Enlace Judío México e Israel- Vladimir Putin. Sus biógrafos lo describen como un niño chiquito y bulleado frecuentemente, que a base de dedicación y disciplina aprendió a sobreponerse a todo y todos.

Judoka primero, consentido de la KGB después para hacer una carrera universitaria —leyes— y luego trabajar en la propia agencia, ruso decepcionado por el colapso que provocó el regreso a la ortodoxia marxista ordenado por Brezhnev, nostálgico de los años dorados del zarismo, funcionario eficiente cuyo acceso a toda la inteligencia financiera rusa lo puso en la situación perfecta para controlar a placer a los oligarcas que empezaban a enriquecerse —no siempre de manera legal— en tiempos de Yeltsin, heredero del poder y estadista que durante mucho tiempo se ganó fama de brutal, pero asertivo, calculador y frío, retador, pero siempre consciente del momento en que debía aflojar la cuerda.

Todo eso era Putin hasta inicios de este año.

Y, repentinamente, toda esa imagen y prestigio construidos durante cuatro décadas de fieles servicios a su amada Rusia, se han desplomado. El Putin que hoy aparece ante el mundo es uno desconectado de la realidad, ensimismado y que sólo escucha a quienes le dan noticias edulcoradas, obsesionado por invadir y doblegar a un país que está derrotando alarmantemente a las tropas rusas, perdido en sus propias cavilaciones y obsesiones, y profundamente ineficiente en la gestión de un conflicto que ni siquiera era necesario.

¿Qué le pasó?

Irving Gatell nos explica lo complejo que son estos casos. Por ejemplo, que la psicología individual de un líder político nunca estará por encima del peso de los procesos históricos y las dinámicas sociales; pero que sería un error no tomar en cuenta ese detalle, especialmente cuando hablamos de una combinación que nunca es buena: un líder con una psicología compleja y frágil, pero que llega a conquistar el poder absoluto.
Lo que estamos viendo en Rusia es la tragedia de un hombre que ha cruzado el umbral debajo del cual era un estadista eficiente, y se ha internado en el territorio en el que simplemente es un pobre inepto.

¿Qué es lo que podemos esperar de Putin, de la guerra en Ucrania, y de Rusia?

El panorama no es alentador en ninguno de los tres casos. En general, los analistas coinciden que esto marca el inicio del colapso de Vladimir Putin. Su imagen está muy dañada; su poder real, todavía más. Aunque tenga el apoyo de un amplio sector de la población rusa, su fallo ha sido estrambótico y su gente cercana ya no lo ve —ni volverá a verlo— como ese líder absoluto e indestructible que siempre se esforzó en ser.

La guerra, por su parte, no tiene futuro. Rusia va a ser derrotada, incluso si deja a Ucrania completamente destruida. Lo único que tiene Rusia es su gran armamento, pero eso tiene un límite. Las sanciones occidentales han puesto a Moscú fuera de la posibilidad de comprar toda esa tecnología, o todos esos componentes, que siempre le fueron indispensables para que su maquinaria militar estuviese bien aceitada. China podría ayudar, pero ya ha sido amenazada que más le vale no meterse, porque se expondría a sanciones similares a las que ya pusieron sobre Rusia. Y los chinos tampoco están en condiciones de soportar sanciones severas, así que mantendrán su postura pragmática y moderada.

Sin esa tecnología o esos componentes, el ejército ruso tiene fecha de caducidad. Ya no están fabricando tanques, así que cualquier pérdida en Ucrania —y son muchas, y seguirán siéndolo— es pérdida total. Pronto la aviación estará en la misma situación.

Ucrania va a quedar destruida, pero Rusia va a perder la guerra. Ucrania, además, será reconstruida por occidente y luego integrada a la Comunidad Europea y a la OTAN, por lo que todas sus expectativas de recuperación son tan positivas como inmediatas. ¿Y Rusia? Seguirá sufriendo el efecto de las sanciones hasta que cambie de régimen. Hasta que se vaya Putin.

El asunto es, potencialmente, peor.

La guerra ha demostrado dos cosas: una, que las tropas rusas son pésimas en el campo de batalla, y dos, que su armamento es viejo, semi-obsoleto, y que no podrá ser restablecido o reparado. El riesgo que eso implica es que los grupos separatistas de las diversas provincias rusas pueden ver el momento de levantarse en armas contra el Kremlin.

Si se llega a cierto nivel de colapso, Vladimir Putin no tendría forma de controlar esa situación. Hay analistas que ya han señalado que si esto llega a sus consecuencias más extremas, podríamos hablar del fin de Rusia tal como le hemos conocido durante más de mil años.

Y en medio de todo esto, un líder que, para sorpresa de muchos, perdió la brújula, y que parece estar más obsesionado con complicar las cosas, que con resolverlas.

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