Este artículo es la segunda parte del ensayo “El ghetto: historia y memoria”, de Judit Bokser Liwerant y Gilda Waldman M.

Este texto, en 4 partes, reconstruye una de las fases del proceso de exterminio de seis millones de judíos durante la II Guerra Mundial: la referida al establecimiento de los ghettos en Polonia y Europa Oriental. Esta reconstrucción se sustenta sobre dos ejes fundamentales. Por una parte, la dimensión histórica, que se centra en aspectos centrales de la creación de los ghettos, su significado para la vida judía, su estructura organizativa, la vida en su interior y el proceso de su destrucción.

Por la otra, la dimensión testimonial, que pone atención a los poemas, diarios y archivos escritos en el ghetto, como expresión individual y de pertenencia colectiva y, al mismo tiempo, como depositarios de la memoria, componente esencial de la experiencia histórica del pueblo judío.


Desde el inicio de la invasión nazi a Polonia las disposiciones contra los judíos fueron incrementándose y endureciéndose. A fines de septiembre de 1939 se promulgó un decreto que ordenaba que todos los judíos que viviesen en aldeas y pequeños pueblos se concentrasen en las ciudades, mismas que se congestionaron las poblaciones de refugiados.

A fines de octubre de 1939 se impuso a todos los judíos en territorio polaco ocupado por los alemanes la obligación de llevar en su ropa un distintivo con la estrella de David. El 12 de diciembre de ese mismo año fueron reclutados todos los varones de entre catorce y sesenta años para trabajos forzados. Poco tiempo después, se aplicaron a los judíos polacos las leyes restrictivas promulgadas anteriormente en Alemania. De este modo, la expulsión de escuelas y universidades así como la prohibición de visitar lugares públicos y participar en actividades culturales anularon sus derechos políticos; a su vez, la confiscación de sus talleres, establecimientos y empresas industriales generaron condiciones de extrema dificultad para garantizar su subsistencia. Los arrestos arbitrarios y los frecuentes casos de violencia y brutalidad crearon un terror permanente.

La idea de establecer ghettos fue planteada en diversas ocasiones, por ejemplo, en 1938 por Goering, pero no fue aceptada.

En septiembre de 1939, Heydrich ordenó a los grupos de ataque, Einsatzgruppen, la disolución de comunidades con menos de 500 miembros y la concentración de judíos en barrios especiales en el interior de las ciudades. En los meses siguientes se anunció que todos los judíos serían obligados a trasladarse a estas áreas restringidas. El primer ghetto se estableció en abril de 1940 en la ciudad industrial de Lodz; el segundo, en Varsovia, en noviembre del mismo año. Este último se convirtió en el más grande en territorio europeo, ubicado en el seno de una ciudad central al desarrollo del judaísmo polaco. A pesar de la diversidad de dimensiones y características de los diferentes ghettos, el de Varsovia ha devenido símbolo y paradigma de aquéllos. La idea de su establecimiento surgió en noviembre de 1939, pero conflictos entre la Gestapo y las autoridades militares pospusieron su implementación.

En el verano de 1940, antes de que éste fuese oficialmente establecido, los alemanes construyeron murallas que separaban la sección donde se encontraban los judíos que ya habían sido concentrados en la ciudad, separándolos del resto de la población.

Expuesta inicialmente como una medida de cuarentena para aislar a la población judía por una epidemia de tifoidea, en septiembre de 1940 los 80 000 polacos que aun vivían en el área fueron removidos y el 3 de octubre fue oficialmente declarada la existencia del ghetto.

Se estima que a mediados de octubre, los 140 000 judíos que aún se encontraban en diferentes zonas aledañas fueron llevados a él, sumándose así a los 240 000 que ya habitaban en él.

Este movimiento concentró a casi 400 000 personas en un área de cien manzanas; así, un tercio de la población de Varsovia quedó hacinada en el 2.4 % de la ciudad.

En 1941 había ghettos en todo el territorio de Polonia y también en las zonas conquistadas a los soviéticos después de la invasión a la URSS, en junio de ese mismo año. Inicialmente, los ghettos sirvieron como centros de concentración para los esfuerzos de expulsión; más tarde, a partir de la decisión de llevar a cabo la Solución Final, en marzo de 1941 y más aceleradamente, desde la primavera de 1942, se convirtieron en centros de deportación para los recién establecidos centros de exterminio

De hecho, el establecimiento de ghettos no implicaba, inicialmente, la decisión de aniquilar a los judíos, aunque un paso esencial en este plan consistía en acelerar la ruina económica, social y política de la población judía, deteriorando al máximo las condiciones de vida del ghetto y acrecentando el terror. Al principio hubo dos tipos de ghettos: los abiertos, sólo demarcados como áreas restringidas a los judíos, y los cerrados, como en el caso del de Varsovia, alrededor del cual se construyeron murallas.

En este último caso, hasta el 15 de noviembre de 1940 fue aún posible para los judíos trabajar fuera del ghetto y salir de él. A partir de entonces, sus puertas fueron selladas. Las 22 entradas del guetto de Varsovia fueron clausuradas y ya no se permitió a los judíos su salida.

Esta tendencia acompañó de modo genérico a la vida en los demás ghettos: si bien en un comienzo los alemanes, por consideraciones económicas, concedieron permisos de salida y entrada, ello se canceló y se ordenó la pena de muerte a todo judío que fuese hallado en el exterior. De igual modo, se prohibió la recepción de envíos procedentes de los países neutrales y el contrabando de mercancías desde el lado “ario” se hizo mucho más peligroso, lo que incrementó el hambre y multiplicó las enfermedades y epidemias.

A mediados de 1942 empezaron a funcionar los campos de exterminio, y la sociedad judía del ghetto comenzó a perecer cuando, a través de sucesivas y gigantescas deportaciones, sus miembros fueron enviados a los crematorios.

Ciertamente, el ghetto significó una regresión en la vida de los judíos polacos de la cuarta década del siglo XX. Sus murallas que constituían, de hecho, una frontera entre dos países, los privaban de gran parte de sus medios de subsistencia; pero, de manera más grave aún, el ghetto implicaba un fenómeno dejado atrás por el reloj de la historia.

La segregación judía de tiempos medievales, que había encontrado en el ghetto una de sus máximas expresiones, había sido cancelada por la modernidad y, paulatinamente a lo largo del siglo XIX los judíos se habían integrado a la vida social, política y cultural europea. La emancipación judía, que había significado el acceso a la igualdad jurídica y política de los judíos en el seno de los modernos Estados nacionales, se vería así revertida.

Los ghettos constituyeron, así, un paso intermedio entre la libertad de pre-guerra y la aniquilación posterior.

Administrativamente, el ghetto estaba dirigido por un Consejo Judío, Judenrat, encargado de ejecutar las órdenes y disposiciones nazis hacia los judíos. A partir de octubre de 1939 la Policía de Seguridad alemana fue facultada para seleccionar o reemplazar a los miembros de los Consejos, sustituyendo e instrumentando simultáneamente el rol de la autoridad. Subordinados a la administración de la ocupación alemana, estos Consejos fueron parte esencial de la política nazi de control de la población. La diversidad de los Consejos Judíos en los distintos ghettos fue notable, mostrando características diferentes en su constitución, el modo como fueron nombrados, su grado de representatividad, su estructura interna, su relación con otras organizaciones comunitarias, con la policía del ghetto y la posición que asumieron de frente al problema de la resistencia armada. Al igual que el ghetto no fue un fenómeno homogéneo, y su propia condición de anormalidad compartida generó diferencias entre unos y otros, los Consejos Judíos exhibieron una gran diversidad. Algunos Consejos fueron la continuación de las diversas formas de gobierno judío que habían existido en el pasado; otros fueron nombrados entre los miembros más distinguidos de la población judía, con objeto de inducir a los demás a prestar obediencia y crear la ilusión de que la existencia judía continuaba normalmente.

Ciertamente, la situación y el papel llamado a jugar por los Consejos Judíos fue profundamente ambiguo y difícil. El Consejo estaba autorizado para administrar la vida interna del ghetto, por ejemplo, el aprovisionamiento de alimentos, protección contra enfermedades, registro de la población, organización de las viviendas; la asistencia social, a través de orfelinatos, casas para ancianos, comedores populares y la imposición de gravámenes, e incluso, en algunos casos, la impresión del papel moneda y los sellos de correo. Todo contacto entre los judíos y las autoridades nazis debía hacerse, obligatoriamente, por su intermedio y, simultáneamente, éste se veía obligado a satisfacer los requerimientos nazis, primero de dinero y trabajo, y más tarde, de vidas humanas. Este sistema jerarquizado de supervisión alemana reforzaba el carácter incondicional y absoluto con que se buscaba que los Consejos Judíos garantizaran el cumplimiento de las órdenes. De allí que un dilema similar los unía: “conservar la vida judía en un marco de destrucción alemana. No podían seguir indefinidamente sirviendo a los judíos, mientras simultáneamente obedecían a los alemanes”. Así, de frente a la paradoja de conservar la vida judía en el marco de la destrucción llevada a cabo por los alemanes, se desarrolló la estrategia, por ejemplo de “rescate mediante el trabajo”, misma que se dio de modo ampliado en ghettos como Lodz, Vilna, Cracovia y Czestochowa, en los que se construyeron industrias y fábricas que permitían prolongar la vida humana a partir del supuesto de que su utilidad permitiría negociar la vida de quienes la sostenían por medio de su trabajo.

En esta lógica de dominación, cabe destacarse que los ghettos contaron con un elemento nuevo, inexistente hasta entonces en la vida comunitaria hebrea: una policía judía; creada por iniciativa nazi, cooperaba con el Consejo para imponer su autoridad entre la población. Simultáneamente, los alemanes protegían a otros sectores no pertenecientes al Consejo Judío, a quienes hacían concesiones económicas o sobornaban para alentar la delación.

En el seno de este marco progresivamente deshumanizante, que atentaba contra la vida individual y la pertenencia y solidaridad colectivas, asistimos, sin embargo al desarrollo intenso de los movimientos, partidos políticos e ideologías existentes durante el período anterior a la guerra. Estos continuaron con sus actividades, sus debates y sus pugnas en el ghetto, lo que si bien no les permitió convertirse en una alternativa al Consejo Judío, les posibilitó dotar del significado y orientación que toda acción colectiva requiere. La diversificación de la vida política y cultural que acompañó al judaísmo europeo a vuelta de siglo y que se consolidó en las primeras décadas del siglo XX, se originó a partir de la pluralidad de diagnósticos en torno a la “cuestión judía” y las posibles soluciones a la condición judía en la modernidad.. Estos oscilaban entre la asimilación y el renacimiento nacional; entre la integración grupal –con diferentes códigos de identidad de minoría nacional o cultural-, variadas formas de autonomía y la incorporación a los procesos revolucionarios globales. En todo caso, entre las dimensiones puestas en juego por este proceso de diversificación interna secularizante, destacaba la reivindicación del papel de la acción del hombre y el grupo en la definición de su destino. De allí que en el seno del ghetto, la polémica ideológica orientó la interpretación de los sucesos al tiempo que separó y confrontó, arrojando diversos grados de luz y sombra sobre una realidad que minimizaba la posibilidad de incidencia. Parte importante de esta actividad política fue la labor de los movimientos juveniles, que constituyeron el núcleo de lo que sería, posteriormente, la resistencia armada en algunos de los ghettos.


Fuente: Acta Sociológica, noviembre 1999, F.C.P.YS., UNAM, pp. 55-86.
Judit Bokser Liwerant
Gilda Waldman M.

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