Enlace Judío – Despertamos con la noticia de que Ada Colau, alcalde ultra-izquierdista de Barcelona, ha decidido cortar los lazos que unían a su ciudad con Tel Aviv como “ciudades hermanas”. ¿La razón? Ya la puedes adivinar: una especie de protesta contra la supuesta ocupación israelí, y sus pretendidas agresiones contra el pueblo palestino. Pobre Ada, que no se da cuenta que sólo exhibe cómo la izquierda europea moderna se ha convertido en un culto a la mediocridad.

Y es que, al tiempo que rompe relaciones con Tel Aviv y con Israel, Ada Colau trata de reforzar sus vínculos con Cuba y con Irán.

Con ello, Colau evidencia que no se trata de una posición objetiva, basada en hechos reales y concretos que se manifiesten en situaciones que afecten o beneficien a la población. Se trata de pura ideología, telarañas mentales que para lo único que sirven es para definir, de un modo tan arbitrario como banal, quién es el bueno y quién es el malo en este mundo.

Ada Colau se queja amargamente del supuesto apartheid israelí, una acusación sin pies ni cabeza.

¿Qué es un apartheid? Una situación jurídica en la que un sector de la población es abiertamente discriminado por el gobierno, al vivir bajo un marco legal distinto al del resto de la población. A lo largo de la historia, esa fue la condición frecuente de las minorías; en la mayoría de los casos, la situación a la que tuvieron que enfrentarse las comunidades judías en los países cristianos e islámicos.

La queja de que Israel practica un apartheid contra los palestinos es sorprendente, ya sea porque refleja una nula honestidad intelectual, o porque evidencia una abierta guerra contra la inteligencia humana.

Hay palestinos que se quejan de que no pueden pasear libremente por Israel, y tienen que hacer largas filas para poder ingresar. Sí, exactamente igual que yo no puedo pasear libremente por los Estados Unidos y, como ciudadano mexicano, tengo que hacer largas filas en las aduanas de los aeropuertos norteamericanos si quiero ingresar a ese país.

Y no es un apartheid. Simplemente, sucede que soy ciudadano de otro país.

Ahí es donde se derrumban las absurdas acusaciones contra Israel: los palestinos que no tienen libertad de movimiento en Israel son aquellos que no son ciudadanos israelíes. Los árabes que tienen la nacionalidad israelí, gozan exactamente de los mismos derechos y las mismas obligaciones que cualquier otro ciudadano del Estado judío, sea judío o cristiano. Las leyes los comprometen y los amparan por igual.

Pero pedirle a Ada Colau que entienda esto parece ser demasiado. Si ella no ve problemas en que los cubanos tengan que hacer largas filas —a veces de hasta seis horas— para recibir la comida para unos cuantos días (comida que no va a ser ni generosa ni variada), o que tienen un sistema de salud colapsado y en quiebra, su precario intelecto difícilmente va a asimilar que los palestinos no israelíes no están bajo la responsabilidad del gobierno israelí.

Y si esa misma Ada Colau no tiene interés alguno en confrontarse a la realidad de que Irán asesina arteramente a sus disidentes (sobre todo, a mujeres), es prácticamente imposible pedirle que entienda que los responsables de las desgracias palestinas son, antes que nadie, sus propios dirigentes.

Lo de Ada Colau es vulgar antisemitismo, algo tan arraigado en la izquierda europea.

Mientras tanto, y como si se tratar de un partido de fútbol, en Madrid las cosas se cocinan al revés. Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrir, ha anunciado que viajará a Israel a buscar inversiones. Y, por supuesto, para reforzar los vínculos.

Así son los vaivenes de la política española, generalmente marcados por qué tanto poder tenga la izquierda.

Y es que ya no se puede negar que ser izquierdista, hoy en día, parece ser sinónimo de vivir enamorado de la mediocridad. Lo que antes fue una razonable lucha por reivindicar los derechos de los grupos explotados o marginados, ha terminado por convertirse en una adoración por el fracaso. El éxito se ve como algo perverso e injusto, y la lógica que se impone es esa que Gustavo Petro —otro destacado izquierdista enamorado de las pésimas ideas— resumió en la frase de que “la riqueza no es de quien la genera, sino de quien la necesita”.

Semejante devoción por la ineficiencia es lo que ha determinado, de manera irremediable, el fracaso de la izquierda en el mundo actual. Pueden ganar elecciones, pero no resolver los problemas de la gente. Y si aparece alguien decidido a hacerlo, entonces hay que destruirlo.

Por eso no toleran a Israel. Además de ser un estado fundado y construido por judíos —algo que les resulta demasiado difícil de digerir—, es un lugar exitoso en todo sentido —algo ofensivo para las frágiles conciencias de la posmodernidad—.

De ahí que el compromiso irracional con los palestinos, o con las dictaduras.

Amplios sectores de la izquierda han perdido su brújula moral. Su lucha dejó de ser a favor de los olvidados, y se transformó en una mera agenda del resentimiento social.


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