Enlace Judío – Desde las abiertas políticas antisemitas del partido Podemos —izquierda española— hasta los recientes desplantes de Kanye West, pasando por la descarada judeofobia de muchos grupos progresistas y de izquierda en las principales universidades estadounidenses, estamos entrando en una etapa en la que las principales agresiones contra el pueblo judío ya no vienen de la extrema derecha, sino de la izquierda. ¿Qué está pasando?

Las mentes simplonas quisieran imaginarse que el mundo es muy fácil de interpretar: de un lado, la extrema derecha racista, autoritaria y violenta que quiere imponernos un modelo de sociedad basado siempre en la supremacía blanca, europea-estadounidense y capitalista; en el otro lado, la izquierda intelectual, bien estudiada, defensora de las minorías y de las causas justas, siempre al pie del cañón para combatir contra cualquier tipo de fascismo.

Bueno. Olvídalo. Así no es.

El racismo, el autoritarismo y la violencia son cualidades del ser humano, no de un espectro de la geometría política. Ocurren tanto en la izquierda como en la derecha. La pretensión de que lo bueno está de un lado y lo malo del otro, en un tajante blanco-negro maniqueo y bipolar, es una idea ingenua propia de mentes flojas que no se arriesgan a ir más a fondo en el análisis y el debate.

Por eso, parece que sólo es cuestión de tiempo para que esa tara cultural que arrastra la civilización occidental —el antisemitismo— aflore, no importa en qué bando sea. Cuando aflora en la derecha, a nadie le extraña. Podría decirse que es el antisemitismo clásico. Pero cuando aflora en la izquierda, lo curioso es que no se hace un intento por detenerlo o combatirlo, sino todo lo contrario. La izquierda, de un modo bastante generalizado, trata de justificarlo; o, por lo menos, de fingir que no pasa nada (como en el decadente, miserable y nada simpático Partido Laborista de James Corbyn).

¿Será el éxito de la propaganda pro-palestina? Parecería lógico. Desde hace varias décadas, ha sido uno de los caballitos de batalla de la extrema izquierda. Podría pensarse que es lógico que ya haya contaminado a la izquierda moderada.

Pero no, no es eso. No en el fondo, en lo esencial, en lo más importante. La propaganda pro-palestina es pésima, y está sujeta al capricho de quienes la han financiado. Es decir, de las monarquías árabes que ahora están en proceso de reconciliación con Israel.

Es algo más complejo, más profundo, más peligroso.

El problema comenzó en los años 60’s con el auge de las propuestas filosóficas de Foucault, Derrida, y todos aquellos que integraron la llamada “Escuela Francesa”. De hecho —y en contra de lo que nadie se habría esperado—, eso marcó el declive del marxismo clásico. Poco a poco, Marx dejó de ser el filósofo más citado en pulbicaciones universitarias, y el lugar fue ocupado por Foucault. Como consecuencia del impacto del llamado Posestructuralismo Francés, la izquierda empezó a volverse posmoderna.

¿Y cuál es el problema con el posmodernismo filosófico? Básicamente, la carencia absoluta de rigor de análisis. Bajo la premisa de que debemos liberarnos del fardo del racionalismo de origen europeo, emanado de la Ilustración, el posmodernismo ha construido un discurso disimulado, falsamente sofisticado, y pretendidamente intelectual, que al final siempre apela a que la realidad objetiva no existe o no se puede conocer por lo que, como única alternativa, sólo nos queda nuestra propia percepción. Es el fundamento filosófico de la posverdad, esa monstruosa distorsión en la que los sentimientos y la opinión personal llegan a tener la misma importancia que los hechos objetivos.

Una idea totalmente equivocada.

La izquierda ya tenía demasiados problemas. Su dependencia de Marx siempre fue nociva. Pero es que Marx nunca fue distinto al posmodernismo (sólo vivió un siglo antes); a fin de cuentas, fue otro de tantos filósofos que creyó que el mundo podía resolverse desde un escritorio ubicado en algún rincón de Alemania o Inglaterra. Por eso el marxismo nunca funcionó. Pretendía arreglar los más graves problemas sociales a partir de un recetario lleno de buenas intenciones para con la clase proletaria, pero desconectado por completo de la realidad.

La peor tara del marxismo no tardó en aflorar: lejos de desarrollar una vocación autocrítica, se limitó a acusar a quien se dejara de ser el responsable de los fracasos del socialismo. Algo que ni siquiera era nuevo; ha sido el pretexto de todos los tiranos del mundo, seguramente desde Sargón de Acad, y muy probablemente desde mucho antes.

Por eso es que el marxismo agotado de los años 60’s y 70’s se dejó influir por el posmodernismo sin mucho problema. Había que renovarse, porque la derrota de Marx en la vida real ya empezaba a hacerse evidente en el hecho incuestionable de que eran los países no marxistas los que estaban logrando éxitos verdaderos en mejorar la calidad de vida de sus clases obreras. Eran las épocas en las que Herbert Marcuse, delirante y desubicado como sólo él podía serlo, se quejaba de que a la gente pobre no había que mejorarles la vida, porque de ese modo se les anestesiaba contra la revolución. ¿Por qué habrían de querer lo obreros lanzarse a la revolución social, si el capitalismo ahora les estaba ofreciendo una mejor calidad de vida? No, mejor vivir arruinados pero dispuestos a ser carne de cañón, que ser obreros que ven que sus hijos comen tres o cuatro veces al día, tienen vivienda segura y decente, y pueden acceder a estudios universitarios.

Los marxistas del siglo XX se tardaron mucho en darse cuenta, pero hacia los años 70’s ya era más que evidente que las soluciones a los problemas de la clase obrera estaban en el mundo capitalista, no en el socialista. Incluso, la social-democracia europea se desmarcó tajantemente del marxismo desde finales de los años 50’s.

El posmodernismo vino a darles la solución. Su énfasis ya no estaba nada más en la clase obrera, sino en todas las minorías que pudiesen identificarse como agraviadas por la Europa blanca y capitalista.

¿Sensibilidad social? No, burdo y vulgar resentimiento. Los autores fundacionales de las ideas básicas de esta nueva filosofía fueron filósofos que vivieron en carne propia los horrores de la Segunda Guerra Mundial. Hicieron aportaciones brillantes en muchos aspectos, pero no supieron lidiar con el hecho definitivo de que su filosofía era una reacción en contra de la civilización que habían visto derrumbarse frente a sus propias narices.

Si se entiende la filosofía de Foucault, Derrida y Feyerabend como una reacción natural a los horrores de la guerra, se pueden apreciar mucho mejor sus buenas ideas. Pero el posmodernismo no estaba listo para eso. La siguiente generación de académicos —los que se dedicaron a predicar el nuevo evangelio posmoderno—, ajena al contexto original del que surgieron las ideas que tanto admiraban, perdieron de vista el panorama completo y construyeron un mamotreto ideológico que muy pronto se convirtió en una cruzada contra la civilización occidental.

En ese momento, dicha cruzada todavía podía ser encabezada por la Unión Soviética. Pero esta se derrumbó a finales de los 80’s e inicios de los 90’s, víctima de la absoluta ineficiencia del socialismo marxista. Así que la lucha se dispersó bajo la torpe consigna de que lo importante era “resistir al imperio”. No importaba que en nombre de esa resistencia se apoyara a regímenes feudales, misóginos, autocráticos y brutales, como el de los ayatolas de Irán (hasta Foucault zozobró patéticamente con ese tema). El nulo rigor de análisis del posmodernismo provocó que todo se convirtiera en un combate polarizado, en el nosotros contra ellos, en el te mato o me matas.

¿El posmodernismo trató, en algún momento, de contener al antisemitismo? En esctricto, no. Pasaron por alto el tema porque en un principio no fue algo que se convirtiera en un dilema grave. A fin de cuentas, dos de los más importantes filósofos de esa tendencia eran judíos —Jacques Derrida y Thomas Kuhn—. Pero las décadas pasaron, y los árabes fueron contundentemente derrotados por Israel en las guerras de los Seis Días (1967) y Yom Kipur (1973). Visto que no tenía sentido continuar con el plan militar para destruir a Israel, la estrategia árabe se volcó en la llamada “causa palestina”, que pronto fue adoptada por la izquierda posmoderna. Era inevitable, porque la causa palestina encarna todo eso que fascina a este tipo de ideología: datos falsos, discursos “buena ondita”, baños de pureza, odio al a civilización occidental y, por supuesto, odio al judío.

Desde los años 90, poco a poco el fantasma del antisemitismo ha vuelto ha resucitar (no es la primera vez que lo hace) en las izquierdas a nivel internacional.

Lo que era impensable en los años 60’s —aquellas épocas en las que el Rav Abraham Jehoshua Heschel caminaba de la mano con Martin Luther King, exigiendo la plena igualdad social para la comunidad afroamericana—, ahora es lo más normal: Kanye West y los núcleos más radicales del Black Hebrew Israelites vuelven a las andadas a reclamar que ellos son los verdaderos israelitas, y que los judíos somos unos impostores.

Antisemitismo. Racismo, vulgar y sin filtro. Ah, pero no les puedes decir que son racistas, porque se ofenden; porque entonces sacan sus versiones sesgadas y mal documentadas de filosofía foucaultiana, y te dicen que como el racismo es una dinámica de poder, sólo el blanco puede ser racista. Los africanos, americanos no blancos y asiáticos pueden tener las mismas actitudes, los mismos prejuicios, los mismos odios, e incluso ejercer la misma violencia, pero no se les debe acusar de racismo. Es resistencia, y el “racismo inverso” no existe.

Cosa curiosa: pese a que el judaísmo fue víctima de lo peor del racismo europeo, al judío se le debe identificar como blanco y europeo. Aunque sea un falasha etíope, o un Ben Menashé amarillo.

Porque son racistas y antisemitas.

Ahí está el reto que debemos enfrentar. El antisemitismo de derecha se mantiene intacto, como siempre. Pero los judíos debemos estar bien alertas, porque aunque muchos izquierdistas bien estudiados e informados son abiertos enemigos del antisemitismo en cualquier expresión —aliados valiosos—, la molesta realidad es que la gran mayoría de los izquierdistas de hoy ya no leen buenos libros, y con demasiada facilidad se dejan llevar por la estupidez posmoderna.

Sí, esa estupidez antisemita que ahora contamina la izquierda.


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