Enlace Judío México e Israel – Llevo meses pensando en la ardua labor de los trabajadores de la salud. No tengo duda de que la pandemia por COVID-19 fue un lente magnificador no sólo porque de pronto se amplificó su hermosa labor y repentinamente tuvieron que manejar pacientes enfermos de una condición que nadie conocía, limitados por recursos y herramientas para ayudarlos, sopesando un enorme riesgo de contagio, siendo testigos de una gran cantidad de muertes, inmersos en la frustración por la desinformación, viviendo la dificultad de las condiciones de trabajo, sufriendo la incertidumbre de hasta cuándo, y por las decisiones tan difíciles que tuvieron que asumir en el inminente triage cuando los hospitales estaban saturados.

Justamente hace unos días en el New York Times una doctora de Boston describió cómo los médicos residentes que están ahora graduándose de su especialidad nunca vivieron la dinámica hospitalaria pre pandemia, como era: entre otros detalles, los nuevos especialistas no habían tenido que practicar el convivir e incluso reportar el estado de sus pacientes a las familias ya que les era prohibido visitar.

Pero también ese lente magnificador fungió como una ventana hacia el mundo de la salud. La sociedad nos sentimos hoy más cerca y vulnerables ante lo esencial que son los médicos y trabajadores de la salud; incluso al principio, colmados de gratitud, aplaudíamos con sartenes su servicio y entrega. Claramente COVID-19 dejó huella en la percepción que los ciudadanos tenemos sobre ellos, así como con la llegada de Neil Armstrong a la luna más jóvenes quisieron estudiar ciencia.

Hoy no es casualidad que cada vez son más los que quieren estudiar medicina, ir a carreras de enfermería, de salud pública. Sin duda los trabajadores de la salud son nuestros héroes pandémicos, pero todo esto ha conllevado un enorme costo. No sólo México es el país que ha visto más trabajadores de la salud perder la vida durante la pandemia, sino que tenemos ya el sistema de salud tan erosionado, con las olas y olas incesantes, que seguramente están abrumados, cansados, … como se dice en inglés: burnt out.

Es por ello, que hace unos días, cuando en uno de los tantos chats compartieron un manual para el manejo del estrés del médico no dudé en descargarlo y echarle ojo para aprender aún más. Y algo que me llamó la atención fue la definición de estrés que los autores de esta guía de autoayuda proponen como un término que involucra TRES factores a la vez: “ES-TRES”. Por un lado el es-trés resulta de vivir un estímulo estresante (como la privación de sueño, la sobrecarga de trabajo, la presión), otro es la respuesta de estrés (que puede ser una elevación de tensión, de irritabilidad, de angustia y ansiedad), y por una relación o transacción de estrés (como una mala comunicación, conflictos interpersonales, falta de soporte y ayuda). Es-tres: estrés. Visto de esta manera, el estrés es lo que me afecta, cómo me afecta y la relación con el entorno.

El concepto me pareció algo interesante y pertinente para compartir ahora en la 5ª ola por COVID-19. Ahora que nos afecta la estrepitosa elevación de casos, y en que debemos decidir cómo nos afecta y nuestro estado de riesgo frente a ella. Veamos.

Luego del tsunami que vivimos en enero de 2022 causada por la subvariante BA.1 de ómicron, y que ocasionó más de un cuarto de millón de casos confirmados en el país, tuvimos una pausa; unos meses de tregua. En ellos, en vez de trabajar por construir laderas para que las olas siguientes sigan un cauce más controlado, a nuestro modo y convenir, (porque ya sabemos que el virus no va a desaparecer), se decidió dejarlo a la deriva y se prefirió voltear la hoja. Pretendiendo que la pandemia ya había terminado.

Y esa contagiadera por ómicron nos daría un pase en automático hacia la endemia.

Pero todos sabemos que no es, ni fue así. No nos dedicamos a armar una estrategia para que las siguientes olas fueran un poco menos invasoras, destructivas, desastrosas. No. Más bien aprovechamos para disimular que ya no había COVID-19 e ignorar por completo lo que ya cuatro veces este virus nos había advertido.

La endemia, como ya lo hemos dicho, llega cuando hay una circulación viral controlada. Ojo que no significa que COVID-19 ha cambiado de severidad, la endemia habla solamente de la forma en que ocurre su propagación no sobre la enfermedad en sí. Es cuando sabemos cuántos casos hay, y en dónde, cuando los sistemas de salud pueden prevenirse y prepararse para recibir a los pacientes que lo requieren, cuando las estrategias de prevención siguen siendo prioritarias, cuando la transmisión se mitiga gracias a medidas implementadas y cuando existen formas de mejorar las condiciones y pronósticos de salud de las personas que se enferman.

Hoy en México no hay endemia, seguimos como una balsa subiendo y bajando la marea según la energía de cada variante. Claro que el tener a 6 de cada 10 mexicanos vacunados con esquema inicial, y a 31% con refuerzo ha reducido la hospitalización, las complicaciones y las muertes por COVID-19; sin embargo no seamos conformistas. Las vacunas son una excelente herramienta pero se requiere mucho más. Aún vemos muertes por COVID-19 que podrían ser evitables.

Hay una frase que me encanta y que dice que los “desastres no son naturales”, esto lo escuché por primera vez en un curso de la Red Mexicana de Periodistas de Ciencia donde un expositor de la Oficina de las Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres (UNDRR) nos explicó que “los desastres naturales no existen. Los desastres son siempre el resultado de las acciones y decisiones humanas…”. En la sesión nos aclararon que los fenómenos sí son naturales: los huracanes, temblores, tsunamis, tornados, …pero que en sí el desastre depende de la preparación que se tiene en cada lugar.

No es lo mismo una inundación en una región sin preparación que una en una localidad que ha tomado las medidas necesarias para enfrentarla. Requiere decisión, voluntad, acción. No por nada hacemos continuamente simulacros de sismos en la Ciudad de México y construimos nuestros edificios pensando en posibles terremotos. Por supuesto que lo que no queremos son los desastres: pero es que los fenómenos son prácticamente inevitables. Pero para ello hay que identificar el riesgo y prepararse de acuerdo a él.

Así, de la misma forma, requerimos estar preparados para recibir próximas olas por COVID-19, e incluso para eventuales próximas emergencias de salud que sólo pretenden aumentar en frecuencia, como ya lo mostró la incipiente epidemia global de viruela de mono que la OMS está por quizás declarar como una PHEIC (Emergencia de Salud Pública de Preocupación Internacional).

Tal cual lo dijo hace unos años Larry Brilliant, uno de los epidemiólogos que trabajó por la erradicación, gracias a la vacunación, de la única enfermedad que se ha eliminado del planeta, la viruela: “las epidemias son inevitables pero las pandemias son opcionales.” Todo recae en la preparación: preparedness.

Así que, ¿cómo prepararnos? Y ya lo hemos dicho, para evitar descontrol en las siguientes olas por COVID y poder decir que estamos en endemia los países deben: monitorear aguas residuales haciendo muestreos y pruebas de PCR periódicos de los desagües para detectar posibles incrementos de casos y tomar medidas locales a tiempo, (recordemos que arrojamos virus hasta dos días antes de iniciar con síntomas,) y checando las aguas negras se puede estimar la magnitud del crecimiento de casos con antelación sin tener que depender de que las personas se hagan pruebas.

Poco a poco las métricas de COVID-19 van a ir tornándose cada vez más en hospitalizaciones y muertes, que en seguir registrando los casos, los pocos que se hacen pruebas apenas si reportan el resultado positivo. Hoy tenemos por ello una positividad promedio de casi 35%, es decir de cada tres pruebas que se hacen en México, una es positiva… esto es altísimo, estamos haciendo pocas pruebas: la OMS pide positividad de 5% para sugerir buena visibilización de la situación de la epidemia.

Hoy sabemos que casi tendríamos que multiplicar por 30 o 50 los casos oficiales… hablaríamos de aproximadamente 2 millones de mexicanos en este momento con COVID activo, quizás 1 de cada 60 cursando la enfermedad.

También, no sólo COVID-19, sino que hoy vemos varias enfermedades circulando al mismo tiempo, algunas causando coinfecciones, como gripas comunes, virus respiratorio sincicial e influenza, que anda circulando muy fuera de temporada… por lo que mejorar la ventilación SIEMPRE, es vital para disminuir la transmisión de estos patógenos. Ya aprendimos que la calidad del aire sí importa, es fundamental.

Así, instalando filtros HEPA en el aire acondicionado o haciéndolo en casa en los ventiladores de pie, o colocando luz UV dentro de los ductos o bien, haciendo lo más practico, económico y eficiente: ¡abriendo ventanas! Históricamente no hemos diseñado nuestros espacios tomando en cuanta el aire, nos preocupamos por la arquitectura, por la luz natural, por la estructura, pero no por procurar la calidad del aire del interior. COVID-19 tiene que cambiarlo. En oficinas, espacios comerciales, colegios; en todos lados.

También, como la inmunidad no es vitalicia hay que seguir vacunando, aplicando esquemas iniciales a grupos que no han recibido ninguna dosis y dando refuerzos a los que ya la recibieron hace tiempo. Pero además, a pesar de estar vacunados, aun hay personas de alto riesgo que por su edad o comorbilidades puede tener complicaciones, y para ellos, ya existen antivirales orales que se pueden tomar en cuanto estas personas tienen una prueba positiva, Paxlovid y Molnupiravir, que reducen el riesgo de requerir hospitalizaciones y que ya fueron autorizados por COFEPRIS desde enero de 2022: y aún no los tenemos disponibles en el país.

El Instituto de Métricas de Salud de la Universidad de Washington (IHME) estima que si seguimos como vamos tendríamos en México para el 30 de septiembre 102 muertos al día por COVID-19, mientras que si comenzamos con la distribución universal de antivirales a partir del 15 de julio tendríamos 79 fallecimientos al día, y si usamos el cubrebocas se reduciría a 32 fatalidades diarias. Es decir, sí tenemos cierto control sobre nuestro destino. Por qué no hacerlo.

Al final de cuenta, en esta 5ª ola por COVID-19 no queda más que reconocer qué nos estresa y recordarte que tu cubrebocas, las vacunas, el evitar espacios saturados de gente y mal ventilados seria ideal: reduce tu riesgo. Pero más allá de ello, esta 5ª ola nos sirve para calibrar nuestro equilibrio, y ejercer lo aprendido, porque en esta ola vamos surcándola solos.

Hay que recordar que el riesgo de cada quien depende siempre de tres elementos: del peligro, en este caso el virus que es una subvariante de ómicron capaz de causar reinfecciones incluso en personas que tuvieron COVID-19 hace poco; de la vulnerabilidad de cada quien, que depende de tus condiciones de salud, edad y estado de vacunación; y de la exposición que decidas asumir: comer en un restaurante al aire libre o festejar el día del padre en casa. Así que ahí esta.

Ya tienes las herramientas para surfear esta nueva ola, y las que siguen: maneja tu riesgo según tu vulnerabilidad personal, el peligro intrínseco del virus y la exposición. Recuerda que el riesgo de tener secuelas de Long COVID es latente, aún no sabemos qué predispone que algunos los evitemos y otros tengamos esos fastidiosos síntomas persistentes. Seguimos aprendiendo del virus, y de la enfermedad aguda y crónica que provoca.

Y finalmente, si te quedaste con la duda de cómo podemos prepararnos para evitar próximas pandemias te recomiendo que revises el más reciente libro de Bill Gates, excelente y fácil de leer, que propone precisamente un algoritmo para que como planeta, como humanidad, estemos mucho mejor preparados para enfrentar cualquier amenaza emergente de salud y no nos vuelvan a agarrar por sorpresa y tan inocentes como fue con el coronavirus.

¡Cuídate! ¡Es tu salud y la de los tuyos!

Texto dedicado al Dr. Francisco Moreno Sánchez, quién se convirtió en el médico y guía de quienes requeríamos timón, a mis amigas colaboradoras médicas que admiro por su profundo amor y lealtad a la ciencia, y a todos los trabajadores de la salud de México que a pesar de las circunstancias lo dieron todo por mantenernos vivos.


 

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