Enlace Judío – Shmulik Lev, un ciudadano israelí de nacimiento, falleció en 2017 de un repentino ataque al corazón. Así empezó el cataclismo burocrático que su esposa Kultida y su hija Danielle han vivido desde entonces. El Ministerio de Inmigración busca deportarlas a Tailandia.

La pareja se conoció en Tailandia cuando Shmulik paseaba por el país. Ahí se casaron y obtuvieron la visa con la que Kultida podría mudarse a Israel, donde eventualmente comenzaría el proceso de naturalización por matrimonio que se vio interrumpido por la muerte de Shmulik.

Al interrumpirse su proceso de inmigración, Kultida perdió su residencia temporal, así como todos sus beneficios, incluyendo seguro de salud, pensión de viuda y subsidios de hijos.

El proceso ha sido especialmente doloroso para Danielle. Nacida en Israel, con apenas siete años de edad, ella enfrenta el doloroso proceso de la deportación a un país que no conoce. “Aquí es donde aprendió a hablar, leer y escribir en hebreo, a cantar canciones de Janucá. [Israel] es el único lugar donde la aman tanto” escribió Kultida en una editorial para Haaretz.

No se pueden pasar por alto las palabras de Kultida. Más aún, es fundamental subrayarlas: “Israel es el único lugar en dónde la aman tanto”. En su artículo, ella referencia el apoyo incondicional de la familia de Shmulik, de los amigos de Danielle “que escriben letreros y marchan por las calles para que no permitan que su amiga sea expulsada de su casa”, de sus padres, de sus vecinos y de “gente que ha visto por solo televisión”.

La empatía colectiva puede hacer un cambio. Los sistemas burocráticos permiten la ilusión de resumir la complejidad de un ser humano en una hoja de papel desechable dónde una sola firma puede cambiar vidas enteras. Kultida y Danielle son un caso más de un sistema de inmigración que posibilita pesadillas parecidas una y otra vez.

Precisamente por eso es fundamental escuchar sus historias particulares. Resaltando su caso, miles de ciudadanos salieron a la calle en Israel a manifestar su indignación. En palabras del cineasta Justin Simien, “las historias ajenas nos enseñan a empatizar”. No es lo mismo estar consciente de la humanidad de alguien que la abstracción de una infinidad de papeles.

De la misma manera, el caso de Kultida y Danielle nos enseña a ver a Israel con otros ojos. Más allá de los ciudadanos atemorizados que vemos en las noticias, algunos políticos racistas en redes sociales y unos cuantos extremistas, la empatía colectiva nos recuerda que la mayoría de la gente está dispuesta a abrir sus corazones, a hacer el bien.

Habiendo dicho lo anterior, es tiempo de que el Ministerio de Inmigración otorgue su nacionalidad a Kultida y a Danielle, así como a toda la gente que se ve envuelta en procesos similares. El deseo de mantener un Estado con mayoría judía no debe prevalecer sobre tecnicismos que afectan a los inmigrantes que llaman a Israel casa, y que se sienten amados por él.


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