Enlace Judío México e Israel – Salomón Sadovich es uno de los últimos peleteros de Tepito, el famoso barrio bravo de la capital mexicana del que ya casi todos los judíos han emigrado, pero que conserva entre sus calles una memoria histórica de enorme importancia.

(Esta entrevista se relizó en 2021 y nunca había sido publicada)

En exclusiva, nos cuenta cómo era la vida en el barrio a mediados del siglo pasado.

Sadovich tendría entonces unos 18 años. No está seguro si aquello ocurrió en 1949 o en 1959, pero asegura que aquella historia violenta fue la excepción, más que la regla, en aquellas calles de lo que entonces se llamaba Colonia de la Bolsa, y que hoy en día es el popular e infame barrio de Tepito, conocido por una incidencia delictiva sobresaliente, por la bravura de sus habitantes y por las organizaciones criminales que, como la Unión, tienen ahí su raíz geográfica.

Nacido en la calle Granada, en el número 131, interior 3, Sadovich pasó sus primeros años en el barrio donde hoy, unos 90 años después, sigue trabajando en una antigua peletería, una de las últimas que sobreviven al tiempo, en una zona donde ya apenas quedan judíos.

“Después de ahí nos fuimos a la calle de Alzate, donde nació mi hermano el más chico, que se llama Isaac, que es el único que vive de la familia de mis papás (por ahí están las fotos), y de ahí nos fuimos a Tacuba. Y de ahí es de donde me empiezo a acordar”, dice para las cámaras de Enlace Judío, dueño de una lucidez completa que hace difícil de creer que se esté ante una persona que rebasa los 80 años con creces.

Yo fui a unas escuelas del gobierno. Una se llamaba ‘Las tres guerras’ y la otra se llamaba ‘Joaquín Baranda'”, recuerda.  “Vivíamos ahí, en el centro de Tacuba, a unas cuadras del mercado, y mi mamá iba todos los días a comprar los insumos para las comidas.”

Sadovich conocería la educación judía a los ocho años, cuando “mi papá hizo la lucha para (que yo pudiera) entrar a la escuela Yavne. Estaba en las calles de Jesús María número 3.” Para llegar ahí desde Tacuba, él y otros niños recurrieron a un transporte escolar precario. Las autoridades de la escuela alquilaron un auto que lo recogía, junto con los niños de las otras dos familias judías de la zona, los Zabitsky y los Gordon y los llevaba hacia el Centro, donde vivía casi toda la comunidad por aquellos años.

En el camino, el transporte hacía una parada en la colonia Álamos, donde recogía a otros niños, incluidos los hermanos Filler.

Pocos años después, la Yavne cambió su ubicación a la colonia Agrarismo y se volvió imposible para Salomón conseguir transporte que lo llevara hasta ahí desde su casa en Tacuba, por lo que tuvo que entrar en una secundaria pública, la número 15, “que después se llamó Alberto Einstein. Enfrentito del Colegio Militar, donada por la comunidad judía.”

Así, muy joven, Sadovich comenzaría a trabajar.  “Como había cierta necesidad —no éramos miserables: éramos pobres. Teníamos ropa, teníamos comida, teníamos todo (lo básico)— entonces me vine a trabajar aquí, a Jesús Carranza, con el esposo de mi hermana, que era el señor José Goldhaber. Esos señores, el papá de él, que era Moisés Aarón Goldhaber, fue de los primeros peleteros que llegaron a esta zona.”

Mientras despliega su memoria como las alas de un pájaro inmenso, a través de los lentes de Sadovich relucen unos ojos perspicaces que reflejan orgullo y sabiduría. La usa para enumerar a los “paisanos” que dominaban el negocio de la piel en las calles de lo que ahora conocemos como Tepito. “El señor Goldhaber, los señores Minkin, el señor Shapiro, que era el dueño de este local en aquellos años; el señor Kaplan, el señor Simón Waisbord…

La lista de apellidos se extiende tanto como su memoria, y advierte que se le escapan algunos nombres pero que, si hace un esfuerzo, los podría recordar a todos. A todos aquellos y a los que fueron llegando con el tiempo, conforme algunos de los peleteros de las calles de Tepito se iban mudando hacia otros barrios; algunos porque habían prosperado y otros, porque habían dejado el negocio.

Venían de Polonia, de Lituania, de Rusia… “todos eran ashkenazim. No había sefardim.” Recuerda que a “Rafael Minkin le pusimos el Zapata porque él era el que repartía las tierras… del panteón.” Con él tuvo que ir a hablar Sadovich cuando su padre murió para acordar un espacio en el cementerio. “Vivían en Narvarte y una de sus hijas, clara, era íntima amiga de mi esposa. Estaban juntas en la escuela.”

La piel era un negocio de los judíos que había comenzado en los años 20, hace un siglo, cuando las autoridades les concedieron a los curtidores el permiso de operación en lo que por entonces eran “las afueras de la ciudad”. En aquellos años, eso era al otro lado de la avenida Canal del norte. “Una tenería utilizaba más agua que un multifamiliar. Y contaminan una cosa bárbara… Y se hicieron multi, multi, multimillonarios. Todos.”

 

La vida en centavos

Aunque eventualmente trabajó en una Tenería, Sadovich inició su larga vida laboral en la peletería de su cuñado. “¿Qué hacías ahí?”, se le pregunta, y sus ojos se abren como abismos ante la obviedad: “¡pues trabajar!” y señala a un muchacho que está fuera de la lente para ejemplificar, “como él”, ayudando en cualquier cosa por 50 centavos diarios, de los cuales, asegura, gastaba 17 en transportarse hasta su casa en Tacuba.

“La peletería era un negocio centavero, porque se vendían centavos, pero se vendía (bien) porque alrededor de esta zona había cinco mil fabricantes de zapatos (que) venían a comprar que los clavos, que las tachuelas, que los forros, que la piel, que el pegamento, que el hilo…” El próspero mercado de la piel, sus productos y sus accesorios dominaba la bulliciosa vida comercial del barrio de Tepito.

“Aquí donde estamos tú y yo sentados era la entrada de la vecindad. Y había una señora que tenía aquí una especie de cocina. Yo venía a comer por 30 centavos“, asegura, y no hay forma de dudar de sus palabras porque parece recordarlo todo con la precisión de una fotografía, como las que, desde las paredes, dan testimonio de la familia a la que perteneció, y de la que solo quedan su hermano menor y él.

Con el tiempo, Sadovich comenzó a ascender en el negocio y a ganar más dinero, hasta que llegó a tener un sueldo de $250 pesos a la semana, “que en aquella época era una fortuna. Yo era el rico de la familia. Me compré una bicicleta cuando tenía unos 15 o 16 años, con un tal Martín del Campo, que era lo máximo en México.”

En esa bicicleta, Sadovich realizaba cuatro viajes diarios entre su casa de Tacuba y su trabajo en Tepito. “Me echaba yo 80 o 100 kilómetros diarios en bicicleta.” A eso le atribuye su gran estado físico. A eso y al frontón, deporte que practicó asiduamente hasta que las lesiones se lo impidieron, hace no mucho.

Sobre la vida en el barrio, recuerda que la mitad de los niños andaban descalzos, y afirma que 10% de los adultos, también. “No era un paraíso pero la gente era correcta, nadie te molestaba, tú podías hacer lo que quisieras. La gente se dedicaba, perdón por la palabra, a pachanguear. Había aquí cantinas, ahí —dice alzando el índice como apuntando hacia un punto imaginario tras la pared— había un cabaret, a media cuadra… En casi todas las esquinas de esta zona había cantinas y todas la hacían y nadie se metía con nadie.”

Ya para entonces, el barrio tenía su fama. “Se decía que era bravo pero yo, personalmente, caminaba a las 2, 3:00 de la mañana (…), nunca me pasó nada. Jamás de los jamases.” En esas caminatas nocturnas, no era raro que Sadovich llevara “un anillo de brillantes, una esclava de oro de 120 gramos, un reloj con pulsera de oro y un portafolio con un millón de pesos de valores…”

La delincuencia, en aquellos años impensables, parecería inocente a la luz de lo que hoy se puede leer en la prensa, dominada por noticias de asesinatos, chicos en motoneta que portan armas largas, vecindades dominadas por el narcomenudeo, y comercio generalizado de cualquier tipo de mercancía, legal o ilegal. “Si alguna vez alguien te robaba, se decía que te metían ‘el dos de bastos’ —dice mientras hace la mímica de extraer un objeto con dos dedos—, te metían el dedo así y te sacaban el dinero. Ni cuenta te dabas.”

 

Los judíos del barrio

Hasta la primera mitad del siglo XX, la comunidad judía de México vivía y trabajaba en el Centro y en las colonias que lo rodeaban. Los curtidores y los peleteros se habían asentado en Tepito y sus alrededores, pero también los comerciantes de telas y otros pequeños empresarios comenzaron ahí su ascenso en el mundo de los negocios.

Ya para los años 60, Sadovich probó suerte en el bando de los curtidores. “Yo trabajé con los Krasser en la Tenería Beston durante 12 años, en una de las etapas de mi vida. Ahí trabajé de 1960 a 1972. Pero (no tenían) nada que ver con peleterías: eran curtidores.”

Nos cuenta que “había muchos curtidores en la zona” y enumera: “había una Tenería México, que era del señor Lask y el señor Pier. Luego había una que era la Rex, que era del señor (inaudible) y el señor Gurvitz… “Todos íbamos aquí, al shul de Justo Sierra.” Como su padre, muchos de ellos iban por las calles con sus sombreros. Hoy, pocos judíos permanecen en el Centro.

“Se fueron muy pronto. Mi hermana, que se casó en el año de 1940, vivió en esta zona como unos cinco años. Primero en el número 19 de aquí enfrentito, luego se fue a las calles de Peralvillo, luego se fue a la calle de Aztecas y, de ahí, a la colonia Hipódromo. Casi todos se fueron a la colonia Hipódromo, y los más snobs, pues se fueron a Polanco. Estaba muy virgen, Polanco. Todavía había conejos en los terrenos”, ríe.

Por más de una hora, con vitalidad generosa, Sadovich comparte con Enlace Judío el resto de su historia: cómo conoció a su mujer, el nacimiento de sus hijos, su devenir en los negocios y hasta el asalto que sufrió, ya en tiempos actuales, en ese negocio cuyas puertas ha abierto para recibirnos y contarnos su vida.

Haz clic en el video para conocerla porque, al final, es un fractal de la historia entera de los judíos de la Ciudad de México.

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