Enlace Judío – El primer día de noviembre los israelíes se dirigirán a las casillas por quinta vez en tres años. Es difícil pronosticar los resultados, las alianzas, las traiciones y el drama que inevitablemente azotará a un país mareado de elecciones. No obstante, hay algo que puedo asegurar sin miedo a equivocarme: ni los votantes ni los principales políticos van a hacer del asunto de Palestina su prioridad.

Como ha ocurrido por la mayor parte del siglo XXI, todas las propuestas relacionadas con los territorios ocupados serán abordadas de forma ambigua. “Hay que contraer el conflicto” dirán algunos, otros declararán que “no habrá un estado palestino por ahora” y unos cuantos más se saldrán por la tangente.

Para la mayoría de los votantes, la ambigüedad no representará ningún problema. El statu quo es cómodo para las masas. Mientras pacifistas y colonos se pelean ferozmente, lo más fácil es voltear hacia otro lado. Cada vez más menos israelíes priorizan el conflicto con Palestina a la hora de votar, volteando hacia temas como la religión o la economía para decidir.

Puede ser que la desesperanza se haya apoderado de un público agotado por olas de violencia, vueltas en círculos y medio siglo de negociaciones sin fin, pero ignorar el problema no lo hará desaparecer.

Sin un plazo para llegar a una solución, es más sencillo dejar los asuntos al futuro para que los resuelva. Todos hemos estado en esa situación, procrastinando una tarea con la que da flojera engancharse.

No vamos al dentista hasta que aparece una endodoncia, no estudiamos para el examen hasta tener que quedarnos despiertos toda la noche anterior o no lavamos los platos hasta que no haya vajillas limpias para comer. En palabras de Gabriel García Márquez, “el que espera mucho puede esperar poco”.

Se dice que la procrastinación es la asesina de la oportunidad. Los políticos israelíes y sus votantes deben aprovechar la decreciente ocasión de negociar una solución de dos Estados antes de que la profecía de Amos Oz se vuelva realidad: “Si no hay dos Estados, habrá uno. Si hay uno, será árabe.”

Más allá de la violencia récord de colonos israelíes hacia árabes en Cisjordania, el derecho de autodeterminación del pueblo palestino y la ineludible creación de un régimen desigual del Mediterráneo al Jordán — temas que por su propio peso deberían hacer prioridad una solución al conflicto — la existencia propia de Israel como un Estado judío está en riesgo.

Después de 2000 años de exilio y una infinidad de persecuciones, sentarse de brazos cruzados a ver el derrumbe de un hogar seguro para los judíos del mundo sería un acto terrible de autosabotaje.

Va a llegar un tiempo en el que los asentamientos estén tan esparcidos en Cisjordania que una división de dos Estados no va a ser viable. En ese momento, Israel se va a ver obligado a decidir si crear un país democrático en el que los judíos sean minoría o un Estado en el que la población palestina no tenga los mismos derechos que la judía.

Si eligen la primera, el propósito sionista de un hogar propio habrá desaparecido. Si eligen la segunda, estarían creando una nación abiertamente apartheid sin ningún tipo de respaldo internacional, obligándolos a regresar a la primera opción.

El laberinto sin salida se puede evitar interactuando con el elefante en el cuarto antes de que sea muy tarde. No habría mejor idea que comenzar desde este periodo electoral, pero mantendré mis expectativas bajas.

 


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