Enlace Judío – Es apenas un mes el que separa la celebración de Purim de la de Pésaj, y por ello siempre resulta interesante reflexionar en las profundas diferencias entre ambas festividades. Paradójicamente, son las que nos ayudan a comprender que ambas son las dos caras de una misma moneda.

Una fiesta se celebra en Nisán, el primero de los meses del calendario agrícola del antiguo Israel; la otra, en Adar, el último mes según esta misma cuenta. En una fiesta se inicia con una gran cena; en la otra, con un ayuno. En una historia, todos los problemas surgen del palacio del rey (el faraón); en la otra, de ese mismo entorno surgen las soluciones. En una historia, los israelitas sólo tienen que huir del reino que los oprimía; en la otra, tienen que tomar las armas en un imperio que no los había molestado. En un relato, todo es milagroso y la mano de D-os se ve a cada momento; en el otro, ni siquiera se menciona a D-os de manera explícita. En un relato, el pueblo de Israel es un testigo pasivo de cómo D-os mismo se encarga de su liberación; en el otro, son judíos de carne y hueso los que tienen que luchar por su propia vida, y derrotar a sus enemigos con sus propias manos.

De estas dicotomías surgen varias ideas poderosas respecto a cómo debemos relacionarnos, como seres humanos, con eso a lo que tal vez con demasiada facilidad llamamos “milagro”.

Pareciera que el texto bíblico nos quiere decir que el inicio de nuestra toma de conciencia comienza con algo que sucede fuera de nosotros mismos. Es D-os operando directamente la salvación de un pueblo que no tiene modo de enfrentarse al faraón. Menos aún, de defenderse. Por ello, todo parece girar en torno a lo sobrenatural, desde la experiencia de Moisés con la Zarza Ardiente, hasta el paso del Mar de los Juncos y la destrucción de las tropas egipcias.

Así comienza todo ese periplo judío, que se trata única y exclusivamente de cómo madura nuestra propia conciencia. ¿Conciencia de qué? De nosotros mismos, de nuestra relación con D-os, y de nuestra relación con nuestros semejantes.

El punto de llegada —Purim— es sorprendente: lejos de tratarse de una condición en la que D-os se hace todavía más presente, o en la que los milagros son todavía más estrambóticos, lo único que encontramos en el relato es gente de carne y hueso tomando sus propias decisiones, corriendo sus propios riesgos, y actuando como si D-os mismo nunca fuera a intervenir. El único momento con rasgos religiosos es cuando Ester decide ayunar antes de presentarse delante del rey Ajashverosh. Aun así, no se habla de ninguna petición en especial para D-os.

Su propio primo y padre adoptivo, Mordejai, la reta a que actúe: “Porque si callas absolutamente en este tiempo, respiro y liberación vendrá de alguna otra parte para los judíos; mas tú y la casa de tu padre pereceréis. ¿Y quién sabe si para esta hora has llegado al reino?” (Ester 4:14).

Seguro que allí se intuye la providencia divina, pero no se le menciona de manera explícita. Más bien, la lógica de Mordejai es que si Ester no actúa, algún otro judío lo hará. Es una postura absolutamente pragmática, carente de toda mística pasiva.

¿De eso se trata ser libre? ¿De asumir la responsabilidad de tomar iniciativas y dejar de esperar a que D-os arregle las cosas?

Sí. Así es. Y es que si no es justo para eso ¿para qué quieres ser libre? Si lo que deseas es no correr riesgos ni asumir responsabilidades, limitándote a recibir órdenes, entonces quédate en Egipto, no cruces el Mar de los Juncos, no hagas un Pacto con la Torá en Sinai, no construyas un santuario para adorar al Único y Verdadero, y no luches por la Tierra Prometida. Todo eso es sólo para seres humanos maduros y responsables que aceptan la responsabilidad de construir su vida con sus propias manos.

La historia entera del pueblo judío es una réplica de este proceso dibujado en el texto bíblico desde hace miles de años.

Ya sabes: el famoso “pueblo elegido” que ha sufrido lo que ningún otro pueblo. De allí la inolvidable frase de Rev Tevye en Violinista en el Tejado (que viene muy a cuento por la triste noticia del fallecimiento de Jaim Topol, el actor estadounidense-israelí que se hiciera famoso por su actuación en la versión hollywoodense de este musical), cuando, a punto de tener que enfrentar una desgracia más para los judíos, levanta sus ojos al cielo y dice “ya sé que somos el pueblo elegido, pero pregunto: ¿No podrías elegir de vez en cuando a otro pueblo?”

Purim nos enseña que la elección no significa un trato privilegiado de D-os hacia nosotros, sino una comprensión privilegiada de nosotros hacia D-os. En otras palabras, de una comprensión plena de la realidad, misma que se traduce en una sorprendente capacidad para relacionarnos con ella.

Es curioso. Se dice con mucha frecuencia que la pura existencia de los judíos es un milagro. Y, sin embargo, ¿qué es lo que hace un judío cada mañana? Si tuviésemos que hacer el resumen más conciso posible, diríamos que se para y se pone a trabajar. Punto. Lo más humano, lo más normal, lo más terrenal que uno pueda decir.

Pero es desde esa experiencia completamente humana y hasta poco mística, que nuestra historia se ha llenado de milagros que, paradójicamente, no tienen nada de sobrenatural. Al contrario: simplemente se apegan al funcionamiento de la realidad, en un nivel que pareciera que ningún otro pueblo conoce.

Te pongo un ejemplo rápido, muy propio para Purim: en 1492, se ordenó la expulsión de los judíos de España. Una tragedia de proporciones mayúsculas, porque con eso se puso fin a la presencia judía en un lugar —la ancestral Sefarad— en el que habían prosperado material, espiritual e intelectualmente durante siglos y siglos. Fue, por cierto, el mismo año en el que Colón puso pie en América, y con ello comenzó el proceso de conquista de un nuevo continente.

Las cosas se le complicaron a los españoles, y pronto tuvo que lanzar a la Inquisición a una persecución cruel, despiadada y feroz contra aquellas familias que se habían visto forzadas a bautizarse, pero que seguían apegadas a la fe de sus ancestros. Sin embargo, cuando tenían la oportunidad, abandonaban su falso cristianismo y volvían a la práctica abierta del judaísmo. Así hicieron los judíos de Recife, población brasileña que había sido conquistada por los holandeses. Bajo el gobierno de un país protestante que había decretado la libertad de cultos, pudieron practicar su verdadera fe sin ningún problema.

En 1654, los portugueses lograron expulsar a los holandeses de allí, y decretaron también la expulsión de todos los protestantes y judíos. Una larga fila de barcos transportaría a los desterrados hacia Europa, pero en las aguas del Mar Caribe fueron atacados por bucaneros franceses. El barco en donde iban los judíos fue uno de los capturados, y sus tripulantes quedaron destinados a ser vendidos como esclavos en el mercado de las islas Bahamas.

La desgracia no se culminó: piratas ingleses atacaron a los franceses y rescataron los barcos. Dado que no tenían instrucciones sobre qué hacer con las familias judías de Recife, las dejaron desembarcar en Nueva Amsterdam (hoy, Nueva York), y allí se quedaron para fundar la congregación Shearit Israel, la primera en lo que luego vino a ser Estados Unidos.

Así comenzó la historia del judaísmo estadounidense, ese mismo que tomó el relevo cuando la barbarie nazi casi aniquiló por completo al judaísmo europeo. Justo cuando la Shoá destruyó comunidades enteras, yeshivot por doquier, sinagogas por cientos, y toda una cultura que se había desarrollado principalmente en Europa del Este, el judaísmo norteamericano —y muy particularmente el neoyorquino— estuvo allí presente para garantizar que el gran patrimonio espiritual judía se mantuviera intacto.

¿Milagro, o simplemente el modo en el que se encadenó la realidad durante casi 500 años?

Habrá quienes contesten de un modo, o quienes contesten de otro. Pero en lo que todos podemos coincidir, es en que se trata —simplemente— de una experiencia típicamente judía.

Lamentablemente, el milagro como hecho sobrenatural no llegó para los 6 millones de judíos asesinados en Alemania. Pero, sorprendentemente, el milagro como hecho natural venía gestándose desde más de cuatro siglos atrás.

Eso es lo que le da sentido a las palabras de Mordejai: en los momentos críticos, uno debe entender que nadie es indispensable. Si tú no haces las cosas, vendrá otro a hacerlas. Pero ¿qué tal que para ese momento te había puesto D-os en ese lugar?

No es D-os quien pierde. Ni siquiera es el pueblo judío. Es uno mismo el que tiene, todo el tiempo, la posibilidad de hacer las cosas y ser parte de una historia tan profundamente humana y realista, que a ratos raya en lo sobrenatural y hasta se antoja ficticia.

Y mira lo que son las cosas: básicamente, lo único que uno tiene que hacer es pararse a trabajar.


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