Enlace Judío – Los hititas fueron habitantes de uno de los reinos más poderosos de la antigüedad: Hatti. Siguiendo los usos lingüísticos propios de los lenguajes semíticos, a sus habitantes se les llamó Hitim en el hebreo antiguo, y se les menciona en el texto bíblico en repetidas ocasiones.

El poderío hitita fue impresionante. Para darnos una idea, baste señalar que hacia el año 1274 AEC, derrotaron a las tropas de Ramsés II en la Batalla de Kadesh, la primera en la que se enfrentaron 2 ejércitos de caballería. Por supuesto, Ramsés II no fue lo suficientemente honesto como para admitirlo, y según su propia crónica, él habría sido el vencedor. Pero lo cierto es que los egipcios regresaron humillados a su hogar, y es probable que las tropas hititas los escoltaran hasta Canaán, tan sólo para acrecentar el oprobio.

No tenemos información clara de qué sucedió durante los siguientes 14 años, pero al final de este período, hititas y egipcios firmaron el primer tratado de paz entre dos grandes imperios, del que tengamos registro histórico.

El tratado incluyó que una princesa hitita fuera dada a Ramsés II como esposa y, pese a la diferencia de edad, el faraón quedó prendado por su belleza y la convirtió en reina oficial. Tras este arreglo, vinieron épocas muy buenas para las 2 naciones, que incrementaron sus intercambios comerciales.

Pero la suerte del Imperio hitita ya estaba echada y diversas coyunturas aceleraron su destrucción.

En su afán por controlar el comercio de cobre, los hititas trataron de imponer su dominio absoluto en Chipre, donde se hallaban las mayores minas de este metal. Esto los puso en abierto conflicto con los asirios que, aunque no habían llegado todavía al esplendor de su poderío, eran un peligroso rival. La situación se desbalanceó por completo cuando, durante la segunda mitad del siglo XIII AEC, toda la cuenca oriental del Mediterráneo se vio invadida por los llamados pueblos del mar, que fueron diversos contingentes de guerreros provenientes de la zona del mar Egeo (es decir, eran griegos) y que trataron de conquistar todo el territorio posible en las cosas orientales del mar Mediterráneo.

Los egipcios lograron repelerlos en tiempos de Merneptah, el hijo de Ramsés II, pero perdieron el control de Canaán. Así, un contingente de invasores griegos se estableció en la zona de la actual Gaza y un poco más hacia el norte. No sabemos cómo se hacían llamar a sí mismos, ya que el nombre que se preserva de ellos fue el que les dieron los egipcios: “pelesed”, que en hebreo es “pilistim”; es decir, filisteos. Significa “invasor” y no es el nombre de ninguna etnia en específico.

Los hititas no lograron contener el empuje de los pueblos del mar, y el caos invadió todo el reino. Agobiados desde el mar por estos beligerantes atacantes, y atacados también desde el norte por otros enemigos, la situación se volvió insostenible al interior del reino de Hatti, y su colapso fue total durante el siglo XII AEC.

Grupos de hititas sobrevivientes se trasladaron hacia el sur, y se establecieron en territorio que actualmente es parte de Turquía y de Siria. Allí fundaron reinos pequeños, conocidos como reinos neohititas, que se mantuvieron activos durante un par de siglos. Es decir, hasta el siglo X AEC, justo para cuando se estaba consolidando la monarquía israelita.

A partir de ese punto, los hititas desaparecieron por completo de la historia. Su debacle fue tal, que durante mucho tiempo los especialistas consideraron que los Hitim de la Biblia eran una nación legendaria. No fue sino hasta el siglo XIX que las excavaciones arqueológicas nos pusieron otra vez en contacto con la antigua Khatussas, su capital, que se pudo confirmar que estos grandes guerreros habían sido un pueblo real y muy poderoso.

Ahora lo interesante es que la Biblia no los menciona nada más como dato colateral. De hecho, los menciona de manera muy extraña: la gran mayoría de las veces que se les menciona, se les incluye como parte de las naciones cananeas que los israelitas deben derrotar para poder establecerse en su tierra.

Esto, en principio, no tiene sentido. Los hititas nunca habitaron formalmente en Canaán del sur, donde se fundó el reino israelita.

Sin embargo, tampoco es un disparate: en realidad, estaríamos hablando de los neohititas. Se sabe que, básicamente, se establecieron en una zona muy al norte del reino de Israel, pero hay otros indicios que nos sugieren que algunos de ellos debieron desplazarse más hacia el sur.

Y esos indicios comienzan con el relato de David y Betsabé, la que eventualmente vino a ser madre del rey Salomón.

Según el texto bíblico, Betsabé estuvo casada primero con Urías el hitita (heteo, traducen en algunas Biblias en español; pero es lo mismo), soldado que además es mencionado como uno de “los valientes de David”.

Eso sería un indicio de que grupos neohititas efectivamente se desplazaron hacia el sur, al punto de convertirse en uno de los grupos que tenían que ser combatidos por los israelitas.

Todo parece indicar que lejos de ser exterminados, sobrevivieron y se asimilaron a la sociedad israelita. Sólo así se puede explicar una frase tan singular como la que encontramos en Ezequiel 16:1-3: “Vino a mí palabra del Señor, diciendo: Hijo de Hombre, notifica a Jerusalén sus abominaciones, y di: Así ha dicho el Señor sobre Jerusalén: tu origen, tu nacimiento, es de la tierra de Canaán; tu padre fue amorreo, y tu madre hitita”.

El pasaje, claramente enfocado en señalar cuáles habían sido los errores del pueblo de Israel que luego habrían sido la causa del exilio en Babilonia, nos da una pista muy clara de que todavía hacia mediados del siglo VI AEC, los propios israelitas —como el profeta Ezequiel— estaban bien informados de que tenían antecedentes hititas, aunque fuese en una proporción baja.

Así que cabe la posibilidad de que los últimos vestigios del pueblo hitita se hayan asimilado finalmente al antiguo Israel. Debieron ser una minoría, un grupo muy reducido, pero —por lo menos hacia los siglos X o IX AEC—, perfectamente identificables. Por eso Urías, el esposo de Betsabé, es referido como hitita. Y para el siglo VI AEC, cuando Ezequiel y miles de judíos estaban exiliados en Babilonia, todavía se les recordaba bien.

Es casi seguro que los hititas que sobrevivieron al colapso se diseminaron por las zonas de la actual Turquía y Siria, y que sus descendientes se asimilaron a los pueblos locales.

Pero también es claro que un grupo de ellos llegó hasta Canaán del sur, y allí se asimiló al reino israelita.

Lo llamativo es que sólo los israelitas conservaron esta escueta, pero bien definida memoria de ese pueblo ancestral.

Así que, en términos prácticos, eso hace que el pueblo judío sea el único que, desde la antigüedad, está consciente de que los últimos hititas pasaron a formar parte de la nación de Israel.

O, dicho de otro modo, que la última sangre hitita que se puede identificar en la historia, corre por nuestras venas.


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