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lunes 02 de diciembre de 2024
Leon Trotsky y Natalia Sedova

Becky Rubinstein/ Sedova: Esposa-Guardaespaldas de Trotsky (I)

Enlace Judío – José Ramón Garmabella en Operación Trotsky –documento testimonial sobre el asesinato de León Davidovtich Illich Bronstein –alias Trotsky— a manos de Jacques Mornard —alias Frank Jackson, en realidad José Ramón Mercader del Río– menciona a la esposa de Trotsky por alrededor de 40 años de matrimonio, a nuestro ver y parecer guardaespaldas y ángel de la guarda del que fuera fundador del Ejército Rojo, víctima propiciatoria de Stalin, quien en su calenturienta cabeza veía y advertía “moros con tranchete”, temerarios antagonistas a quienes exterminar.

Cabe mencionar que, como consecuencia de sus escritos, Trotsky y sus allegados en el exilio, perdieron sus derechos ciudadanos a partir del 20 de febrero de 1932.  El 17 de julio de 1933, Trotsky acompañado de Sedova, su mujer, se embarca en el “Bulgaria” con destino a Marsella. En París Natalia Sedova y su hijo León Sedov habitan una buhardilla en Barbizon. De ahí, la familia se traslada a Chamonix –donde Trotsky se hace llamar Monsieur Sedov y luego, a Noruega. Se les cierran todas las puertas, tan solo les queda México. León Sedov, pretende disuadirlo. “En México –dijo– se le puede pagar a cualquiera para que te asesine”.

Trotsky, Natalia y León en diciembre de 1936 se embarcan en el carguero noruego “Ruth” con destino al puerto mexicano de Tampico. Trotsky, describe su llegada a la Ciudad de los Palacios: “Un tren puesto a nuestra disposición por el gobierno mexicano nos condujo a través de parajes desconocidos, abrasados por el sol, sembrados de cactos y palmeras. La montaña ardía espléndida. En una pequeña estación nos aguardaban Fritz Bach y Antonio Hidalgo, un socialista suizo y un antiguo compañero de lucha de Emiliano Zapata. Todas las precauciones de seguridad se desvanecieron cuando una multitud de amigos desconocidos nos rodeó. Con gran efusividad me esforzaba por no perder de vista al último rostro conocido, el de Frida Kahlo. Nos pidieron subir a un auto en el que se encontraba un grupo de policías y de personas hasta ese momento desconocidas. El temor nos volvió a asaltar. No nos conducirían una vez más hacia un nuevo cautiverio, descendimos en los alrededores de México. Una residencia azul, baja un patio lleno de plantas, salas frescas, colecciones de arte precolombino, profusión de cuadros… nos hallábamos en un nuevo planeta, en casa de Frida Kahlo y de Diego Rivera”.

Una terrible noticia –en voz de Diego Rivera– abate a los recién llegados: León Sedov –heredero de León y de Natalia– fue asesinado. Era el 16 de febrero de 1938. Una pérdida más para los migrantes. Rivera muestra a Trotsky un diario. El viejo revolucionario lee cuidadosamente lo referente a la muerte de su hijo.  De inmediato, ordena a Diego Rivera que lo deje solo con su dolor. Trotsky busca la recámara de Natalia Sedova, donde se refugia, como buscando el vientre materno, refugio seguro a tanta desgracia. El joven apenas contaba con 32 años. Su moral y la nuestra, el libro fue dedicado a la memoria de su heredero.

No se hizo esperar un primer atentado frente a Esteban Sedov, nieto del político, recién llegado a México. Por unanimidad se pensó en David Alfaro Siqueiros, estalinista, enemigo del fundador del Ejército Rojo, capturado en septiembre de 1940 en el estado de Jalisco.

En el libro-testimonio de Garmabella la figura de Sedova jamás mengua, a la par de la de ingenua Silvia Ageloff –seducida por el catalán Mercader, gracias a la cual el asesino entra a la casa-fortaleza de Coyoacán, albergue y refugio.

¿Cómo era la relación entre Trotsky y Sedova, su esposa y casi talismán? Garmabella –cuando el fatal atentado– pone en boca de Trotsky una declaración amorosa: inventada o no, “Natacha, te amo”. El político ruso, herido y bañado en sangre, le dice a su compañera de vida: “Mira lo que me han hecho…”  La mujer corre a la cocina por hielo… no había nada que hacer. 

A la muerte de su pareja, Sedova toma las riendas de la historia. De coprotagonista se convierte en protagonista: tras varios días de estar expuesto el cadáver –decide sepultarlo, tras incinerarlo– en el jardín de la casa de la calle de Viena en la Villa de Coyoacán. Entre paréntesis, Natalia Sedova –afirma Garmabella– muere de cáncer en París en 1961. Sus cenizas también se encuentran en el jardín de la casa de Viena.

Llama la atención la opinión desvalorizante que –valga el juego de palabras– devalúa a Natalia, por parte de Medellín Ostos, abogado de Mornard, quien aseveró: “Tampoco podía ser tomado (el testimonio) muy en cuenta…porque la señora era una anciana, acaso perturbada de sus facultades mentales debido a la muerte de su esposo, y era lógico que su testimonio tuviera como fin el buscar que el homicida de León Trotsky fuera condenado a la máxima pena que dictan las leyes mexicanas”.

Cabe mencionar la nota de Garmabella acerca de madame Yanovich –secretaria titular y mano derecha del líder soviético, según parece, aquel día “indispuesta”. Obviamente, era ducha en lengua. “Llegaba por la mañana, Trotsky le dictaba en ruso, grababa y traducía por la tarde”. En aquel aciago día, no acudió al trabajo por permanecer en casa y cuidar el resfrío de su nieto a su cargo… 

En cuanto a Silvia Ageloff, una de los pocos allegados a Trotsky que sabía ruso –aparte de Sedova–, era lógico que Trotsky aceptara de buen grado la ayuda de Silvia. Una curiosidad: Frank Jackson –asesino del político ruso– hablaba en inglés con Silvia y en francés con Trotsky. Garmabella habla sobre el sexto sentido de Sedova, previo al magnicidio, como si estuviera escribiendo una novela negra: “Natalia Sedova ha visto desde la recámara entrar a este hombre de la gabardina al brazo y dice para sus adentros: ya vino otra vez Jackson… ¿A qué habrá venido…? Y como si presintiera una posible tragedia, se interpone entre Trotsky y el recién llegado para preguntarle, el porqué de la gabardina, cuando para nada amenazaba lluvia. 

Jackson contesta “a la impertinente pregunta”, como en los cuentos de corte popular –como el del lobo y las siete cabritillas– donde el antagonista hace de las suyas para salirse obviamente con la suya: “Usted sabe muy bien que puede  cambiar el tiempo… vengo a despedirme porque mañana salimos Silvia y yo a Nueva York… es que sabe, el clima y la alimentación de México no me sienta nada bien…” 

Natalia, una mujer práctica y además comprometida con los asuntos de su esposo, cuando Jackson-Mornard-Mercader saca de la gabardina el ensayo que supuestamente Trotsky le iba a corregir –pretexto para acercarse y culminar su plan, Natalia argumenta: “¡Qué bueno que lo trajo a máquina! Ya sabe que a Lev Davidovich no le gustan las cosas manuscritas… pero, por qué no me dijo que iban a Nueva York… pude haberle encargado algunas cosas”.

Sedova se niega a la cortesía del supuesto periodista, quien propone regresar al día siguiente. La mujer de Trotsky, termina –se dice– con el torneo de cortesías. El 21 de agosto de 1940, la pérdida de sangre y de masa encefálica determinaron la muerte del político judeo-ruso, paria y migrante eterno por influjo del cruento estalinismo. A las siete de la tarde –rodeado de Natalia Sedova y de sus secretarios –de acuerdo a Garmabella– pretende inútilmente dictar un escrito en su libreta de apuntes. Sus últimas palabras fueron: “Estoy seguro del triunfo de la IV internacional. Adelante…” 

De acuerdo al multicitado Garmabella, Natalia Sedova delata a un celador que le solicitó cincuenta mil pesos de aquella época –una pequeña fortuna– por asesinar al asesino de su desaparecido consorte. Tras una inmediata pesquisa,  la mujer señala a Julián Huitrón, alias “El diablo”. Dijo que estaba al cuidado de Jackes, quien no tardó en confesar. Sedova, de alguna manera, confiaba en las autoridades de su país de asilo…

Garmabella –como artificio artístico–, detalla paso a paso los recuerdos del asesino, donde aparece Sedova –esposa y de alguna manera guardaespaldas de su expuesto marido–, eslabón de una cadena de asesinatos ordenados desde el Kremlin. La mano de Stalin era poderosa, además de omnipresente.  Mercader recordaría –de acuerdo a Gambabella- los momentos de aquel día de sol y muerte: “La tarde de sol… la gabardina al brazo… el sombrero puesto… el diálogo con Sedova… Trotsky dándole de comer a los conejos… el despacho… el artículo… el piolet…el golpe… el grito de Trotsky… la mordida…la golpiza de los secretarios… Silvia Ageloff. En dicha tragedia, el creador del Ejército Rojo resultó la víctima propiciatoria y Ramón Mercader con todos sus alias, jamás dejó de ser considerado un frío y despiadado asesino.

En Operación Trotsky se cuenta que el 7 de marzo de 1956 la viuda de Trotsky, Sedova, es invitada a visitar oficialmente la Unión Soviética.  Mornard comenta a los periodistas: “Cada quien es dueño de invitar a su casa a quien le parezca. El hecho de que la hayan invitado a Moscú, -dijo – ni me va ni me viene”. 

Para concluir, transcribimos las palabras de Marguerite Bonnet, amiga de la Sedova –nacida en Rommy, Rusia en 1882, hija de un cosaco, perteneciente a la baja nobleza y de una polaca: “Nunca hablaba de sí misma”. Sedova, con la calidad de una letrada escritora –fue correctora de los textos de su marido, incluso con Victor Serge, escribió la biografía de León Davidovich, Trotsky.


Las opiniones, creencias y puntos de vista expresados por el autor o la autora en los artículos de opinión, y los comentarios en los mismos, no reflejan necesariamente la postura o línea editorial de Enlace Judío.

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