Enlace Judío México e Israel- En estos días releí las páginas escritas por Aharón Appelfeld en Flores de sombra.

Enhebra aquí los diálogos- entre íntimos y lejanos- entre una madre y el hijo cuando ella resuelve abandonar un holgado hogar en Austria con el ánimo de reunirse con sus padres marginados, en aquellos nebulosos días, en una aislada aldea en el oriente europeo.

JOSEPH HODARA

El año es 1937. Cuando las noticias sobre trágicos episodios golpean múltiples rincones de Europa, la madre apresura su radical decisión.

Una circunstancia facilita estas intenciones. Después de frustradas experiencias que ella había conocido con hombres que apenas captaron la singularidad de sus rasgos, fue sorprendida por la recepción de amplios bienes que un anciano amigo le legó antes de su muerte.

Con estos recursos adquiere entonces un amplio carro movido por dos caballos, y en compañía de su hijo Rudi emprenden un accidentado viaje al remoto lugar donde vivirían sus padres.

En este tránsito y con palabras de amor le reitera a Rudi: …”debes tolerar las locuras de tu madre que contrastan con tu impecable inocencia…”

Al escucharla el adolescente aprieta sus labios, procura ajustarse al caprichoso ánimo de la madre, y conduce el carro y los caballos que surcan lagos y tierras que apenas habían imaginado.

Rudi admira la belleza de su madre, sabe que múltiples hombres la cortejaron y que con sensual entusiasmo a ellos se había entregado. Sin embargo, al término de sus breves aventuras retornaba sola y vacía al hogar como si nada hubiera acontecido.

En estas circunstancias y apegada a su decisión ella inicia junto con su hijo un largo y accidentado peregrinaje por marginales pueblos del oriente europeo.

Rudi le acompaña sin pausas más allá de sus contradictorios sentimientos. Su prolija atención al ánimo y a los tropiezos de los caballos le ayuda a alejar conflictivos sentimientos respecto a su madre.

¿Crees en Dios?

Sin embargo, Rudi no deja de reiterarle una pregunta: “¿Crees en Dios?” A la que su madre, después de algún silencio, responde: “Sin duda alguna pues es la fe que me dieron mis padres.”

Y Rudi objeta: “Sin embargo, tú nada haces por ella.” Y la madre responde: “No importa. La fe de mis padres está en mí y en mí palpita sin pausas… Nunca la abandonaré…”

Entonces Rudi calla pero en su intimidad se dice: “Tiene mi madre fuerza y gracia…Atesora lo que está ausente en mí: la inocencia…”

En este peregrino y largo andar, el carro con los caballos conoce aislados lugares del oriente europeo y descansa al lado de ríos y bosques. Trajín que enriquece a Rudi con múltiples experiencias al tiempo que acentúa el juego de distancias y afinidades con su madre.

Sin interrogantes ni reproches, ambos buscan en este peregrinaje tanto la identidad perdida como un futuro algo más promisorio.

Con apretadas y breves frases Appelfeld acierta aquí a describir las afinidades y los desencuentros entre una madre y el hijo cuando ambos exploran rincones de Europa abrumados por signos de una nueva y áspera violencia contra los judíos.

En los últimos tramos de este accidentado y largo peregrinaje, la madre resuelve adelantar el rumbo hacia el hogar de sus padres, dejando atrás- débil y solitario- a Rudi que con conflictivos sentimientos le había acompañado por aislados lagos y cerros. Y desde aquí nadie sabrá su destino.

Abrumado por la soledad y la violencia que se repiten en el camino, Rudi recoge en este andar a una solitaria adolescente judía violentamente desprendida de su familia.

El diálogo los acerca, y en el camino encuentran a múltiples familias judías que se arrinconan pasivamente en estaciones del tren.

¿Por qué y hacia dónde? Rudi y su compañera preguntan en el lugar. Y reciben en respuesta un inquieto silencio.
Rudi imagina entonces que en algún vagón los padres de su madre y ella misma se habrían asilado voluntariamente, sin resistencia alguna, con rumbo a un ignorado destino.

Inverosímiles circunstancias que Rudi y su compañera apenas pueden descifrar. Y preguntan: “¿dónde están los judíos? ¿adónde los llevan? ¿qué mal hicieron?”

Y se topan con un modesto gendarme que les responde: “Son judíos… ¿cabe explicar? …”

El desconcierto los aplasta. Entonces en silencio, sin protesta alguna, Rudi y su compañera se recogen en la estación y aguardan a algún tren.

Esperan y se preguntan: “¿Dónde está? ¿Por qué se demora?” Y en respuesta escuchan por fin un lento rodaje de ruedas. Dos vagones se arrastran en silencio, y en silencio Rudi y su joven amiga trepan en ellos con rumbo a algún ignorado y final destino.

Apretadas e ineludibles páginas en las que Appelfeld lanza un grito contra la oscura y temible pasividad. Una vez más – así y aquí – recuerda su temprana adolescencia que conoció los abismos y las alturas del odio.


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