Enlace Judío.- El pasado lunes murió Boris Pahor, la voz eslovena del Holocausto, autor de ‘Necrópolis‘ y eterno candidato al Nobel de literatura.

En Necrópolis, plasmó su experiencia en un campo de concentración y, con ella, el escritor esloveno  alcanzó la fama mundial.

En su nota Boris Pahor, recordad el Holocausto publicada en La Vanguardia, Antonio Lozano recuerda al doble sobreviviente, primero del fascismo italiano y luego del nazismo, que convirtió unas experiencias traumáticas del pasado en un testimonio literario arrojado al futuro: a no olvidar, a no reincidir en episodios históricos de una oscuridad insoportable.

“Leo a Spinoza a diario y me consuela. Spinoza dice que Dios y la naturaleza son lo mismo. Mantiene que la inteligencia humana se unirá a la misma fuerza que hace crecer los árboles y todo. Soy panteísta”. Boris Pahor hablaba así un día de verano de 2016 en Palma de Mallorca, cuando presumía de sus 102 años.

La idea de aferrarse a la existencia con el propósito de transmitir un relato personal cargado de valor definió su figura.

Como si temiera que su desaparición física pudiera contribuir a difuminar lo que la humanidad debería tener grabado a fuego en la conciencia, quizá consciente del poder simbólico que emanaba del hecho de ser la persona más anciana en sobrevivir al Holocausto, Boris Pahor se resistió a despedirse de este mundo hasta que sucumbió a los 108 años en Trieste, su ciudad natal.

Miembro de la minoría eslovena de esta ciudad, donde ejerció de profesor de literatura italiana y eslovena tras graduarse en Padua, el estallido de la Segunda Guerra Mundial le forzó a enrolarse en el ejército italiano –llegando a combatir en Libia–, pero tras el armisticio se unió a las filas partisanas. Su compromiso con la resistencia antifascista acabó condenándolo a un periplo infernal por diversos campos de concentración nazis, entre ellos Dachau, Harzungen y Bergen Belsen.

A imagen de Primo Levi, Robert Antelme, Jorge Semprún o Irme Kértesz, Boris Pahor supo encontrar en la literatura un modo de procesar y compartir unas vivencias que luchaban contra la inteligibilidad y comunicabilidad humanas.

En Necrópolis, su obra más emblemática, un hombre visita junto a un grupo de turistas el campo de concentración de Natzweiler-Struthof, sobre los Vosgos, para acabar revelando su condición de exdeportado. Aquello que para sus compañeros de excursión tiene la categoría de museo bien conservado y con cierta voluntad didáctica, para él es una apertura salvaje de compuertas al dolor y la humillación sufridos décadas atrás en aquel lugar en el que el hambre, el frío, la violencia y la humillación conspiraban para destruir el alma de los internos.

Considerado uno de los grandes testimonios del Holocausto, Necrópolis describe el mismo infierno con una “precisión aguda y fría”, según la descripción de Claudio Magris.

Boris Pahor decía que se hizo escritor por Dostoievski. “Por los humillados y los ofendidos. Siempre me he visto a mí mismo como un documentalista de lo que he vivido”, comentaba. Lo decía un hombre que tiempo atrás arrastró su cuerpo menudo por hasta cinco campos de concentración: Struthof-Natzweiler, en los Vosgos, Dachau, Dora, Bergen-Belsen y, finalmente, Buchenwald, donde fue liberado.

Igual de denunciativo, pero al mismo tiempo con una vertiente más cálida en la que nos transporta a su infancia, su obra La pira en el puerto es una carta de amor a la cultura eslovena y a Trieste, al tiempo que una loa a su lucha contra el autoritarismo, gestos no inmediatamente correspondidos en su patria, ya que su crítica al comunismo le convirtió en persona non grata. Hasta 1992, año en que recibió el Premio Preseren, máximo galardón de las letras eslovenas.

Tardíos fueron en general los reconocimientos y traducciones de sus libros, en su mayoría desplegados a lo largo de este siglo; fue clamorosamente ignorado en Italia, prueba de ello es que la RAI no lo entrevistó hasta 2008, Francia no le concedería la Legión de Honor hasta 2007. Tampoco la Academia Sueca le concedió el premio Nobel pese a que su candidatura fue recurrente.

A pesar de todo, el cronista de los campos de concentración tuvo fuerzas para seguir escribiendo hasta los 99 años entendiendo que el sentido de su obra lo trascendía.

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