Enlace Judío – Después de casi un mes de fútbol intenso, se vuelve adónde se estaba. La ilusión de un mundo donde las diferencias y superioridades se definen a goles, donde privan reglas claras de juego y revisiones electrónicas de ciertas decisiones dura poco. Si es que alguna vez existió tal ilusión. 

Catar 2022 fue un espectáculo fuera de serie. Estadios magníficos y organización de primera. Además, el país anfitrión hizo valer sus normas específicas y resultaron respetadas en forma masiva. No se hicieron mayores observaciones a temas que, en otros países, hubieran despertado la ira de quienes promueven algunas causas de inclusión y diversidad. Los fanáticos del fútbol hicieron caso omiso a algunos temas que parecen más delicados en otras latitudes.

Los israelíes fueron tolerados en Catar, pero no fueron recibidos con cariño. El tema de las comidas Kasher, aptas para el consumo según las estrictas normas judías y los espacios de oración, fueron pasados por alto. Nada nuevo para judíos e israelíes, los mismos que desearon sumarse a la normalidad deportiva en principio desprovista de matices políticos.

El lunes 19 de diciembre de 2022, con Argentina ya campeona mundial, se vuelve a lo de hace un mes. Ucrania sigue sumida en su drama bélico, y justo Kissinger anuncia que es hora de una negociación. Irán está en una crisis que nadie sabe su magnitud ni sus consecuencias. Los mercados bursátiles están de terror, con poca certeza de previsión alguna.

Benjamín Netanyahu seguía sin anunciar su gabinete para el lunes 19. Y los palestinos siguen en su drama de siete décadas y media, habiendo logrado una buena cobertura publicitaria en Catar, con despliegue de banderas y celebraciones en victorias que no les son propias, para despertar el lunes 19 en las mismas de hace un mes.

El mundo de nuestros días se parece mucho al de siglos pasados. Priva la injusticia, se hace culto del espectáculo algo banal. Las masas se divierten con una suerte de pan y circo que, gracias a las facilidades de comunicación en tiempo real, hacen partícipe a buena parte de la humanidad. Una evasión descomunal se ha producido, una vez más, gracias a una fiesta de futbol que el mundo merece, pero que contrasta con las realidades que se viven.

En todos los países persisten los dramas locales. Es la naturaleza de la humanidad. Pero en el caso de Israel, y del Medio Oriente, vale la pena destacar algunas particularidades.

Un mundo civilizado e influyente le ha dado más importancia a un evento deportivo, único y divertido, pero intrascendente a los efectos de resolver dramas nacionales e internacionales. Dentro de Catar, se hizo proselitismo político en contra de Israel, sin resultados prácticos ni que resuelvan nada, solo molestar a los inculpados habituales.

Mucha más cobertura tiene una eventual coalición de derecha en Israel, elegida democráticamente y con apego a las leyes estrictas del país, que los sucesos violentos y retrógrados que siguen aconteciendo en varios países. Francia se queja de un ciudadano palestino-francés deportado por Israel, con un amplio y reconocido prontuario, pero poco se reclama a quienes de manera consuetudinaria atropellan los derechos humanos.

Los eventos deportivos de trascendencia mundial llaman a la reflexión respecto a Israel. Los judíos y los israelíes sienten la discriminación directa a veces, latente casi siempre. Las Olimpiadas de Múnich de 1972, dejaron todas las medallas de plomo para Israel. Cuando hay un Mundial de Fútbol, algunos celebran la no clasificación de Israel para evitar los episodios desagradables en contra de la delegación, y zafarse del delicado tema de seguridad asociado a una participación israelí. En Catar, los corresponsales y turistas israelíes sintieron el yugo de la discriminación y el rechazo. Lástima.

Con todo, el Mundial Catar 2022 fue una fiesta de primera. Buen futbol, una final de película, una grata sorpresa de Marruecos. Pero la verdad sea dicha, el mundo regresa sin demora a la (a)normalidad.

De ilusiones también se vive. Pero en muy cortos períodos.


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