Enlace Judío –Estamos a poco más de 3 semanas de Janucá y es momento de empezar a revisar algunos datos sobre lo compleja que ha sido la relación entre judaísmo y helenismo, ya que de ese choque —a veces amable, a veces violento, siempre impredecible— entre 2 culturas completamente distintas, surgió la cultura occidental. Nada más y nada menos.

Y por ello hay que comenzar por los antecedentes, porque la relación entre judíos y griegos es más antigua de lo que parece.

La primera invasión de griegos ocurrió cuando todavía no existía la monarquía israelita y el territorio cananeo estaba organizado en pequeñas ciudades-Estado tan variadas como inconexas.

Estamos hablando del siglo XIII AEC, ya desde tiempos de Ramsés II. Fue el momento en que toda la cuenca oriental del mar Mediterráneo empezó a sufrir el asedio de grupos llegados desde las islas del mar Egeo y que fueron conocidos como los Pueblos del Mar. Durante mucho tiempo se sospechó de su origen griego, pero no ha sido sino hasta hace un par de años que, tras nuevas y modernas investigaciones genéticas, el dato se pudo confirmar.

Los Pueblos del Mar fueron cualquier cosa, menos un grupo homogéneo. Las fuentes egipcias, cananeas e hititas mencionan a diversos grupos, y la propia incomprensión egipcia de la estructura social de estos recién llegados hizo que optaran por llamarles de un modo genérico, con la palabra más lógica para ello: invasores. En egipcio antiguo, pelesed. Esta palabra se adaptó al idioma hebreo como pilistim, que castellanizado es filisteos.

Así pues, los filisteos fueron los primeros griegos con quienes nuestros ancestros tuvieron que pelear.

Los filisteos no lograron ingresar a territorio egipcio. El faraón Merneptah, hijo de Ramsés II, se jactó de haberlos derrotado y mantenido fuera de Egipto. Simpática manera de ocultar su fracaso, porque la realidad es que, aunque ciertamente no los dejó entrar a Egipto, por culpa de los filisteos Egipto perdió por completo el control de lo que habían sido sus provincias orientales. Es decir, el control de Canaán (lo que actualmente es el territorio de Israel y casi todo el Líbano).

Gracias a ello, los filisteos lograron establecer una confederación en la zona de Gaza y sus alrededores. Al igual que los cananeos y los demás griegos de su tiempo, no fundaron un reino, sino que se estructuraron en ciudades-Estado. Es decir, cada ciudad era autónoma y sólo tenía el control de las zonas aledañas.

El impacto de la presencia filistea fue de lo más relevante. De hecho, fue lo que obligó a los habitantes de Canaán a unificarse y, eventualmente, evolucionar hacia un nuevo sistema político que, por supuesto, fue una monarquía. Para esos momentos (siglos XI y X AEC), es evidente que el grupo preponderante en Canaán del sur ya era el israelita, y por ello la monarquía vino a ser el Reino de Israel. Como puede corroborarse en el propio texto bíblico, el marco en el que Saúl es ungido como rey de Israel, es el del conflicto con los filisteos (asunto que todavía heredó David, sucesor de Saúl).

Pero los filisteos no fueron el único grupo griego que se estableció en la zona. También se tiene registro de otro grupo identificado como los danios. No se tiene seguridad respecto a que haya sido una etnia en particular, sino que parece que era otro nombre genérico para hablar de varios grupos de los Pueblos del Mar.

Lo interesante es que el territorio de la Tribu de Dan está justo al norte del territorio filisteo. Más interesante aún es el hecho de que las excavaciones arqueológicas en la zona de Dan, han recuperado una gran cantidad de cerámica y esculturas de absoluto estilo griego. Es decir, en el territorio de Dan vivieron griegos.

¿Los danios? Es muy probable. Esto significaría que en la zona que fue Filistea y Dan, en realidad se habrían establecido varios grupos griegos que se habrían asimilado de un modo muy distinto a la sociedad cananea. Los del sur (filisteos) se habrían mantenido en conflicto, pero los del norte (danios) habrían optado por integrarse al mundo de Canaán. Específicamente, al mundo israelita. Incluso, ambos grupos —norte y sur— habrían entrado en abierto conflicto (de eso se trata el relato sobre Sansón: un israelita de la tribu de Dan peleando contra los filisteos). Los danios finalmente se habrían asimilado a alguna de las tribus de Israel y se habrían convertido plenamente en israelitas. Para tiempos de Saúl y David, su origen griego debió estar completamente olvidado.

Esto es bastante sugerente, porque nos muestra que, desde un principio, las relaciones entre los judíos y lo griego fueron ambivalentes. A veces conflictivas, a veces armoniosas; a veces la guerra, a veces la paz.

Los filisteos se mantuvieron en pie de guerra apenas hasta los inicios de la monarquía israelita. A partir de las crónicas sobre el reinado de Salomón, dejan de ser mencionados como enemigos de Israel. De ello se deduce que finalmente aceptaron una coexistencia pacífica con los israelitas, y así se mantuvieron hasta la época de las invasiones asirias y babilónicas. Después de ello, prácticamente desaparecen de la historia. Aunque el territorio siguió siendo llamado Filistea por los griegos (nombre retomado muchos siglos más tarde por el emperador Adriano para su represalia contra los nacionalistas judíos), la gente que allí vivió entre los siglos VI AEC y II EC ya no era el orgulloso pueblo de origen griego que durante unos 250 años le provocó muchos dolores de cabeza a los israelitas.

¿Qué fue de ellos? Lo más probable es que los últimos sobrevivientes del pueblo filisteo simplemente hayan hecho lo mismo que sus lejanos parientes danios: asimilarse al pueblo de Israel.

A partir del cisma israelita que provocó la aparición del Reino de Samaria, el principal dolor de cabeza de los israelitas fueron los sirios y, ocasionalmente, otros reinos vecinos como los edomitas o los moabitas.

Los griegos no volvieron a ser tema de interés sino hasta el año 332 AEC, cuando Alejandro Magno derrotó (una de tantas veces) a las tropas de Darío III, y con ello le quitó a los medos el control de Fenicia y sus alrededores, Judea incluido.

Cuenta la leyenda que los judíos no sabían bien a bien qué esperar del nuevo monarca, así que una comitiva liderada por el Sumo Sacerdote salió a recibirle a su paso por Jerusalén. Este Sumo Sacerdote habría sido Yadoua ben Yojanan (Jaddus, según Flavio Josefo).

Cuando por fin se topó de frente con el rey macedónico, para sorpresa de todos, este cayó de rodillas frente al sacerdote judío. Entonces le preguntaron por qué hacía eso, y Alejandro contestó que antes de la batalla contra las tropas de Darío III (que lo superaban por mucho), había tenido la visión de un ángel del cielo que le había prometido el triunfo; y que este ángel tenía exactamente el mismo rostro que el Sumo Sacerdote. Como gesto de agradecimiento, el jerarca judío entonces habría prometido que ese año todos los niños que nacieran se llamarían Alexander, y que desde ese momento no faltaría judío que llevara ese nombre, a perpetuidad.

Por supuesto, el relato es legendario salvo por el hecho de que el nombre Alexander sí se asimiló a la cultura judía. Pero la historia refleja a la perfección el clima cordial que se gestó entre judíos y griegos en un principio.

Todavía faltaba un poco de tiempo para que las fricciones comenzaran a surgir.

¿Por qué hubo fricciones? Sencillo: porque la cultura griega era radicalmente distinta a la cultura judía.

Hay una regla inevitable: los imperios no solo dominan política y económicamente, sino también culturalmente. Es decir, imponen sus propias modas. El pueblo judío nunca estuvo a salvo de estas influencias externas, pero el asunto resultó relativamente discreto mientras los imperios fueron el asirio, el babilónico y el medo-persa (aqueménida). Es lógico: a fin de cuentas, eran imperios mesopotámicos, con una cultura muy similar entre ellos mismos y que le resultaba del todo familiar a los judíos.

Pero los griegos eran otro asunto. Su politeísmo era totalmente desconocido, aceptaban la homosexualidad como una práctica social no solo tolerable sino incluso recomendada y las actividades deportivas se hacían en completa desnudez y como forma de adoración a sus dioses, sobre todo a Zeus y a Hércules.

Poco a poco, sucedió lo mismo que había sucedido con los persas: amplios sectores de la aristocracia judía se dejaron seducir por las modas helénicas y eso gestó un conflicto al interior de la sociedad judía: helenistas contra tradicionalistas.

Hacia el siglo III AEC, esto provocó que apareciera el primer movimiento jasídico de la historia. Los llamamos Jasideos sólo para diferenciarlo del moderno movimiento jasídico, iniciado en el siglo XVIII por el Baal Shem Tov. Pero en hebreo se les llama igualmente Jasidim a unos y a otros, y la razón es la misma: eran los judíos piadosos (en extremo) de la época.

Por supuesto, las implicaciones fueron distintas: en esos tiempos, ser un Jasid significaba estar en pie de guerra contra las modas culturales que estaban impactando directamente en Judea.

Cosa curiosa: el conflicto que no se estaba dando contra los “griegos” (egipcios ptolemaicos primero, sirios seléucidas después), se dio entre los propios judíos, y sólo era necesario que apareciera un desquiciado como Antíoco IV Epífanes para que el asunto explotara.

Y así pasó. Antíoco IV usurpó el trono en Damasco en el año 175 AEC, y comenzó la última tanda de problemas que derivó en la guerra macabea.

Y de eso platicaremos en la próxima entrega.

 


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