Enlace Judío México e Israel – Era común y corriente que princesas de Portugal se casaran con príncipes de España, o viceversa. Era una manera de paliar los desaguisados, incluso las revueltas en la Península Ibérica. La suerte de España era desigual: a veces unificada, como en la época de don Felipe II –hijo de Carlos V y de la malograda Juana la loca– constructor de El Escorial, responsable de que, a su muerte, la hacienda pública estuviera “muy quebrantada” por tanto dispendio, y sueños de grandeza. Felipe II hereda la corona de Portugal, y pierde colonias en la India.

Ahora citamos a la princesa María Luisa de Braganza –castillo y cuna de la casa reinante de Portugal– promotora del museo del Prado. Por desgracia la monarca fallece al dar a luz a su segunda hija, por un mal parto.

Ignoramos si de vez en vez, en calidad de apariencia, se pasea por las incontable salas del magnífico edificio, donde se encuentra la denominada Dama de Elche, busto femenino en piedra policroma, probablemente una sacerdotisa con un atractivo tocado, modelo de arte ibérico peninsular.

Citamos, asimismo, a doña Isabel de Portugal, quien contrajo matrimonio con Carlos V, monarca de España, además de regidor de un vasto imperio. Su busto –no menos atractivo que el de la Dama de Elche– se encuentra en Puebla de los Ángeles, en un pasadizo rumbo a los fuertes de Loreto y Guadalupe, atacados por el invasor francés, defendidos por Ignacio Zaragoza.

Una pregunta: ¿Qué hace, Isabel de Portugal, luego Isabel de España, al contraer matrimonio con Carlos V en el nuevo mundo? De acuerdo a verídicas fuentes, la hija de Manuel de Portugal y de María de Aragón –quien en ausencia de su consorte, regía los dominios hispanos– extendió la Cédula Real el 30 de marzo de 1532, para la construcción de la Puebla de los Ángeles, construida gracias a un sueño angelical, ciudad que recuerda a la tierra portuguesa: a sus mosaicos.


 

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