Enlace Judío México e Israel- Una de las flaquezas culturales más penosas que se han puesto de moda, es la incapacidad de llamar las cosas por su nombre. Vivimos una época en la que, con tal de no ofender a nadie, nos hemos acostumbrado a matizarlo todo, legitimarlo todo, tolerarlo todo. Por una parte, eso no es bueno; por otra, el terrorismo palestino se ha visto notoriamente beneficiado.

IRVING GATELL EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO

La posmodernidad, filosóficamente hablando, es una constante insistencia en que eso a lo que llamamos “razón” es un constructo cultural europeo y, por lo tanto, lleva el colonialismo en sus genes. En esta visión, Europa no sólo impuso su dominio político, militar y económico en todo el mundo, sino también su dominio intelectual. Es decir, nos obligó a razonar del mismo modo que ellos, y de ese modo sentó las bases para que todos consideremos que la mejor manera de vivir es la de ellos.

Desde las agudas críticas de Foucault y Derrida a las dinámicas de poder o a los recovecos políticos del lenguaje, los filósofos que han dominado la escena académica desde los años 70’s han provocado la aparición de una nueva generación de personas que no soportan el estrés natural de la realidad, y hacen un esfuerzo absurdo, irracional, por matizarlo, diluirlo, suavizarlo todo.

La generación de cristal

Ya a modo de burla, se les ha llamado “generación mazapán”, o “generación de cristal”, como referencia a la fragilidad con la que reaccionan cuando se topan con asuntos a los que no les tienen tolerancia.

Los ejemplos más patéticos los hemos visto en las universidades más progresistas en los Estados Unidos, como Harvard. Los recintos que en otras épocas fueron el territorio para la discusión y la confrontación de ideas, ahora son dominados por grupos estudiantiles obtusos que ejercen su presión para que se cancelen clases, conferencias o exposiciones, si por alguna razón el ponente no les gusta o “les ofende”.

¿Qué es lo que les ofende, en concreto? Cualquiera de estos muchachos te diría que les ofenden los crímenes cometidos por el imperialismo europeo, que dejaron una estela de sufrimiento en todo el mundo, que se dieron como parte de un saqueo de las riquezas de países que todavía hoy siguen empobrecidos, y que por ello luchan en contra de todo aquello que no sólo es un vestigio de aquel pasado infausto, sino que además normaliza la mentalidad impuesta a sangre y fuego por los colonizadores llegados de Europa.

Pero eso es puro rollo. Lo que les molesta y ofende es otra cosa: Estados Unidos, el capitalismo, el éxito, y —por supuesto— los judíos e Israel.

En muchos sentidos, estos jóvenes son el resultado del éxito relativo que tuvo la social-democracia en el norte de Europa durante las primeras décadas de la posguerra.

Ya sabes: ese modelo político y económico que trató de armonizar el capitalismo con el socialismo, recuperando los mejores ideales sociales del marxismo (redistribución de la riqueza, justicia social, reivindicación de las clases obreras, etc.), pero en el marco de una economía de libre mercado y con un respeto irrestricto a la propiedad privada.

Estado de Bienestar

Dicen los mitos populares que ese fue el secreto para la reconstrucción de Europa Occidental, y que gracias a esa visión equilibrada, los países escandinavos gozan de un nivel de vida envidiable, incluso para los países capitalistas más radicales como los Estados Unidos.

Hay mucho de cierto en ello, pero no todo es miel sobre hojuelas. La social-democracia tiene sus problemas, y por ello es que los propios países de Europa del Norte poco a poco han tenido que replegarse hacia modelos más liberales (es decir, más capitalistas). Y es que eso que suelen llamar Estado de Bienestar es muy caro. Sí, suena atractivo, porque te hablan de servicios de salud gratuitos  —y de primer nivel, además–, de poblaciones usando más el transporte público que sus propios autos, y de sistemas educativos que aunque no sean gratuitos del todo, son mucho más baratos —e igual de buenos— que lo que pueden ofrecerte las impagables universidades de Harvard, Princeton o Stanford.

Pero repito: eso es muy caro, porque las cosas nunca son gratis. Alguien las tiene que pagar. Y esos servicios del Estado de Bienestar los paga el estado con el dinero que recolecta de los impuestos. Por eso, las cargas fiscales en los países social-demócratas siempre son fuertes, más bien agresivas.

Pero ¿qué tiene de malo que te cobren muchos impuestos, si el gobierno los usa bien y los devuelve a su población, convertidos en buenos servicios?

En primera, que mucho de ese dinero se gasta improductivamente en la manutención de una gran burocracia que se necesita para administrar, organizar e implementar todos esos servicios. Eso, en términos de eficiencia, es un punto en contra. Y en segunda, que las altas cargas fiscales no fomentan los proyectos de emprendimiento.

Europa siempre ha sido un polo de innovación tecnológica

Sus centros de investigación son de los mejores del mundo, y muchos de los grandes avances que han tenido la ciencia y la tecnología en los últimos 80 años, vienen de allí. Pero una cosa es la investigación científica como tal, y otra es la manera en la que esa ciencia se convierte en cosas de uso cotidiano que nos hacen más fácil la vida. Ahí es donde la innovación debe dar el siguiente paso, y convertirse en emprendimiento.

Ahora piensa que eres un joven emprendedor, y que tienes una idea que te parece muy buena para aplicar algún desarrollo tecnológico reciente, en algo que puedas usar en tu casa. Un nuevo aparato, como en algún momento lo fueron la licuadora o el horno de microondas.

Emprender significa que vas a montar tu propio negocio, con el cual vas a tratar de producir algo nuevo, y la meta será venderlo.

¿Cuánto dinero puedes ganar? Supongo que tu expectativa es ganar mucho, tanto como para justificar el riesgo que vas a tomar. Pero ese es el otro detalle: el riesgo de perderlo todo.

Y ya sabes: todos los inicios son difíciles, así que seguramente harás todo lo posible para minimizar los riesgos y mejorar con ello las expectativas. Por eso, los países social-demócratas no son una opción para tu proyecto, porque si abres tu negocio allí, de inmediato tendrás que enfrentarte a una fuerte carga fiscal que, tratándose de un proyecto basado en un nuevo modo de aplicar la tecnología, se vuelve una pesada carga que tal vez te lleve al fracaso.

La debacle europea se puede ver en el mercado de los teléfonos celulares. Hace quince años, todo mundo usaba teléfonos de la marca Nokia. Hoy en día, las marcas estadounidenses (iPhone, de Mac) y chinas (Huawei y Xiamoi) le han comido casi todo el mercado a los europeos. ¿Por qué? Porque son países que ofrecen más ventajas para el emprendimiento, y por eso los mejores avances de telefonía celular están allí, así como los precios más competentes.

Así que la social-democracia tiene sus problemas. Pero hay algo más: ha tenido efectos negativos en otros aspectos. El más notorio de todo es la falsa idea de que para que haya justicia social, el gobierno sólo tiene que repartir, regalar el dinero.

La riqueza no crece en los árboles, y a las nuevas generaciones se les ha olvidado que hay que trabajarla

Y trabajarla duro. Pero lo que está de moda es exigir derechos, no comprometerse al trabajo. A nombre de “no normalicemos la violencia”, muchos jóvenes de hoy no soportan ningún tipo de responsabilidad laboral, y se sienten fácilmente ofendidos o explotados cuando un trabajo es demandante. Y entonces viene la perorata ideologizada: eso es culpa del capitalismo patriarcal y hetero-normativo. Y de los yanquis. Y de los sionistas. ¿Por qué no?

En el terreno político, este discurso tan maniqueo como bobo se traduce en la estrafalaria idea de que la acusación de violencia y racismo sólo puede ir en una dirección. Es decir, todos aquellos que hayan sido víctimas del imperialismo europeo y sus extensiones, tienen derecho a agredir y a acusar de racistas, a sus victimarios (aunque, en realidad, víctimas y victimarios hayan vivido hace cientos de años). Al revés no. El blanco europeo no puede acusar de racismo al africano, porque ahora resulta que el racismo es una dinámica de poder y, por lo tanto, no existe desde el oprimido hacia su opresor.

Vaya paradoja: les hace falta leer a Foucault con más atención, para que entiendan que nadie ejerce un poder absoluto, y que todos ejercemos algún nivel de poder. Así que todo lo que tenga que ver con el poder —como el racismo— siempre va y viene en todas las direcciones posibles.

En el fondo, es un infantil discurso que se resume en “quiero vengarme, así que tienes que reconocer mi derecho a agredirte, pero no me digas que soy agresivo porque me duele; tienes que reconocer mi derecho a ser racista contigo, pero no me digas que soy racista porque me ofendo”.

Probablemente no exista un mejor ejemplo de todas estas expresiones de la estulticia humana, que el conflicto israelí palestino.

El sello del posmodernismo

Si alguna vez te has quedado con la duda de por qué muchos medios de izquierda o políticos europeos siempre guardaron silencio ante los ataques palestinos, pero reaccionaron virulentamente cuando Israel se defendió, es por todo lo que te acabo de explicar.

En esta lógica (si se le puede llamar así) decolonialista o poscolonialista, que los palestinos ataquen no es racismo ni violencia. Es “resistencia”. Y que los judíos se defiendan no es “defensa propia”, sino violencia racista e imperialista en acción.

Por eso, no importa que la población palestina esté creciendo de manera normal sin que nada afecte sus tasas de natalidad; de todos modos te hablan de un genocidio israelí —que no existe— porque todo lo que haga Israel debe ser considerado genocidio. En cambio, si los confrontas con el hecho histórico y objetivo de que los países árabes aniquilaron a sus poblaciones judías (es decir, un verdadero genocidio), encogen los hombros y tratan de buscar las razones para explicar que eso no fue un genocidio sino, acaso, un daño colateral porque los europeos impusieron al Estado de Israel para despojar a los palestinos de sus tierras.

Y si les demuestras con hechos históricos verificados y verificables que no hubo ningún despojo y que el “pueblo palestino” ni siquiera existía en 1948, entonces chillan diciendo que todo eso es información manipulada y propaganda sionista. Chillan, pero no refutan.

A mis 50 años ya he visto a cualquier cantidad de propalestinos reventar ante la abrumadora evidencia que demuestra que, generalmente, sólo dicen tonterías. Pero ni así entienden. Es el sello del posmodernismo. De eso se trata renunciar al concepto de “razón”, acusándolo de ser “europeo”. Y se aferran a ese molde ideológico porque es la única posibilidad para justificar que sólo el sionista puede ser racista, y el palestino no; aunque el proyecto de estado palestino sea, literalmente, “judenrein”, libre de judíos, en la terminología nazi usada de manera explícita.

Llamar terrorismo al terrorismo

Y por ello es que toda esta gente no quiere llamar terrorismo al terrorismo. Prefieren llamarle “resistencia”, y apoyarla porque “está en contra del imperialismo”. No importa que la resistencia palestina esté bajo la dirección de liderazgos corruptos y tiránicos que tienen sumidos a los propios palestinos en la opresión, la pobreza y la violencia, y que todo ese apoyo internacional a “la causa palestina”, en realidad, sólo sirva para perpetuar a esos sátrapas en el poder.

Las principales víctimas son, como siempre, los palestinos. Víctimas de sus propios líderes, víctimas de tantas buenas conciencias posmodernas e irracionales por vocación, que no se atreven a llamar las cosas por su nombre.

Por eso nunca hay que bajar la guardia. El primer requisito para poder transformar la realidad, es admitirla tal cual es.

Y, paradójicamente, a quien más le urge todo esto, es al propio pueblo palestino.


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