Enlace Judío / Rab Berel Wein – Moisés finalmente se harta de las peticiones del pueblo judío en el desierto, esta vez por el deseo de obtener agua. En su exasperación por la constante letanía de quejas y refunfuños, transgrede el mandamiento de D-os de hablar a la roca y, en su lugar, golpea la roca con su bastón. El castigo a este acto es rápido y dramático. No pisará la Tierra de Israel, sino que sólo podrá vislumbrarla de lejos.

La narración de este incidente en la Torá plantea muchas preguntas y dificultades. En primer lugar, las quejas por la falta de agua son ciertamente legítimas. Los seres humanos no pueden sobrevivir sin agua y ahora que el milagroso pozo de Miriam desapareció con su muerte, la necesidad urgente de un suministro de agua de reemplazo era obvia.

Entonces, ¿por qué Moisés se enfada tanto con ellos y los describe como una turba rebelde? Y otra pregunta quizá mayor y más difícil de responder es ¿por qué este pecado es el que sella el destino de Moisés? ¿el castigo es realmente proporcional al crimen? Todos los comentaristas de la Torá a lo largo de los tiempos se han ocupado de estas dos cuestiones y han aportado una gran variedad de ideas y explicaciones sobre las preguntas planteadas. Es evidente que la Torá deseaba de alguna manera que estas cuestiones se exploraran y estudiaran más a fondo y, por lo tanto, dejó su propia descripción del asunto un tanto vaga y misteriosa, ocultando en la narración más de lo que estaba dispuesta a revelar.

Maimónides y otros eruditos a lo largo de los tiempos ven los eventos de este fragmento como la parte final de un patrón de comportamiento continuo y acumulativo, tanto por parte del pueblo de Israel en el desierto como de Moisés. Moisés entiende, al igual que el pueblo, que necesitan agua para mantenerse. Pero esta petición y la forma en que se le presenta a Moisés es parte de su patrón de comportamiento persistente y prolongado en el desierto.

En el pueblo judío, todavía hay un vestigio de resentimiento contra Dios por haberlos redimido de Egipto. Allí tenían agua en abundancia, y era agua natural, no milagrosa. El agua milagrosa los vincula a un compromiso con Dios y su Torá, un compromiso del que una parte del pueblo siempre intenta escabullirse.

En la petición aparentemente razonable de agua, Moisés percibe todo el contexto que está en el trasfondo. En realidad, quieren renunciar a toda la misión del Sinaí, lo que da lugar a que Moisés se muestre extremadamente disgustado. Y la ira lo afecta. Hay toda una literatura de estudio rabínico sobre los momentos y las causas de la ira de Moisés que aparecen a lo largo de la Torá.

Pues de Moisés, el más grande de todos los seres humanos, se concuerda en que éste es su único defecto. Y, por lo tanto, Moisés se convierte involuntariamente en el modelo y ejemplo de los peligros que conlleva caer en el pozo de la ira emocional. Los incidentes de su ira -pasados y presentes- fueron juzgados por el Cielo de forma acumulativa y el castigo no es por este único incidente. La ira es un rasgo de carácter que debe evitarse a toda costa.

Fuente: torah.org