Enlace Judío-Después de casi cuarenta días desde las últimas elecciones en Israel aún no se levanta un nuevo gobierno.

Las dificultades de Benjamín Netanyahu para diseñar una nueva arquitectura gubernamental son múltiples. Debe concertar en paralelo algún razonable entendimiento con nuevos personajes guiados por un afiebrado credo nacional-religioso sin renunciar a cargos de menor peso que ofrece a miembros de su propio partido.

Ciertamente, su larga experiencia personal y política y la ausencia de alternativas le ayudan en esta tarea que apenas satisface a no pocos que le dieron el voto.

En cualquier caso, la conformación del futuro gabinete presentará una acentuada variedad. Algunos ministros preferirán vestir trajes y corbatas convencionales en los países del Occidente secular en tanto que la oscura vestimenta ortodoxa y la kipá serán el uniforme de otros.

Un hecho que públicamente reflejará la filosa hondura de las divergencias personales e ideológicas en el futuro gobierno de Israel.

Para superar ácidas divergencias que se multiplican en su partido Likud, Netanyahu se ve obligado a conformar un gabinete que contará con algo más de treinta ministros.

Considerando los aumentos salariales que hoy se verifican en el sector público de Israel, cabe estimar que esta coalición implicará un gasto mensual superior a un millón y medio de dólares. Suma que ya irrita a amplios estratos de la población- incluyendo a fuerzas militares y policiales – que deben contentarse con ingresos muy inferiores.

Y no sólo la apariencia pública del futuro gabinete cambiará sustancialmente.

Las amplias distancias personales e ideológicas entre sus componentes conducirán a una pertinaz y repetida inestabilidad que podría multiplicar las agresiones contra Israel desde Teherán a Gaza. En cualquier caso, pondrán a prueba el sustento y la solidez de los acuerdos con países de la Península árabe incluyendo a Egipto.

Y si distancias y tensiones conducen a un enfrentamiento militar, las diferencias entre los jóvenes de los sectores ortodoxos que apenas constituyen la décima parte de las fuerzas militares del país se verán injustas e intolerables.

Y algo más, los nexos entre Israel y las diásporas conocerán en este nuevo escenario distancias sin precedente.

En particular cuando los círculos ortodoxos y neo-kahanistas representados en la coalición gubernamental intentarán insertar en la actividad diplomática del país funcionarios que reflejan y difunden sus credos.

En este ascendente escenario los círculos reformistas y conservadores mayoritarios en las diásporas de no pocos países deberán ajustarse a esta emergente realidad o distanciarse de ella poniendo en riesgo la significativa unidad y solidaridad del pueblo judío.

¿Sabrá atender el ascendente gobierno estos dilemas?

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