Enlace Judío México e Israel – La aproximación de las vacaciones siempre me genera emociones ambivalentes.

Por un lado, la anticipación, las ganas de cambiar de aire, de estímulos, de ideas. Las ganas de descansar, de renovarse, de ver con otros ojos tu vida al cobrar cierta distancia de tu rutina. No solo la de como acomodas tu horario, sino tus rutinas de pensamiento y emocionales.

Por otro lado, la sensación de saber que en más de una ocasión no me ha ido bien en vacaciones. Estoy en lugares increíbles, pero mi cabeza está en otro lugar. No en la oficina, no en el presente. Como en un limbo.

Lo que empiezo a sospechar es que, aunque siempre he culpado a algún evento de causar mi desconexión (la renuncia de alguien, algún problema en la oficina, la caída de ventas), me doy cuenta de que tal vez soy yo mismo el que se agarra de cualquier pretexto para hacer un círculo de escasez cuando ando de vacaciones.

Uno de los ataques de ansiedad más importantes que he tenido sucedió justo al entrar al Hotel St. Regis de Punta Mita para celebrar mi matrimonio de cinco años. Si has visto las fotos de ese hotel lo menos que te transmiten es ansiedad, pero yo solo recuerdo estar sentado en la recepción con mi bebida exótica esperando al carrito de golf, complemente ausente porque mi ansiedad estaba segura de que el director de mi empresa iba a renunciar en poco tiempo.

Otra vez que también estuvo horrible -y esta sí tuvo más que ver con un evento exterior que con mi ansiedad anticipatoria- fue justo al aterrizar en Nueva York para un viaje de cuatro días que llevábamos años planeando. Tan pronto tocamos tierra sonó mi celular y uno de los directivos de la empresa que yo representaba me dijo que la compañía estaba a punto de tronar. Fueron cuatro días de caminar por las calles de Manhattan como zombi. Enojado porque los timings fueron así, incrédulo ante la situación y desesperado por su inminente fatalidad.

Tengo expectativas raras con las vacaciones: quiero que sean una burbuja de tiempo y espacio donde nada de afuera me toque por esos días preciados. Quiero que se detengan los flujos normales de la vida. Los familiares, los laborales y los mundiales. (Cosa que me pegó en fuerte contraste cuando hace seis años aterrizamos en París y nos evacuaron corriendo del aeropuerto porque un sospechoso había aventado unas maletas a unos metros de donde estábamos y activaron la alarma de bomba).

El mundo no se detiene y la vacación está más en mi cabeza que en la suerte o no suerte de que sucedan cosas. De hecho, me atrevo a decir que la vacación existe justo porque suceden cosas y logro engancharme de una forma sana con aquello que no salió como esperaba que saliera.

Esa es la primera creencia.

La segunda creencia que me hace sentir así, es la creencia de que soy impotente. Cuando un gran problema o un mini-problema sucede mientras estoy fuera de mi escritorio y mi rutina, mi preocupación se eleva al triple porque siento que no tengo los recursos para atenderlo.

Entre que me peleo con la aceptación del problema y con la idea de que no puedo hacer nada al respecto, se desencadenan días y hasta semanas de pasármela mal.

Me siento cansado, victimizado, enojado, frustrado, perdido, solo.

Me siento ausente y culpable de no poder disfrutar con mis hijas y sobre todo por cargarle a mi esposa mi cara de perrito desesperado.

Ahora que estoy por irme, no me da tanto miedo lo que pueda pasar, sino lo que pueda pasarme a mi. No le tengo tanto miedo al evento sino al estado emocional, como diría mi terapeuta.

Y como ya he estado en ese estado varias veces, casi pareciera que mi cuerpo espera cualquier gatillo para entrar en ese mundo incómodo, pero al menos conocido.

¿Qué queda hacer ahora?

Hacer trabajo preventivo antes de irme, proactivo estando allá y reactivo en caso de que suceda algo.

Trabajo preventivo

Lo preventivo es sanar mis heridas de viajes pasados para que las memorias emocionales se integren y no salgan a flor de piel con el mínimo estímulo. Por eso escribo esto. Para sanar en público, para adueñarme de la historia, para aceptar y en algunos casos perdonarme por haber reaccionado así en el pasado.

También es preventivo recordarme, en cada respiro que doy desde ahora hasta abordar el avión, que mis creencias básicas no son reales:

1. La expectativa de que las vacaciones son una burbuja es irreal y peligrosa.
2. Soy potente (es que no sé cómo decir en positivo que “no soy impotente”).

Decírmelo en cada respiro, cada vez que escribo en mi diario, cuando hago ejercicio, antes de dormir y cada segundo que pueda. Las creencias se crean en menos de 30 segundos, pero tardan años en poder cambiarse. Y solo se puede lograr con mi esfuerzo activo y constante.

Trabajo proactivo

Mientras estoy allá me quiero enseñar a estar allá sin tener que olvidarme de que también estoy acá. Esto no significa checar mi correo y Whatsapp cada cinco minutos, ni tampoco depender de que no haya llegado un mensaje preocupante para poder disfrutar la cena.

Lo que quiero decir es que al estar allá siempre sucederán cosas y tengo dos opciones: Detenerme en un café y atenderlas o seguir con mi día y atenderlas después. En cuyo caso, no puedo pretender que, si decidí atenderlo después, mi mente no trabaje en ello mientras veo a mis hijas dar vueltas en el carrusel o cuando me pidan ir a tomar un helado.

Si decido atender algo después, tengo que hacer un doble esfuerzo para estar con ese tema que se quedó en México junto con el tema que tengo enfrente en esta otra ciudad. Al mismo tiempo. Y tratar de sonreírle a ambos.

Trabajo reactivo

Supongamos que algo sucede. ¡Obsérvate!

Observa tus emociones, observa lo que instintivamente tu cuerpo y tu mente hacen. Si logras la observación, ya estás. (por cierto: cuando me hablo en tercera persona es para aumentarle solemnidad a la lección, y porque usualmente así me hablo a mí mismo cuando quiero aprender algo).

Ahora, como bien te conoces, aunque te digas “¡obsérvate!”, esto no va a suceder. Vas a reaccionar, te vas a victimizar, te vas a enojar, te vas a preocupar, vas a tener muchas emociones circulando en tus venas y todavía no tienes tan desarrollada tu capacidad de observar, o más bien, no es una capacidad que puedes activar con voluntad mental exclusivamente.

Entonces sin pensarlo: haz las respiraciones de Tony Robbins, vete a correr y escucha un podcast inspiracional, haz lagartijas hasta que no puedas más, ponte la meditación guiada del ho’oponopono, haz yoga, agarra tu celular y grábate mensajes de voz hablando de tus emociones (por alguna razón escribir usualmente no sirve de mucho en estos casos), agarra una raqueta o una almohada y da unos buenos golpes y si no hay nadie en casa, da esos golpes mientras gritas también. Sácalo y muévelo de verdad antes de sentarte a hacer un plan de acción.

Ahora, aquí puedo poner muchos quotes que me han servido y me seguirán sirviendo. Pero este es el que se viene a la mente:

“The luxury I advocate has nothing to do with money. It cannot be bought. It is the reward of those who have no fear of discomfort”, JEAN COCTEAU.

Recuerda que las vacaciones no son vacaciones por no tener sensaciones incómodas, sino por no tenerle tanto miedo a las mismas. Si se puso incómodo, hoy, en 2022, puedes tomarlo como una oportunidad para alquimizar la forma en la que has vivido tus vacaciones en el pasado. Para continuar educándote acerca de que así es la vida, y vacaciones o no, las cosas pasan todo el tiempo. Las promesas del check-in en un hotel y las promesas del check-out de la oficina son ilusiones que hay que recalibrar constantemente.

Y, como también has medio aprendido en tu vida, todas las incomodidades son regalos en potencia. Siempre y cuando no les hagas un check-out emocional. Como si eso de verdad se pudiera.

Ahora, lo más importante: Gratitud.

¿Sabes cuánta gente quisiera poder estar en tus zapatos y darse terapia anticipatoria antes de un viaje transatlántico?

La gratitud es la única forma que conoces para sentir y saber que no eres tú el que mueve los hilos de la vida.

Agradece.
Y agradece.
Y agradece.

Esa es la vacación.

Antes, durante y después de las vacaciones.

-o-o-o-o-o-

Por último, mi esposa me dijo dos cosas:

1. Si algo pasa en el viaje y te empiezas a estresar por el futuro, vas a sentir que estamos malgastando el dinero.
2. Que te la pases bien en el viaje depende de si consigues algo a buen precio. (Si algo costaba 10 y pagaste 8 la vas a pasar bien y si no, no).

Tiene razón. Tiene tanta razón que lo pongo aquí para que sepa que la escuché, que sepa que me avergüenzo, que sepa que también veo que estas creencias no son mi culpa y que me siento afortunado de verlas y quererlas cambiar. Y especialmente para irme de vacaciones y saber que los viajes son para lo único que quiero mi dinero y para dejar de pensar que el precio de las cosas es lo único que refleja su valor.

Es todo.

I´ll see you on the other side.


 

Las opiniones, creencias y puntos de vista expresados por el autor o la autora en los artículos de opinión, y los comentarios en los mismos, no reflejan necesariamente la postura o línea editorial de Enlace Judío. Reproducción autorizada con la mención siguiente: ©EnlaceJudío