Enlace Judío – “La familiaridad de las explosiones de hoy me pesa. No quiero que mis hijos tengan que conocer esto. No quiero que mis traumas sean los suyos”, expresa Rajel Sharansky Danziger en una columna de opinión publicada hoy en The Times of Israel tras los atentados en dos paradas de autobuses de Jerusalén.

Son las 7:54 de la mañana, y mi teléfono está sonando, y el nombre de mi hijo mayor aparece en la pantalla.

“Mamá, te llamo porque nuestro director dijo que hubo dos atentados en Jerusalén esta mañana, y nos pidió que llamemos a casa para decirte que estoy bien”.

Le doy las gracias por llamar. Le digo que lo amo.

Cuelgo y vuelvo a colocar el teléfono sobre la mesa.

Pasó menos de un minuto desde que el teléfono empezó a sonar.

Son las 7:55 y todo se ha detenido de mí.

¿Qué es lo que siento, en el extraño silencio que esta llamada ha abierto dentro de mí, súbita y profundamente?

No es alivio: no tuve tiempo de preocuparme. La llamada llegó dos minutos después del “¿Viste que hubo explosiones esta mañana?” de mi marido y antes de que pudiera sentir preocupación.

No miedo, no – no temo ahora.

La única palabra que me viene a la mente es cansancio. Las únicas palabras que mis labios pueden pronunciar son “Lo que fue es lo que será”.

Recuerdo haber hecho llamadas telefónicas como ésta. Entonces no teníamos teléfonos celulares. Las noticias iban de boca en boca, y luego a duras penas buscábamos un teléfono público. Hacíamos cola detrás de todos los niños mejor informados que llegaban antes que nosotros, y entonces… “Mamá, estoy bien”.

Nuestros padres sí tuvieron tiempo de preocuparse.

(La madre de mi amiga pasó una vez un día buscándola en hospitales y morgues. Pero mi amiga ni siquiera sabía que el terrorismo había golpeado Jerusalén ese día).

Es más que cansancio lo que siento ahora. Es más que la sensación de que los muros me aplastan, diciéndome: esto es inevitable. Esta era la realidad entonces, esta es la realidad ahora, esta será la realidad siempre.

Es la sensación de demasiadas emociones, demasiados hechos, que entran en mi mente a la vez.

A las 7:52, antes de la llamada, mi marido dijo: “¿Viste que hubo explosiones esta mañana?” Y sentí algo de tristeza, pero era… impersonal. Distante. Estaba demasiado ocupada apurando a los niños, poniéndoles los zapatos, cepillando el cabello. Pasaron dos minutos más sin que asimile el horror, pero el “estoy bien” de mi hijo hizo que todo lo que no había sentido antes entrara en mi mente de un solo golpe.

Yo también recuerdo esto. Esta sensación. Recuerdo que un día, en la primaria, me dirigía a la parada del autobús. Una tras otra, dos fuertes explosiones hicieron estallar mis oídos. Había una fábrica cerca, así que supuse que los sonidos eran normales. Más tarde, mi autobús tuvo que detenerse para dejar pasar a las ambulancias, y aun así, no saqué conclusiones, no lo entendí. No hasta que llegué a casa y mi tía abrió la puerta, con la cara mojada por las lágrimas, y de pronto, supe… me di cuenta… junté los hechos.

“Hubo un atentado”, le dije.

Y todos los horrores implícitos de lo que oí y vi se precipitaron a la vez.

Hay cosas que sabíamos, entonces, que mis hijos no saben ahora. Lo precavidos que debemos ser al ver un bolso abandonado. Lo importante que es alejarse, llamar a la policía y nunca, jamás, tocar.

Es hora de enseñarles, me digo a mí misma, y la familiaridad de la situación me pesa, abajo, más abajo. No quiero que mis hijos tengan que saber esto. No quiero que mis traumas sean los suyos.

No hay nada nuevo, continúa diciendo mi mente. No hay nada, nada, nuevo.

No, no pienses así, me digo después. Son las 8:05 y estoy acompañando a mi hijo pequeño al jardín de niños.

No dejes entrar a este cansancio, sabes superarlo.

Los muros que te aplastan… puedes, debes, rechazarlos.

Estas cosas son verdaderas: crecí en Israel, y ahora mis hijos están creciendo aquí. Había gente que quería que nos fuéramos entonces. Hay gente que quiere que nos vayamos ahora.

Pero el hecho es que amo la vida, con o sin terrorismo. Me encanta estar rodeada de mi pueblo, dando forma a Israel, hablando mi lengua ancestral.

Aquí, bailo en los lugares que recorrió el rey David, elaboro las ideas que sus salmos crearon. Mis hijos están creciendo con la misma historia antigua. Escribirán sus propios capítulos, nuevos capítulos, cada día de sus vidas.

El terrorismo no define esta vida que vivimos. El terrorismo es persistente y familiar, pero somos mucho más que eso.

Hoy estamos en shock, sentimos dolor y tristeza. También enojo, y tal vez temor.

Hoy, las familias están de luto o cuidan a sus seres queridos.

Pero mañana volverá a salir el sol y seguiremos viviendo aquí.

Son las 8:10 de la mañana, y mi hijo menor se despide de mí con un abrazo.

Lo veo entrar a la escuela, rezo para que crezca seguro y feliz a la luz del sol.

Es hora de volver a casa, y respirar, y vivir.

La autora es escritora, profesora y conferencista nacida en Jerusalén y amante de su ciudad natal. Escribe para The Times of Israel sobre judaísmo, maternidad y la vida en Israel.

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