Enlace Judío – El 29 de octubre de 1956, en vísperas de la guerra del Sinaí, la policía fronteriza israelí se dirigía al pueblo de Kafr Qasim con una orden explícita: matar a cualquier ciudadano árabe que rompiera el toque de queda.

Horas más tarde, los cuerpos de 48 campesinos que no se enteraron de la orden de no salir de casa quedaban como testamento de una tragedia imborrable en la historia de Israel.

8 de los soldados perpetradores de la masacre fueron condenados a prisión por homicidio pero fueron liberados pocos años después. Igualmente, el comandante de área Yissachar Shadmi fue exonerado de los cargos de asesinato y solo se le declaró culpable de “exceder su autoridad”. 

65 años después, las heridas del fratricidio siguen abiertas. Las manifestaciones y los memoriales de israelíes a lo largo del país son prueba de la vigencia del dolor. Tan sólo esta semana, la Knéset discutió una propuesta de ley que haría el día de Kafr Qasim un luto oficial. Sin embargo, fue rechazada.

Pasa el tiempo y oficiales del gobierno se siguen disculpando por la tragedia con los residentes del pueblo. Las compensaciones económicas a la localidad son otorgadas año con año, pero la mancha no se va. A decir verdad, será imposible borrarla.

En 2016, en el 60 aniversario de la masacre, Ami Ayalon, un expolítico que solía dirigir el Shin Bet y la Armada de Israel, habló sobre Kafr Qasim en un evento de conmemoración“me disculpo en nombre de mi país, cuyos soldados mataron a sus ciudadanos que no habían hecho nada malo. La marca de Caín sólo será borrada cuando todos y cada uno de nosotros se lo contemos y enseñemos a nuestros hijos”, expresó.

La importancia de la memoria histórica de la que habla Ayalon no puede ser subestimada. Son precisamente las vivencias más dolorosas de un país las que tenemos que afrontar para hacer cara a el presente y procurar que no sucedan de nuevo. 

Las narrativas son fundamentales para el imaginario colectivo de un país. Para que puedan ser propiamente representativas, las historias nacionales deben incluir a todos sus ciudadanos. Es momento de reconocer la responsabilidad del Estado en la masacre de Kafr Qasim y de pasar el micrófono a las víctimas, que cuenten sus historias y sus lamentaciones.

Mahmoud Frej, quien vio morir a su hermano y a su amigo en la tragedia, dijo en 2006 que la memoria de Kafr Qasim le seguía siendo cercana. Asimismo, cada vez que un árabe israelí era asesinado le recordaba la tragedia.

Yossi Sarid, quien fungió como Ministro de Educación de Israel de 1996 a 2003, pretendió integrar al currículo la historia de la masacre para recordar que hay momentos en los que se deben de desobedecer órdenes injustas. En un país en donde el Ejército es obligatorio para la mayoría, la lección es invaluable. 

Hoy en día, cuando la desigualdad que azota a los árabes israelíes sigue rampante y que el conflicto se ha vuelto una guerra de narrativas deshumanizadas, tenemos que recordar Kafr Qasim. Tenemos que recordarlo por humanidad de sus víctimas, por la responsabilidad de sus perpetradores y con miras a lograr una sociedad más justa. Espero que la Knéset reconsidere.

 


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