Enlace Judío – En una columna de opinión publicada en el periódico Haaretz, el canciller israelí Yair Lapid critica la política exterior de los gobiernos anteriores de Israel durante la última década y presenta los avances, objetivos y desafíos en este ámbito a 100 días de la formación del nuevo gobierno encabezado por el primer ministro Naftali Bennett.

Durante aproximadamente una década, la política exterior de Israel estuvo sumida en la idea de que la comunidad internacional es un entorno darwinista. Las únicas alianzas en las que Israel podía confiar se basaban en intereses económicos o de seguridad; no había lugar para un diálogo basado en valores compartidos o en la amistad entre los pueblos. En lugar de una política exterior activa y positiva, el gobierno de Benjamín Netanyahu adoptó una política de sospecha pesimista.

En el ámbito interno, el pesimismo como visión del mundo llevó a la sociedad israelí al borde del colapso. En el ámbito internacional, hizo que los últimos gobiernos descuidaran la vital labor de construir alianzas basadas en valores. Y esto ocurrió justo en el momento en que las crisis globales, la crisis bancaria, el islamismo radical, la crisis climática y la crisis de COVID-19, hicieron que la comunidad internacional se diera cuenta que ya no existen problemas locales. Todos los problemas, grandes y pequeños, acaban siendo globales.

El pesimismo en la diplomacia es un error. Y lo que es peor, es un error de pereza. La afirmación de que “todos son antisemitas y no tiene sentido” era simplemente una excusa para un gobierno que estaba ocupado en otras cosas y dejó de esforzarse en el ámbito internacional. No es posible pasar años sin ministro de Exteriores (o uno que carece de autoridad), cerrar oficinas diplomáticas en el extranjero, recortar el presupuesto de la cancillería una y otra vez, dejar decenas de embajadas sin personal, ignorar los profundos cambios en las sociedades de EE.UU. y Europa y luego quejarse de que no nos entienden.

Los resultados de esta negligencia y pesimismo fueron rápidos y graves. Desde el infructuoso discurso de Netanyahu en el Congreso de Estados Unidos en 2015, Israel ha perdido su capacidad de movilizar al mundo en la cuestión iraní. Las estadísticas de antisemitismo son las peores en décadas. La simpatía por Israel entre la juventud estadounidense y los votantes demócratas está en su punto más bajo. Las organizaciones internacionales aprueban rutinariamente resoluciones contra Israel.

El daño acumulado es especialmente evidente en nuestra relación con Estados Unidos. Nadie discute que el mayor activo diplomático (y de seguridad) de Israel es su relación estratégica con Estados Unidos. Esta relación no se basa en intereses sino en valores.

Los fundadores de Estados Unidos, al igual que los padres del sionismo, pretendían crear una sociedad utópica basada en la libertad. Los estadounidenses nos miraron y vieron algo de ellos mismos. Pero en lugar de alimentar esta conexión, en los últimos años hemos abierto una brecha con el Partido Demócrata – que representa a más de la mitad de la población estadounidense – y con una parte significativa de la comunidad judía más importante del mundo.

Pero este deterioro puede detenerse. Los estudiantes universitarios estadounidenses y europeos no se manifiestan contra nosotros por “intereses”, sino por los fallos morales y de diplomacia pública de este país. Algunos miembros del Congreso que votan contra nosotros lo hacen porque nadie les ha explicado nuestra versión de la historia.

Podríamos seguir enojándonos, pero hay una mejor alternativa: cambiemos las cosas. Llevará tiempo y esfuerzo, pero bajo la dirección de una cancillería fuerte y modernizada, la posición de Israel en el extranjero puede mejorar drásticamente.

En el poco tiempo que llevamos, ha quedado claro que las cosas se pueden hacer de otra manera. Por ejemplo, Israel aceptó nuestra “paz fría” con Egipto y Jordania como un decreto del destino. Pero el nuevo gobierno, que se formó en junio, decidió desafiar esta visión.

En tres meses de intenso trabajo, la paz se ha vuelto cálida. Se firmaron nuevos acuerdos comerciales y similares, se celebraron reuniones públicas entre los dirigentes y se mejoró mucho la cooperación. Y todo esto ocurrió sin que Israel tuviera que ceder un solo interés nacional vital.

Sí, tenemos muchos enemigos, pero también tenemos amigos, muchos y poderosos. Frente a todo el daño que se ha hecho en los últimos años, existe una larga tradición de simpatía por Israel. Joe Biden, Vladimir Putin, Angela Merkel, Emmanuel Macron, Narendra Modi, Abdel-Fattah al-Sisi, el australiano Scott Morrison, el rey Abdalá de Jordania, el jeque Mohammed bin Zayed de los Emiratos Árabes Unidos y el rey Hassan de Marruecos son solo parte de la lista de amigos declarados de Israel.

La Unión Europea está a punto de firmar con nosotros otro pacto económico-tecnológico de gran alcance, Horizonte Europa, que durará hasta 2027. En Asia Oriental, países como Japón y Corea del Sur no tienen antecedentes de antisemitismo, y el potencial de vínculos económicos es infinito. La lista de inversiones de China en Israel es una de las más impresionantes que he visto.

Si miramos hacia el oeste, la situación está mejorando enormemente. Con Grecia y Chipre, nuestra “alianza helénica” se ha renovado, y ahora la estamos ampliando a los Balcanes, como se ha extendido a nuestros nuevos amigos del Golfo. Estamos forjando vínculos con Marruecos, algo que hasta no hace mucho era solo un sueño.

Israel acaba de obtener el estatus de observador en la Unión Africana, a pesar de la indisimulada ira de algunos países de la Liga Árabe. La carismática ministra de Asuntos Exteriores de Senegal, Aissata Tall Sall, me ha dicho en una larga y amistosa conversación que hará todo lo que pueda por Israel en África.

Por supuesto, hay cuestiones en las que Israel no está dispuesto a ceder, aunque ello suponga un daño palpable para nuestras relaciones exteriores. Debemos hacer todo lo posible, para exponer la verdadera naturaleza del régimen iraní y sus maliciosos planes para obtener armas nucleares. No dudaremos en luchar en Gaza si Hamás sigue disparando cohetes contra nuestros ciudadanos. Pero nada de esto obvia nuestra necesidad de construir un sistema sólido de alianzas y relaciones amistosas.

Debemos crear un paraguas diplomático que nos proteja en los días de lluvia. Aceptar la responsabilidad, estar abiertos a las ideas, tomar decisiones basadas en los hechos (incluso cuando son desagradables), comprender claramente cómo nos ven los demás, estar dispuestos a aceptar las críticas, evitar la autocompasión y respetar los derechos humanos, no son cargas políticas sino valores en los que creemos. Una política exterior optimista, abierta y dispuesta al diálogo no es un precio a pagar, sino un activo que estamos construyendo en nuestra relación con el mundo.

Reproducción autorizada con la mención siguiente: © EnlaceJudíoMéxico


Las opiniones, creencias y puntos de vista expresados por el autor o la autora en los artículos de opinión, y los comentarios en los mismos, no reflejan necesariamente la postura o línea editorial de Enlace Judío.