Enlace Judío – Los años siguen su marcha inexorable, y los sobrevivientes del Holocausto son cada vez menos. El inevitable relevo generacional está por alcanzarnos, y tarde o temprano llegará ese momento en el que no queden testigos presenciales del horror que fue el exterminio masivo de judíos a manos de los nazis. Eso, nos guste o no, nos obliga a preguntarnos si realmente es necesario insistir en preservar la memoria de este crimen repugnante.

La respuesta lógica es que sí, esa memoria debe ser preservada. No porque el recuerdo sea terrible, hay que dejarlo de lado.

¿Pero es que acaso no se puede educar a las nuevas generaciones de judíos sin necesidad de enfatizar todo el tiempo, todos los años, lo que ocurrió en el momento más oscuro de nuestra Historia?

No. La identidad judía se basa, precisamente, en la memoria y en la repetición. Incluso, de un modo que podría definirse como obsesivo.

La piedra fundamental de nuestra identidad espiritual se encuentra en el Shemá: Oye, o Israel, el Señor nuestro D-os, es Uno.

Eso lo sabemos todos. Pero el texto no termina allí, sino que continúa: Y amarás al Señor tu D-os con todo tu corazón, con toda tu alma, y con todas tus fuerzas. Y estas palabras que yo te ordeno hoy las llevarás en tu corazón, las enseñarás a tus hijos, las recitarás dentro y fuera de tu hogar, en la mañana y en la noche. Las atarás como símbolo sobre tu brazo y serán un recordatorio entre tus ojos, y las inscribirás en las entradas de tu casa y en las de tus ciudades.

Por supuesto, la memoria del Holocausto no debe sustituir todo aquello que se deriva o se deduce del Shemá. Pero la ruta didáctica está clara en el texto bíblico; el paradigma pedagógico se aprecia a la perfección.

Lo primero que destaca es que el amor a D-os —con todo el corazón, toda el alma y todas las fuerzas— está íntimamente relacionado a la memoria. Y eso es el primer reto para el judío: ¿qué hacer ante la memoria de la tragedia, ante la pérdida irracional de seis millones de los nuestros? Al final de cuentas, es nuestra decisión. Siguiendo los paradigmas de la Torá, tenemos dos caminos frente a nosotros: el resentimiento, o el amor. Y la Torá nos invita a que optemos por el amor. El ejercicio de la memoria es, antes que nada, para agradecer a D-os que aun en el momento más terrible de nuestra milenaria historia, nos permitió resurgir de nuestras cenizas. Apenas tres años después de sobrevivir a los hornos crematorios nazis, el Estado de Israel renació y empezó una nueva etapa para el pueblo judío.

No es venganza lo que buscamos, sino corrección. Tikún Hanefesh —nuestra propia corrección— y Tikún Olam —la corrección del mundo entero—. Así que todo empieza con el amor, pero sigue con la memoria y la repetición. Después de retarnos a recorrer este proceso por la ruta del amor, el texto de la Torá nos dice “llevarás estas palabras en tu corazón”. Esto, en esencia, es la memoria. Y llama la atención que no se enfoque como un ejercicio cerebral; es decir, no es un dato aprendido, no es una fecha, una cifra, una lección de eventos pasados, sino mucho más que eso. Es una experiencia, una convicción, una determinación vital. El corazón es, a fin de cuentas, lo que nos hace vivir. Así que la memoria, en el sentido judío, es el motor que le da sentido e impulso a nuestra misma existencia.

Y sigue: las enseñarás a tus hijos, porque la identidad no es un patrimonio del individuo. No la forjamos ni la conservamos para nuestra propia autocomplacencia. El secreto de la identidad judía es que los judíos entendemos que somos solo un eslabón en una cadena que trasciende fronteras y generaciones, y que se llama Am Israel. El pueblo de Israel.

Por ello la importancia de escoger el amor, de convertirlo en nuestra vocación y la razón de vivir, pero también la de enseñar a nuestros hijos para que anden en este mismo camino.

Las instrucciones que siguen se refieren a la devoción con la que se debe hacer este sagrado trabajo de la construcción de la identidad: hablar de ello dentro y fuera de casa, ponerlo como señales en nosotros mismos y en nuestras entradas (de la casa y de las ciudades). Es decir, hacer la identidad y la memoria el entorno el que nos desenvolvemos todo el tiempo.

El pueblo judío respira su propia memoria justo porque todo lo que hace, dice y piensa, gira en torno a esa memoria.

No es algo que se nos enseñe nada más en el Shemá. También en el Shabat. Cada día de reposo, al bendecir el vino, decimos que ese es “un día para recordar tu creación… y el éxodo de nuestra esclavitud en Egipto”.

Y lo mismo sucede con Pésaj, la festividad emblemática del pueblo judío, que no es otra cosa sino nuestra vocación por preservar la memoria de nuestra historia, tanto de las cosas difíciles, como de las cosas llenas de luz.

Ser judío es recordar; recordar por amor, recordar para darle sentido a la vida.

El Holocausto y la refundación de Israel son los grandes eventos de la historia judía moderna. Son los dos grandes referentes de nuestra memoria reciente y, sin duda, aquello que debemos mantener en la lista de todo eso de lo que hablamos siempre a nuestros hijos, todos los años, por todos los medios posibles.

Duele, pero es mejor aprender a convivir con el dolor, que exponernos al olvido, a la pérdida de la identidad o, peor aún, a repetir el horror de la Shoá.

Si acaso entendemos por lo menos un poco de lo que es el amor, no tenemos mejor opción que refrendar el compromiso y encender otra vez una vela por la memoria de todos aquellos que murieron por el puro hecho de ser judíos.

Es por nuestros hijos, pero también por toda la humanidad.

¡Nunca jamás!

 


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