotámica según la cual los montes eran los lugares predilectos para la manifestación de lo divino. Esa lógica no se rompe en la Biblia, y por ello Ararat, Sinaí y Sión son montes.

De ese modo, pareciera que la Biblia nos quiere indicar que hay un territorio todavía más sagrado que cualquier territorio físico posible, y es el Shabat. Un santuario en el tiempo, lo primero en ser santificado por D-os mismo al concluir su obra de creación.

Siguiendo esa misma lógica, en el libro de Levítico (capítulo 25) se va a llevar al Shabat a 2 dimensiones mayores: si en principio se trata de un día de reposo que se guarda cada 6 días, la lógica de que el cosmos es idéntico al macrocosmos y al microcosmos nos lleva a la idea de que también hay un Shabat medido en años. Es decir, 6 años de cultivo de la tierra y uno de reposo (y de ahí la expresión de año sabático). Pero no para ahí, sino que se proyecta a otro nivel: el Yovel, o Año del Jubileo, que se celebra después de 7 semanas de años. Es decir, tras 49 años, el año 50 es otro nivel de Shabat, porque no solo se trata de reposar, sino de hacer una renovación total de la sociedad: las deudas se eliminan, los esclavos se liberan, las propiedades vuelven a sus dueños originales.

El judaísmo entendió a la perfección que esa misma lógica que podríamos definir como sabática aplicaba en otros niveles y por ello otros momentos se convirtieron en más santuarios en el tiempo.

La lógica rabínica construyó, a partir de ese razonamiento, un momento sublime que ocurre durante cada rezo: la Amidá. Es una sección que se reza en silencio mirando hacia donde se guardan los rollos de la Torá y que consiste en una secuencia de plegarias que rotan alrededor de 18 bendiciones. Se hace en silencio y tiene un contenido regular que se repite siempre, más añadidos o ajustes que se hacen dependiendo de ciertas ocasiones (por ejemplo, para Shabat, o para cada festividad).

Lo interesante es que, al ser un momento especial, funciona como un santuario en el tiempo al que se accede durante el rezo que se hace en un santuario físico (la sinagoga, o cualquier lugar en donde se reúna un Minián). Como si el judaísmo nos quisiera recordar que no porque estemos en un templo físico, debemos olvidar que nuestros templos importantes son en el territorio del tiempo.

Y, por supuesto, hay otro santuario en el tiempo todavía más relevante y trascendental, el cual visitamos cada año: los Yamim Noraim, también conocidos como Días Terribles o Fiestas Mayores, y que llegan a su culminación con Yom Kipur, el Día de la Expiación.

La imagen más bella de cómo estos días son un santuario en el tiempo la tenemos durante el rezo de Neilá, que es la plegaria con la que concluye Yom Kipur, y que según la tradición es su conclusión la que marca el momento en que las puertas de los cielos —que han estado abiertas desde Rosh Hashaná— se cierran.

La pura idea del cielo como algo que tiene puertas que se abren y se cierran, nos remite a la idea de que estos 10 días son el santuario en el tiempo más sagrado de todos.

Por supuesto, durante alrededor de 1,000 años todos los rituales judíos giraron en torno al Templo de Jerusalén. Pero tras su destrucción, es decir, desde hace 2,000 años, el judaísmo —una identidad que tuvo que sobreponerse a un durísimo exilio— encontró el refugio indestructible para su fe en sus santuarios en el tiempo.

Estos ya existían. Todos están mencionados en la Biblia, salvo la Amidá. Sin embargo, cobraron una especial relevancia durante esos casi 2,000 años en los que ni siquiera podíamos rezar libremente en Jerusalén.

En el más práctico de todos los sentidos no importó, porque la fe judía se mantuvo incólume e inamovible. El pueblo de Israel sobrevivió.

¿Y cómo dice esa vieja frase? Así: Israel no guardó el Shabat, sino que el Shabat fue quien guardó a Israel. Exacto, porque es nuestro santuario en el tiempo, nuestro refugio contra los cambios inevitables que hay en la historia. Y no sólo el Shabat: también la Amidá, también el año sabático, también el Yovel, también Yom Kipur.

Y también la Jupá —el palio nupcial—, el único momento a lo largo del año en el que el cielo se vuelve a abrir tan solo para escuchar las plegarias de la novia.

Así pues, entre nuestro anhelo de ver restaurada plenamente a Jerusalén, los judíos conocemos una ruta que nos lleva a varios santuarios en el tiempo, y allí estamos seguros, a buen resguardo.

Cada vez que llega el momento indicado y se encienden las velas, nosotros entendemos que una puerta se ha abierto, y que hemos ingresado a un lugar que lo mismo existe en el tiempo que en nuestro corazón, y es allí donde el tiempo se detiene y nos conectamos con Edén, con Ararat, con Sinaí.

Si entiendes todo lo anterior, ahora puedes entender la imagen que representa el concepto de Era Mesiánica, que no es sino la proyección exponencial de todo lo dicho. En otras palabras, el Santuario en el Tiempo definitivo, el momento en que todo eso que los judíos experimentamos en la intimidad de nuestras propias almas, podrá ser experimentado por toda la humanidad.

 


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