Enlace Judío – Los pasos del escritor israelí Shmuel Yosef Agnón (1887-1970) me cautivaron -desde algo más de medio siglo- cuando inicié mis primeras lecturas en hebreo.   

Habitan en sus páginas múltiples y desiguales actores que ríen y lloran, aman y temen tanto a los hombres como a Dios, sin alejarse de los apremios del cuerpo. Con su pluma -siempre apretada a sus dedos- enhebró un lenguaje que combina el rigor con la picardía. 

Siguen algunos tramos de su vida y de su creación literaria.

De Buczacz a Yafo

Agnón nació en Buczacz, una aldea en el este de Galitzia, territorio que en el siglo XIX era parte del imperio Austro-Húngaro; hoy pertenece a Ucrania.   

Vio la luz el 8 de agosto de 1887, fecha que al paso de los años procuró cambiar por el 8.8.1888 para divertirse con la convergencia de los números. Gracias a su madre saboreó tempranamente las páginas de Goethe y Schiller, y publicó sus primeras rimas en hebreo en Hamitzpé, semanario que entonces se difundía en Cracovia, hoy urbe polaca. 

En 1906 empezó a publicar en Hayardén, páginas que ensayaban difundir la nueva literatura hebrea. Aquí publicó tres breves cuentos y dos poemas.

Al igual que ambiciosos jóvenes judíos, Agnón consideró un amplio abanico de posibilidades para emigrar: Viena, París, y, por supuesto, América. Apresuró su decisión el renacimiento judío en Palestina y su resistencia a servir en el ejército austríaco, circunstancias que le condujeron a alejarse de Buczacz y de su familia. 

En el camino a Viena se encontró con Guershon Shofman y Joseph Haim Brenner, escritores que en aquel momento procuraban rejuvenecer el hebreo. También recorrió plazas y parques de la ciudad sin omitir sus celebrados teatros.    

En junio 1907 llegó a Yafo, un puerto en Palestina que entonces formaba parte del Imperio otomano a la sazón agitado por la rebelión de los jóvenes turcos.   

Aquí se encontró con Yeshosúa Radler Feldman –más conocido entonces como Rav Biniamín- quien le ofreció compartir su modesto departamento. Agnón aceptó sin titubeos. 

Poco tiempo después vio la luz su primer cuento (Agunot) que describe el drama de dos mujeres que perdieron a sus maridos. Del título derivó el apellido que adoptará en el andar del tiempo.     

En Palestina trabó nexos con el rabino Kook y con el escritor Brenner, dos amistades que continuarán hasta el trágico asesinato de este último en 1920. 

La amistad con Arthur Rupin -quien a la sazón coordinaba la colonización judía- le facilitó la posibilidad de trasladarse en 1912 a Alemania, país  que en aquel momento conocía una dinámica vida judía.  

Nuevos horizontes  

En Berlín le sorprendió saber que algunos de sus primeros relatos eran ya conocidos. La ciudad albergaba a más de cien mil judíos; algunos de ellos -como Buber, Motzkin, Shalom, Bialik, Shazar, y otros- ya habían ganado fama. Y oficiando como maestro de hebreo, Agnón acertó a satisfacer sus primeras necesidades.   

En todo momento consideró, sin embargo, el retorno a Palestina. Pero el conflicto militar europeo que encendió en julio 1914 frustrará sus intenciones. 

Frisaba entonces los 26 años. En contraste con no pocos jóvenes judíos que tomaron activa parte en operaciones bélicas en favor de Alemania, Agnón resistió esta posibilidad. Para eludir un probable reclutamiento adoptó severas medidas -una dieta rigurosa, abusos con el tabaco y el café- con la intención de debilitar su perfil. 

Así evadió el exigente servicio militar con un alto costo. Se tradujo en un declive físico que le obligó a internarse durante cinco meses en un hospital. Periodo que bien matizó con lecturas de Goethe, Zola, Balzac, Rolland, sin excluir a los clásicos rusos y a las Mil y una noches. 

Un afortunado encuentro  

En aquellos días conoció a Shlomo Zalman Schocken, quien dominaba a la sazón la red de almacenes de Alemania. Circunstancia que cambió dramáticamente al ascender Hitler al poder en 1933. Schocken decidió entonces abandonar su país y fundar en Palestina tanto la editorial que hoy lleva su nombre como el periódico Haaretz. 

La derrota militar de Alemania y la acentuada inflación obligaron a Agnón a buscar trabajo en diferentes ciudades. Conoció entonces a Esther Marx. A su padre -dueño y director de un banco- no le complació esta unión. Pero Esther, mujer independiente que ya había visitado Palestina para estudiar hebreo y árabe, se impuso.

El resultado: contrajeron matrimonio en 1919. Los padres de la novia se abstuvieron de tomar parte en la ceremonia por considerar que Agnón era un modesto y marginal judío de Europa oriental que carecía de título académico y de alguna respetable profesión. Sin embargo, al paso del tiempo aceptaron la elección de Esther. 

Instalado en las cercanías de Fráncfort, Agnón empezó a publicar breves relatos con el permanente estímulo de Schocken, un apoyo que se extenderá a lo largo de su vida e incluso después. En estos años  nacieron sus hijos Emuná y Jemdat, quienes décadas más tarde darán significativo apoyo a su faena como escritor. 

Un inesperado episodio alteró sustancialmente su vida en Alemania. En 1924 un incendio destruyó el edificio donde la familia residía, desastre que incluyó a su amplia biblioteca. Su esposa Esther y los hijos acertaron a escapar a tiempo. Trágico evento que apuró el deseo de retornar a Palestina. 

Jerusalén: nuevo hogar 

Después de la catástrofe, Esther y sus hijos se instalaron en la alemana casa paterna en tanto que Agnón daba los primeros pasos camino a Palestina. En el viaje se detuvo en El Cairo para conocer el museo de Alejandro El Grande y las Pirámides. Días después el tren lo llevó a través del Sinaí a Jerusalén. Resolvió instalarse en esta ciudad a pesar de que Tel Aviv conocía entonces particular dinamismo.  

Por comodidad personal o por crecientes distancias con Esther su esposa, Agnón postergó una y otra vez -con triviales razones- el reencuentro con ella y con sus hijos. Fue entonces importante la intervención de Guershon Shalóm -ya docente en la joven universidad jerosolimitana- al sugerirle a Esther llegar a Palestina sin considerar las reservas de su marido.

Cabe recordar que Agnón había adoptado en estas fechas prácticas religiosas en contraste con su esposa que continuó fiel a nociones seculares.  

Talpiot: un creativo refugio

Con la ayuda del suegro, Agnón adquirió una amplia casa en Talpiot, suburbio jerosolimitano alejado de los principales núcleos religiosos y laicos de la ciudad. 

Su esposa y él contaron entonces con habitaciones privadas, incluyendo a los dos hijos. La amplia biblioteca se ubicó en el piso superior con la suma de una angosta tribuna en la cual –habitualmente de pie– Agnón elaboraba sus textos.     

Esther renunció al cultivo de la cultura y el idioma árabe a fin de auxiliar a Agnón en la revisión y copia de textos, pero jamás se rindió a sus abrumadoras exigencias. Su hermana vivía en Hadera -ciudad alejada de Jerusalén- y hacia allí encaminaba sus pasos cuando la situación se le tornaba intolerable.     

En aquellos días fue amplia y variada la creatividad literaria de Agnón. Dos obras que señalan tránsitos desiguales en su vida merecen particular atención. Una es Tmol Shilshón (Ayer y antiayer) y la otra lleva el nombre de una mujer: Shira. 

Vida y muerte de Komer

La primera contiene retazos autobiográficos – reales y fantasiosos – que Agnón enhebró conforme a las experiencias que había conocido en sus primeros años en Palestina. Su principal personaje es Itzhak Komer, joven ingenuo que abandona la casa de sus padres y llega a estas tierras para redimirlas y redimirse. 

En sus páginas Agnón desnuda los dilemas de un joven judío en un espacio que tiene historia e identidad desiguales. Itzhack busca empleo conforme al culto al trabajo físico predicado por Aharón D. Gordon. Un desempeño que se estimaba ineludible para reconstruir la identidad personal y colectiva de los judíos.

Estas páginas merecieron la atención del crítico Baruch Kurzweil y de la escritora Lea Goldberg. Esbozan los dilemas de una sociedad que oscila entre la consagración al trabajo físico y la tradicional entrega a Dios.  

Cuando el libro vio la luz en los cuarenta ya se conocían los efectos trágicos de la Segunda Guerra y el exterminio del judaísmo europeo. No pocos se preguntaban entonces: “¿Qué hacer? ¿Seguir con la vida secular y la dinámica económica iniciadas en Yafo y Tel Aviv? ¿O apegarse a pautas subordinadas a la piedad del Cielo?

Interrogantes y dilemas que hasta hoy no han perdido ni validez ni presencia. 

Shira 

El impulse erótico no se ausentó de sus textos. Más allá de su tenaz identidad religiosa que adoptó al retornar a Palestina, los impulsos primarios de Agnón no dejaron de gravitar. Están en páginas de un relato que no alcanzó –o no quiso– concluir. 

Sus personajes son Manfred Herbest, su esposa Henrietta y la enfermera Shira, a quien Manfred conoció al acompañar a su mujer al hospital para dar a luz. 

La sensual intimidad de Manfred con Shira -nombre que en hebreo señala también una canción entre festiva y melancólica- tendrá ecos en el relato. Fue para el primero el inicio de una obsesión que encendió su reprimida sensualidad, lo alejó de su esposa e hijos, y concluirá en un hospital para enfermos leprosos.

Shira es un relato que Agnón no alcanzó -o no quiso- concluir. Un año después de su muerte, su hija Emuná ordenó los dispersos fragmentos y en conjunto vieron la luz. Claramente desnudan las urgencias sensuales que Agnón intentó reprimir en su vida.  

El Nobel lo ennoblece

En octubre 1966 le sorprendió el Premio Nobel. Los principales líderes del país y de la Knéset le hicieron llegar cálidas palabras; y múltiples periodistas extranjeros arribaron al país para entrevistarle. 

Compartió la distinción con Nelly Sachs, poetiza judía refugiada desde 1940 en Copenhagen. Un concierto con la participación de Arturo Rubinstein agregó brillo a esta distinción. 

En la entrega de esta alta distinción, las autoridades suecas debieron considerar varias circunstancias: los hábitos vegetarianos de Agnón, la santidad del sábado y su negativa a hablar en público en alemán, único idioma que conocía amén del hebreo e idish. 

Celebridad y muerte

El humano cuerpo tiene su finita lógica. Al acercarse a los 79 años, Esther fue internada en una institución geriátrica. Pocos meses después quebró también la salud de su inquieto esposo. 

Hospitalizado primero en Jerusalén, y más tarde en una ciudad cercana a Rehovot, falleció el 18 de febrero de 1970. 

Yace hoy en el Monte de los Olivos, en Jerusalén.


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