Este artículo es la tercera parte del ensayo “El ghetto: historia y memoria”, de Judit Bokser Liwerant y Gilda Waldman M.

Este texto, en 4 partes, reconstruye una de las fases del proceso de exterminio de seis millones de judíos durante la II Guerra Mundial: la referida al establecimiento de los ghettos en Polonia y Europa Oriental. Esta reconstrucción se sustenta sobre dos ejes fundamentales. Por una parte, la dimensión histórica, que se centra en aspectos centrales de la creación de los ghettos, su significado para la vida judía, su estructura organizativa, la vida en su interior y el proceso de su destrucción.

Por la otra, la dimensión testimonial, que pone atención a los poemas, diarios y archivos escritos en el ghetto, como expresión individual y de pertenencia colectiva y, al mismo tiempo, como depositarios de la memoria, componente esencial de la experiencia histórica del pueblo judío.


Como consecuencia de lo anterior y de modo complementario, la actividad cultural realizada dentro de los ghettos fue notable. Si bien la vida estaba modelada por la obligatoria adaptación a las condiciones impuestas por el dominio nazi, y, fundamentalmente, por la necesidad de sobrevivir, no se trataba sólo de sobrevivir físicamente, sino también política, cultural y espiritualmente. A pesar de la intensidad de los sufrimientos -sobresaturación poblacional, raciones alimenticias insuficientes, enfermedades, amenazas de ser llevados a trabajos forzados, entre otros- en los ghettos continuaron las conferencias, las actividades teatrales, y los conciertos; una vasta creación literaria en hebreo, yidish y otros idiomas se traducía en una pasión por la lectura; aunque la educación estaba expresamente prohibida, se impartían clases clandestinamente tanto para niños como para universitarios.

Prensa clandestina

La prensa clandestina proliferó, llegando a publicarse más de 50 periódicos diarios solamente en el ghetto de Varsovia. Debe recordarse que los 30 diarios y 130 periódicos en yidish, hebreo y polaco que el judaísmo polaco había generado fueron abolidos en 1939 y se prohibió también la lectura de la prensa alemana.

En 1940, la administración alemana, el Gobierno General, comenzó a publicar un periódico semanal que sólo contenía la información (y desinformación) que los alemanes querían transmitir y las órdenes que debían cumplirse. De allí que la prensa judía clandestina en el ghetto de Varsovia, como en los otros ghettos, cumplió la tarea esencial de proveer información al tiempo que devino un foco de referencia precisamente para resguardarse frente a la deshumanización y garantizar la supervivencia humana.

Los editores de los periódicos eran, en su mayoría, miembros destacados de los partidos y organizaciones políticas, así como de los movimientos juveniles, que proyectaron en la palabra escrita las polémicas ideológicas. En estos foros es posible ver como ante las traumáticas condiciones que les fueron impuestas a sus vidas, las diferentes posiciones reflejaron la mediación de sus diagnósticos ideológicos en la aprehensión de la realidad y la centralidad de las pugnas político-culturales.

De este modo, en medio de las terribles vicisitudes del ghetto, se consolidó un fuerte ámbito de reflexión sobre el presente, de re-interpretación del pasado y de visiones del futuro que nutrió un sentimiento de conciencia histórica. Esta encontró a su vez, en el testimonio escrito, una de sus más importantes fuentes de expresión. El historiador Emmanuel Ringelblum, organizador de los archivos clandestinos del ghetto de Varsovia y del diario que ha permitido reconstruir la vida en él, señalaba a principios de 1943, casi al final de su vida:

“Todos escribían…periodistas y escritores por supuesto, pero también maestros, hombres públicos, jóvenes, incluso niños…..”.
La palabra dejó de pertenecer, así, sólo al escriba encargado de copiar sin errores los textos sagrados, o al rabino erudito, o incluso al historiador profesional. En los ghettos, la palabra escrita se socializaba; la experiencia colectiva pasaba a través del testimonio individual y éste, sustentado sobre la vivencia personal, se transformaba en la vivencia de todo un pueblo. El testimonio fue, incuestionablemente, único y sus palabras fueron las de una época y contribuyeron a crear una memoria colectiva.

Testimonios personales

La vivencia personal y la comunitaria se insertaron en la vasta tradición testimonial judía, que obedecía a un doble imperativo. El primero, el de dar testimonio para documentar un acontecimiento denunciando toda iniquidad y buscando la justicia; el segundo, plasmado desde de Deuteronomio bíblico y forjado por profetas y sacerdotes, el de recordar, componente central de la experiencia colectiva del pueblo judío. En este sentido, la palabra testimonial escrita en los ghettos constituyó un elemento de resistencia frente al olvido y la muerte; pero también fue una re-escritura de la historia desde la perspectiva de los vencidos.

El testimonio de los ghettos, escrito en un presente sin futuro, desafió el proyecto nazi de borrar de la faz del planeta al pueblo judío, como si éste no hubiera existido ni pudiera dejar herederos ni memoria; respondió a la necesidad de interpretar el significado de la experiencia y fue también la continuación de la tradicional respuesta judía a las catástrofes que asolaron su historia, desde aquellos versos que cantaban junto a los ríos de Babilonia la nostalgia por Jerusalén, pasando por los relatos en torno a los mártires que sacrificaron su vida en nombre del Nombre Sagrado, los testimonios de la expulsión de España o los poemas escritos por Jaim Nachman Bialik a raíz de los pogroms de Kishinev en 1903.

En los ghettos, supervivencia y testimonio se volvieron ejes de una misma tensión: el testimonio literario fue un medio para combatir la desesperación, al tiempo que la supervivencia encontraban en el testimonio una forma para que la historia se narrase a sí misma.

El testimonio intentaba sobreponerse al silencio al que el judío estaba condenado, creando una estrecha relación entre el que escribía y su comunidad. Aislados, con una percepción fragmentada de su realidad, centrados sólo en lo que ocurría a su alrededor e imposibilitados para imaginar una Solución Final para la cual no existían precedentes históricos, quienes escribían en los ghettos era testigos directos de lo que acontecía.

De hecho, existía una conexión inmediata entre la experiencia, el escritor y el texto. Los testimonios de los ghettos están escritos desde el remolino de los acontecimientos y tienen, por lo tanto, el peso de la realidad; se inscriben, a su vez, en la intersección entre el propósito distorsionador de la información proporcionada por el régimen nazi, las propias esperanzas y la conciencia del valor de su propia obra.

El carácter determinante de esta dominación sobre la vida y el destino de quienes escribían condujo a la dramática paradoja de que el autor de los diarios, de modo más evidente, no era el protagonista de la narrativa, ni el autor de su vida, ni el agente de su realidad. El hecho de estar encerrados en el ghetto convertía a los escribas en víctimas a merced de sus perseguidores; su destino estaba fijado de antemano. La experiencia personal se desarrollaba, así, en el marco de una realidad sobredeterminada por el destino grupal sobre el cual se reducían las posibilidades de incidencia.

Los testimonios escritos en los ghettos son múltiples y variados: desde prédicas y sermones -religiosos y seculares- dedicados a comprender el significado de lo que acontecía hasta novelas que pretendían reflejar fielmente la realidad; desde leyendas de la tradición judía actualizadas a la desgracia de la situación hasta reportajes que describían, por ejemplo, las fumigaciones de los departamentos en el ghetto de Varsovia y lo baños forzados en pleno invierno en aras de la “desinfección”; desde las crónicas satíricas sobre las disposiciones del Consejo Judío y sus efectos sobre la población hasta la más pura prosa literaria que reflejaba lo que era tener hambre en el ghetto ; desde poesía hasta diarios personales; desde testimonios individuales hasta notas cotidianas y archivos históricos que daban cuenta del acontecer en la vida judía del ghetto.

Quisiéramos detenernos, sin embargo, en algunas expresiones testimoniales que fueron particularmente importantes, no sólo como recreación de los gritos y silencios que recorrían a los ghettos, sino asimismo como aquella otra voz que se alzaba frente a la voz única de la experiencia cerrada del ghetto, negándose a capitular frente a la destrucción y otorgando nombre a los eufemismos con los que el nazismo pretendía ocultar la verdad.

Poesía

La poesía, por ejemplo, fue un género que floreció como medio de comunicación en los ghettos, ya sea públicamente o en la prensa clandestina. Muchos poemas se convirtieron en canciones, e incluso en himnos de resistencia; algunos fueron escritos para representaciones teatrales y otros se recitaban en reuniones juveniles. El lenguaje de la poesía, fragmentario y metafórico, así como su intensidad emocional y el poder de su palabra se prestaban de manera casi ideal para expresar la desesperación y la inconmensurabilidad del dolor que asolaban al ghetto.

¿Cómo podía un padre enseñarle a un hijo, por ejemplo, el hambre y el frío?
En el ghetto de Varsovia, en mayo de 1941, Yitzhak Katzenelson escribía:

Sale, mi amor, a la calle,
sale y muere en la calle,
en la dura acera.
Traed a nuestros pálidos hijos.
Traed al mayor,
traed al mediano,
el menor es aún muy joven
pero como un judío adulto
puede morir de hambre en la calle.

Y el mismo poeta, en enero de 1942, agregaba:

Hace frío adentro, un frío amargo.
Lobos corren alrededor del cuarto.
Osos polares obstruyen las ventanas.
Yo, mi esposa y mis hijos temblamos
y no sabemos qué hacer.

Y nadie ve, y nadie quiere oír.
No llores, oh, no llores.
Aunque tus lágrimas son silenciosas,
pueden helarse en tus ojos.

Muchos poemas expresaban la cruda realidad de los niños huérfanos acunados por manos ajenas. Así, por ejemplo, Leah Rudnitsky escribía en el ghetto de Vilna en 1942:

Pájaros se posan en las ramas.
Duerme, ni niño querido.
Junto a tu cuna, en el campo,
un extraño se sienta y canta.
Alguna vez tuviste otra cuna
tejida de alegría.
Y tu madre, oh tu madre,
ya no regresará más.

Y en el mismo ghetto, en abril de 1943, Shmerke Kaczerginski escribía:

En algún lugar tu padre desapareció,
desapareció con toda nuestra alegría.
Quieto, mi niño; no llores, mi tesoro;
no sirven las lágrimas.
No importa la furia de tus lágrimas,
el enemigo no las verá.
Los ríos se abren en océanos
las celdas no son el mundo,
pero para nuestro dolor
no hay final
no hay luz.

Otros poemas acentuaban el dolor, no sólo del frío, sino de la falta de hogar: Wladyslaw Szlengel escribía en 1941 en el ghetto de Varsovia:

La nieve que cae es miserable y taladra.
Lana blanca envuelve mis pies.
Un judío en su trabajo -y un soldado.
Juntos estamos en las calles vacías.
Tú no tienes hogar -tampoco yo.
El tiempo ha detenido el leve fluir de la vida.
Oh, que brecha temerosa entre tú y yo.
Y sin embargo, estamos ligados por la nieve.

Uno de los más conmovedores poemas escritos en ghetto pertenece a Abraham Sutzkever quien, entretejiendo la fuerza poética y la terrible realidad de la guerra, escribía en el ghetto de Vilna en enero de 1943:

Las ruedas de la carreta se apresuran,
palpitando..
¿Qué llevan?
Zapatos, temblando.

La carreta es como
una gran sala:
los zapatos se apretujan
como en un baile
.
¿Una boda? ¿Una fiesta?
¿Me he vuelto ciego?
¿Quién ha dejado
estos zapatos atrás?

Las ruedas rechinan
con un estrépito temeroso,
transportadas desde Vilna
a Berlín.

Debiera aquietarme,
mi lengua es como carne,
pero la verdad, zapatos,
¿dónde están tus pies?

¿Los pies de estas botas
con botones afuera?
¿ésos, sin nadie,
o aquellos, sin una novia?

¿Dónde está el niño
que cabía en estos zapatos?
¿Está descalza la muchacha
que compró estos otros?

Pantuflas o zapatillas,
miren, aquí están las de mi madre:
su par del Sábado,
junto con otros pares.

Las ruedas rechinan
con un estrépito temeroso,
transportadas desde Vilna
a Berlín.

(Continuará)


Fuente: Acta Sociológica, noviembre 1999, F.C.P.YS., UNAM, pp. 55-86.
Judit Bokser Liwerant
Gilda Waldman M.

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