Es el grito que escucho en las calles. Las bocinas de los carros que transitan en las calles multiplican sonidos que son aullidos. Gritos y silencios que se multiplican al caer la noche en las principales ciudades del país.

El brutal despido de Yoav Gallant como responsable de la defensa del país indica algo más que un descalabro político.

Es una radical ruptura de las esperanzas que el judaísmo y los judíos hemos cultivado a lo largo de los siglos. Y es una invitación a nuestros hostiles vecinos a darnos el golpe final.

Y en estas horas que habrían querido abrir un nuevo día la noche parece extenderse.

Desde Jerusalén a Be’er Sheva, desde Tel Aviv a Eilat se multiplican las protestas.

Y las preguntas dicen: ¿qué abruma a Netanyahu y a su familia? ¿Por qué conducen, en alianza con sectores que apenas aportan a la defensa, a la economía y al quehacer científico del país, al declive de nuestro país?

¿No entienden que estos desvaríos propiciarán y justificarán las agresiones del entorno? ¿Pretenden un suicidio colectivo?

¿Y cómo festejar días de Pésaj – el símbolo y la vivencia de la libertad – cuando decisiones arbitrarias los deshacen en un afán autodestructivo?

Pienso que si esta oscura noche no se prolonga y un nuevo día se atreve a despertar los gritos y las huelgas festejarán en las calles del país. Y por vez primera incluso sindicatos, escuelas y campos militares se unirán en un grito para decir NO al suicidio colectivo.

Las palabras ya se agotan. Un silencio, histórico y humano, parece hoy irrefrenable.

¿Nos quedaremos en la noche? ¿En el silencio? ¿O daremos el grito para simular ilusiones?

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