Enlace Judío – Rosh Hashaná y Yom Kipur nos invitan a la introspección, el perdón y la reconciliación, a buenos propósitos y oraciones para un Año Nuevo feliz y saludable. Rosh Hashaná, el Año Nuevo Judío, es un momento de oración, reuniones familiares, y de comidas festivas.

Desde Elul, pensamos en nuestros deseos, nuestros sentimientos, nuestros valores, nuestras opiniones, nuestras acciones, nuestro entorno. Y, sobre todo, el hecho de que somos libres de analizar todas estas cosas: y podemos tomar conciencia de nuestras aspiraciones, emociones, valores, sentires, gestiones y ambiente.

Pero, ¿Tenemos realmente poder sobre estos elementos? ¿Quizás seguimos teniendo los mismos deseos, sentimientos y pensamientos, seguimos actuando de la misma manera? Tal vez sí.

Pero también podemos cambiar.

Nuestra tradición y nuestra historia como pueblo, creen que tenemos este poder, que la Teshuvá – el arrepentimiento, el encomio, y la penitencia, la Tefilá –la meditación, la plegaria y la oración y la Tzedaká – la caridad, el altruismo, la beneficencia- son los medios para repeler el destino de la repetición eterna de nuestras vidas.

Los textos tradicionales y las fiestas son un punto de apoyo para que demos un paso atrás y hagamos una vuelta al interior. Los pasajes del Majzor –el devocionario de la festividad- nos abren al pensamiento crítico.

Pero, a veces, la fiesta nos cubre de tal manera que no podemos ver más allá del ceremonial y las reuniones.

Como enseñara el Rav Joseph B. Soloveitchik ZT”L la respuesta requerida al shofar, a la que el Rambam se refiere como el despertar del sueño, es la comprensión abrupta y trágica de que las falsas suposiciones sobre las que construimos nuestras vidas se han estrellado ante nuestros ojos. Nos sentimos sacudidos por la repentina conciencia de hasta qué punto nuestras acciones nos han alejado de Dios y de los seres humanos y no menos de la naturaleza.

En medio del pánico de esta experiencia, no tenemos ni la fortaleza intelectual ni la emocional para expresar adecuadamente el remordimiento, la resolución, la confesión o incluso la oración. Nos encontramos solos, despojados de nuestras ilusiones, aterrorizados y paralizados ante Dios. La incertidumbre es tan grande que nos bloquea. Apenas vemos las amenazas provocadas por el calentamiento global, el impacto humano en el medio ambiente, la escasez de agua dulce y su mala distribución y de gas, agravada por la guerra y el hambre y la enfermedad.

Pero, el Rav Soloveitchik en “La soledad del hombre de fe”, puso en evidencia otro tipo de problemas que padecemos en nuestros días más que en otros tiempos, pese a tener a nuestra disposición la más grande parafernalia que jamás existió para permitir nuestra comunicación. Y es nuestra soledad.

En estos días nos vemos desbordados por los mensajes que se repiten tanto que hasta nos empantanan. La mayoría despersonalizados… ¡Es tan fácil copiar y pegar, y una vez encontrada la ilustración enviarla a todos los inscriptos en los contactos!

Pero, el “otro”, necesita algo más que los saludos despersonalizados. En nuestro tiempo la mayoría de los judíos están muy preparados intelectual y espiritualmente para entender el significado de la fecha. A pesar de ello, sin embargo, no se siente la pasión, ni el entusiasmo, ni la santidad que permitan la introspección que pueda hacernos cambiar.

Hace casi un siglo atrás el Rav Abraham Itzjak Hacohen Kuk ZT”l, escribió que “Una palabra amistosa es eficaz; una expresión de camaradería y respeto acercará a los demás. No abandonemos el camino bueno y recto que está iluminado con amor y buena voluntad, paz y amistad. Debemos derribar el muro que divide a los hermanos y hablar de corazón a corazón, de alma a alma. Entonces nuestras palabras serán ciertamente escuchadas. Estos hijos nuestros se levantarán de repente. Y coronarán su poderosa aspiración de construir la tierra y la nación con los ideales eternos de sublime santidad”. Tienen vigencia en nuestros días tanto o más que cuando fueron pronunciadas.

Los dos rabinos citados coinciden conceptualmente pese a estar ubicados en medios diferentes y usen palabras distintas.

Dentro de los confines de la ley judía, que los ignaros e indoctos creen estar secos, hay un mundo impresionante, cálido y enorme que llega el momento de aprovechar.

El Shofar nos despierta, y también sacude mágicamente a quienes solo lo recuerdan lejanamente. Viene desde el monte de la Atadura de Itzjak y no nos abandonó jamás.

Es el momento de despertar de nuestro letargo para vivir el judaísmo vibrantemente.

 


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