Enlace Judío – La evidencia actual sugiere que la gran complejidad que enfrenta la inflación se extenderá por más tiempo.

El inicio del cuarto trimestre de 2021 ha traído consigo un fuerte debate entre economistas, inversionistas y quienes diseñan e implementan las políticas públicas en torno a un posible riesgo de estanflación en el mundo. El término “estanflación” –acuñada por el político británico Iain Macleod en 1965— se refiere a una economía que muestra importantes presiones de inflación, un crecimiento estancado y tasas de desempleo elevadas.

El ejemplo de estanflación de libro de texto hace alusión a la década de 1970s con la compleja situación que enfrentó la economía norteamericana y el resto del mundo ante un importante repunte en los precios del petróleo, al mismo tiempo que se experimentaba un aumento en el desempleo y bajo crecimiento. Aunque todavía no hay una clara evidencia de que estemos entrando en esta situación, hay varios focos amarillos que podrían seguir ocasionando un ajuste en las expectativas. 

En el 2021 el mundo ha intentado recuperarse de una crisis sanitaria y económica como no se había experimentado en todo un siglo. La combinación de un buen desempeño de la economía en la primera mitad del año gracias a la respuesta de política fiscal y monetaria sin precedentes y de una expectativa muy favorable debido al avance en los programas de vacunación fue el principal factor detrás de un optimismo desmedido.

Sin embargo, el tercer trimestre del año trajo consigo un reality check ante el surgimiento de nuevas variantes del coronavirus que suscitaron oleadas adicionales de contagios, así como disrupciones mayores en la gran cadena de valor (i.e. choques de oferta relevantes). Esto comenzó a ajustar las expectativas de recuperación, especialmente para 2021. Un ejemplo de ello fue el ajuste a la baja que llevó a cabo el Banco de la Reserva Federal a su pronóstico del PIB de EE. UU. para este año de 7% a 5.9% en su reciente anuncio de política monetaria el pasado 22 de septiembre.

Además de la pandemia y los choques de oferta, también existen otros factores que comienzan a transformarse en vientos en contra para la recuperación económica. Uno de ellos es la endeble situación financiera de gigantes inmobiliarios en China –como el caso de Evergrande o Fantasía— que, además de representar un riesgo de crédito relevante, podría tener ramificaciones importantes para la economía y los mercados financieros más allá del país asiático. 

Asimismo, la heterogeneidad en el ritmo de recuperación entre países y sectores ha ocasionado algunas distorsiones importantes: presiones salariales en algunas regiones, pero todavía niveles de desempleo elevados en otras. A pesar de que el mercado laboral en el mundo ha mostrado una notoria mejoría respecto al punto más álgido de la pandemia en 2020, todavía no se encuentra en los niveles previos al coronavirus. El retiro anticipado de personal de la fuerza laboral y necesidades de cuidado de los niños ante los confinamientos, pérdida de aptitudes o la necesidad de aprendizaje para transitar a otros sectores también hacen pensar en una posible situación de una tasa de desempleo y crecimiento potencial estructuralmente más débiles.

La inflación en el mundo ha experimentado fuertes presiones a lo largo de 2021, que van más allá de un efecto de base (i.e. una inflación anual alta, especialmente en el 2T21, debido a una baja base de comparación respecto al mismo periodo de 2020) o de choques de oferta transitorios. Los precios que enfrentan tanto consumidores como productores se han visto afectados por múltiples causas.

Por un lado, las materias primas han tenido un aumento significativo a lo largo de ese año en sus tres grandes grupos: metales, energéticos y agropecuarios. Estos mayores precios de commodities se explican por cuestiones de logística, disrupción de oferta e inclusive temas medioambientales, generando lo que se denomina en inglés un cost-push inflation. En este sentido, es importante notar que el choque inicial en precios en los 70 también fue de este tipo.

Recientemente se ha observado un incremento dramático en los precios del gas natural y la electricidad en Europa a máximo históricos —todavía a la espera de un invierno que implica precios estacionalmente altos—, y que ha generado presiones en los precios que se operan en otras latitudes. El petróleo ha alcanzado recientemente niveles máximos que no se observaban en los últimos 7 años, de la mano con una estrategia de la OPEP+ cuyo pacto de incremento de producción ha sido limitado frente a un déficit en la oferta global. Algo similar ha ocurrido con el gas LP y otros energéticos.

Por otro lado, también se han observado presiones en precios derivados de una normalización en la actividad en algunos países como EE. UU. o del estímulo de políticas económicas que han puesto en una mejor posición financiera a las familias, detonando una mayor demanda por bienes y servicios (demand-pull inflation).

Es probable que las presiones inflacionarias sean más persistentes de lo que se tenía previsto originalmente, lo cual pueda ocasionar una espiral que genere una contaminación en expectativas y cambios en precios relativos, como ya se ha empezado a observar recientemente.

Como conclusión, es probable que el debate en torno a una situación de estanflación continúe ganando relevancia. La evidencia actual sugiere que la gran complejidad que enfrenta la inflación se extenderá por más tiempo. Aunque el mundo pueda experimentar una tasa de crecimiento importante este año tras una caída abrupta el año pasado, en los años subsecuentes regresaría a tasas más acotadas. 


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