Enlace Judío- Después de la destrucción del Templo y de la ciudad de Jerusalén hacia el  587 antes de la era común, la sociedad judía entró en un periodo histórico marcado por la guerra, las migraciones, el reacomodo poblacional; además de que los conceptos de religiosidad y política cambiaron para siempre.

Las transformaciones radicales permearon en diferentes niveles y los resultados sentaron la base para un nuevo orden. Es importante mencionar que la profecía jugó un papel preponderante en la consolidación del discurso político por el cual se reconstruyó la sociedad y se mantuvo la identidad.

En un primer nivel se encuentran los cambios en la religiosidad personal.

Como explica Israel Albertz en su libro Historia de la religión en la época del destierro, la fe de Israel sobrevivió a la pérdida de una identidad nacional y además utilizó este periodo de destrucción para comenzar un proceso de renovación.[1]

Uno de estos cambios fue la ausencia del Templo y por ende la reorganización del culto y sus responsabilidades; surgió entonces un espacio vacante que fue ocupado por la práctica del rito personal y familiar.

Esta religiosidad personal tuvo tres cambios importantes según Albertz. El primero fue que la lamentación se reflejó en una estructura narrativa y en la práctica colectiva para implorar la gracia de Dios al mismo tiempo que se hacía una retrospectiva de los hechos morales.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Francesco Hayez, Destrucción del Templo de Jerusalén, 1867, Galería de Arte Moderno del Palacio Pitti, Italia James Jaques Joseph Tissot, Deportación de los esclavos, 1896-1902, Jewish Museum, Nueva York.

La segunda fue la práctica de una alabación pública de gratitud.

Y la tercera consistió en el paso de la lamentación colectiva a la personal.

El impacto también se manifestó en el desarrollo político y social, ejemplo de esto fue que después de la destrucción del Beit Hamikdash se fracturó el vínculo entre la sede religiosa, los reyes y el pueblo.

Israel se dividió en tres partes.

El estamento popular que quedó reconstruyó la ciudad y propuso una nueva forma de reacomodo social por medio del nuevo gobierno implementado por el yugo babilónico, que en muchas ocasiones favoreció al vulgo hebreo, lo cual generó que esta oportunidad de desarrollo a partir de un gobierno extranjero fuera vista como un favor de Dios.

Mientras tanto la élite fue enviada a Babilonia en donde comenzó el nacimiento de un movimiento que hoy podríamos identificar como nacionalista y que estaba basado en la idea del retorno. Esta esfera política y sacerdotal exiliada fue la que cuestionó el código moral y propuso un reacomodo del orden gubernamental a través de una reforma llamada deuteronomista que buscaba el orden a partir de la religiosidad y la moralidad que, hasta ese momento, se consideraban menguadas.

Una tercera parte del pueblo se marchó hacia Egipto. Si bien eran la minoría, ellos decidieron establecerse en la isla de Elefantina y crear una sociedad nueva, misma que sería criticada posteriormente al momento de que los exiliados en Babilonia retornaran a Jerusalén.

La reforma deuteronomista se basó en el pensamiento de los exiliados quienes utilizaron la historia del pueblo judío y la profecía escrita hasta entonces como argumentos de la realidad que los aquejaba.

Una de las propuestas más importantes fue el detrimento de la moralidad como móvil del caos, aspecto que replanteó la idea del castigo de Dios y la ruina de la nación.

Sin duda alguna, este periodo fue traumático y desolador tanto para los que se quedaron en la tierra prometida bajo el gobierno babilónico, como para los exiliados quienes interpretaron de maneras diferentes la destrucción de su ciudad, del Templo, la deportación y el desmoronamiento de su sociedad. No había gobierno ni contacto con la divinidad.

Sin embargo esta catástrofe permitió una reflexión popular. En lugar de olvidar la historia, abandonar la religión y perder la identidad, se buscó una aceptación de la tragedia y esta introspección permitió una confrontación comunitaria que debió ser bastante radical en muchos sentidos, en palabras de Albertz, “la reforma deuteronómica se volvió una oportunidad para un nuevo comienzo.[2]

Uno de los cambios más significativos fue la transformación de la religiosidad a partir de la familia.

Al no existir el modelo social conocido ahora, la familia ocupó un papel nuclear indispensable y adoptó las responsabilidades religiosas que pudo, la fe se trasladó del Templo a la casa. De esta manera el hogar, la familia y sus integrantes ocuparon el espacio de la liturgia, los ritos se trasladaron a una escala menor pero siguieron vigentes ya que era la continuidad del culto con Dios. La importancia del shabat como día de descanso y elemento identitario, la memoria del pasado como la lectura de la Hagadá en Pesaj y la celebración/adecuación de las fiestas son solo algunos ejemplos.

Cuando las familias fueron separadas se perdió en gran medida la conexión social entre ellas; debido a esto Albertz explica que los conceptos de patriarca y tribu tomaron bastante fuerza toda vez que se transformaron en un medio para encontrar la identidad histórica perdida; durante el exilio las familias se volvieron portadoras de su propia historia.

Entonces, esta nueva religiosidad nucelar familiar funcionó sobre dos ejes importantes, el primero fue la continuidad de la religiosidad en la escala del hogar y el reacomodo de la liturgia a partir de la responsabilidad de cada uno de los integrantes de la familia; el segundo fue la pervivencia de la historia a través de un juicio moral y una búsqueda constante de la identidad, del conocimiento del futuro a través de la figura del profeta, de la reforma deuteronomista, pero sobre todo de la necesidad de que Dios volviera a escuchar a su pueblo.

[1] Israel Albertz, “Historia de la religión en la época del destierro” en Historia de la religión de Israel en tiempos del Antiguo Testamento, (Editorial Trotta, Madrid, 1999), 461.

[2] Israel Albertz, Op. cit., 487.

 

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