Enlace Judío – La Akedá (el pasaje del Génesis donde se nos narra cómo Abraham estuvo a punto de sacrificar a Itzjak) es una lectura tradicional de Rosh Hashaná, y nos confronta de un modo directo ante una situación que parece delirante: las órdenes de D-os que nos resultan incomprensibles. ¿Qué hacemos con eso? La tentación siempre es tratar de justificar a D-os (o lo que pensamos sobre D-os), y con mucha facilidad pasamos por alto que esto es todo un reto para que la elevación espiritual que debemos buscar en estos primeros días del año, tenga un alcance pleno que vaya más allá de simplemente reflexionar sobre nuestros errores, defectos y pecados.

El rabino Amitai Adler nos propone una idea tan sugerente como controversial respecto a este pasaje sobre la vida de Abraham y su hijo Itzjak: en realidad, Abraham no pasó la prueba que D-os le puso. Para ello, se basa en un midrash según el cual varios ángeles cuestionaron a D-os cuando este pidió a Abraham que sacrificara a su propio hijo, y D-os les contestó que confiaba en que Abraham haría lo correcto. Es decir, se opondría a una orden que no tenía sentido. Al final, grande fue la decepción de D-os al ver que Abraham sólo se detuvo cuando un ángel le impidió que matara a Itzjak. Pese a ello, D-os no condenó a Abraham, considerando que había sido un hombre de fe, y que debido a su avanzada edad su comprensión de las cosas ya no era la mejor.

Suena fuerte lo que explica el Rab Adler, pero tiene sentido a partir de un detalle objetivo en el texto bíblico: hay dos momentos en los que D-os le pide a Abraham cosas que parecen absurdas. La primera ocurre en Génesis 15, cuando D-os le dice a un hombre anciano casado con una mujer estéril que salga y trate de contar las estrellas, porque así será su descendencia. Contra todo pronóstico, Abraham le creyó a D-os. La segunda ocurre en el capítulo 22, la Akedá, justo cuando ese mismo D-os le pide a ese mismo Abraham que sacrifique a Itzjak, el hijo con el que se comenzaba a cumplir la promesa de esa gran descendencia. Y Abraham decidió obedecer a D-os.

Cualquiera puede notar que el reto planteado en Génesis 22 fue más duro y fuerte que el del capítulo 15. En este sólo se trataba de tener fe; en el posterior, de sacrificar a un hijo propio, a un hijo único. Lo interesante es que, pese a que Abraham obedece en ambos, es en el del capítulo 15 —simplemente creer— donde se dice que “creyó Abraham a D-os, y le fue contado por justicia”. Es decir, mayor mérito hubo en ese acto de fe, que en el estar dispuesto a sacrificar a Itzjak.

El Rab Adler, por supuesto, estira la liga exegética para hacernos reflexionar (y qué bueno: la exégesis bíblica no es un deporte para sólo obtener ideas sensacionales, sino para confrontarnos con nuestra propia realidad y retarnos a transformarla para bien), y nos dice: “D-os podrá ser perfecto, pero esa no es siempre la mano con la que juega. A veces, cuando nos enfrentamos con un D-os que parece ser insuperablemente intrusivo o incomprensiblemente tiránico, debemos enfrentarnos a un D-os que simplemente está esperando a que nos levantemos y debatamos el punto”.

Y es correcto. De hecho, eso fue lo que Abraham hace en el capítulo 18 de Génesis, cuando D-os le revela a Abraham que va a destruir Sodoma y Gomorra, y el patriarca se confronta con su Creador en una discusión sobre lo que implica destruir a toda una ciudad.

¿Por qué no lo hizo cuando D-os le pidió a Itzjak? El Rab Adler desde allí explica que, en realidad, en esta ocasión Abraham falló. Y luego nos dice: “Normalmente hablamos de la sociedad convenida entre D-os e Israel en términos de amantes, o de padre e hijo, o de amo y siervo. Pero yo apelo a que hay otro aspecto: D-os e Israel también son Javrutá y Bar Palugtá, socios no sólo en el estudio, sino en el debate y en el argumento en aras del estudio de la Torá”.

Siguiendo esta lógica, el Rab Adler nos recuerda una historia del Rebbe Levi Yitzhak de Berdichev: en una ocasión, el Rebbe se topó con un hombre poco educado que no entendía casi nada acerca de los rezos, y le preguntó cómo oraba delante de D-os en Yom Kipur. El hombre inculto le respondió: “Le dijo: Señor del mundo, he pecado; es cierto. Soy un hombre pobre, y a veces tengo que trabajar en Shabat. A veces, cuando viajo, no puedo encontrar carne kosher y como cosas impuras. Nunca tengo mucho tiempo para estudiar la Torá, y cuando lo tengo, estoy tan cansado que mejor duermo. Pero Tú, Tú tomas a los niños de sus padres, y a los padres de sus hijos. Tú permites que haya guerras y que se derrame sangre. Tú permites enfermedades y desgracias de todo tipo. Y tu pueblo especial, tus entrañables judíos, a los que Tú prometiste proteger, Tú permites que sean abusados, robados y asesinados por los no judíos. Así que hagamos un trato, Señor del mundo: Tú perdonas mis pecados, y yo perdonaré los tuyos”. El Rebbe de Berdichev se quedó sorprendido por la respuesta, y entonces le reclamó al judío: “¿Por qué dejaste escapar a D-os tan fácilmente? Con ese argumento, podías haberlo hecho enviarnos al Mesías”.

Entonces el Rab Adler nos dice: “Esta historia no nos enseña que tomemos nuestros pecados a la ligera… o que relativicemos nuestras debilidades, sino que recordemos que nosotros y D-os estamos juntos en esto”.

¿A dónde quiere llegar el Rab Adler con todo esto? En general, creo que a lo que quieren llegar la Biblia misma y el judaísmo entero: a que nuestra introspección propia de los Yamim Noraim, hecha para confrontarnos a todo lo que implica Yom Kipur, no se limite a ser un mero recuento de pecados basado en una lista que alguien ya se tomó la molestia de escribir, y que leemos en el Majzor. Se trata de algo más que eso: tomar conciencia de lo que somos nosotros mismos, de la naturaleza de nuestra relación con D-os, y de la realidad que nos rodea (con sus cosas buenas y sus cosas malas).

Eso es lo que realmente puede hacernos cambiar para ser mejores personas (que es, en última instancia, el único sentido que tiene el concepto de Teshuvá), lo que realmente hace que estos días tengan una dimensión existencial trascendente para cada uno de nosotros, y no se queden en la chata experiencia de ser sólo un protocolo ritual y social que hay que aprovechar porque, por lo general, son los únicos dos o tres días que nos paramos en la sinagoga.

Sigamos, entonces, el ejemplo de Abraham, que se atrevió a debatir con D-os sobre el destino de Sodoma y Gomorra. Perdió el debate, por cierto, y ambas ciudades fueron destruidas. Pero eso que a nivel de retórica y lógica fue una derrota para Abraham, a nivel existencial fue una victoria, porque después de esa confrontación con D-os, sin duda Abraham fue una persona distinta.

Una persona consciente, que no es poco decir.

 


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