En estos días se conmemora el octogésimo aniversario del épico Levantamiento del Gueto de Varsovia (19 de abril – 16 de mayo de 1943), instancia en que la memoria se vuelve conciencia y la lucha contra el olvido y la desmemoria nos convoca más que nunca a redoblar nuestro compromiso con la verdad y con la vida.

En tal sentido, tributo una vez más mi más sentido homenaje al comandante Mordejai Anilevich y a quienes junto a él conformaron la vanguardia juvenil judía que a pesar de sus exiguos recursos defensivos, la falta de víveres y el cansancio, opusieron férrea resistencia a los furibundos ataques descerrajados por las tropas nazis durante casi un mes.

Conscientes del inexorable destino que les aguardaba, fueron ellos quienes decidieron cómo habrían de morir.

Al otro lado de la línea de fuego, plenamente convencidos de que el operativo sería un mero trámite, y dispuestos a ofrendarle al propio Hitler la devastación del gueto como regalo de cumpleaños al día siguiente del inicio de las acciones, las fuerzas alemanas, pertrechadas a guerra y dispuestas a arrasar con cualquier connato de resistencia, se vieron obligadas a retroceder y diseñar una contraofensiva capaz de neutralizar el plan de lucha de los partisanos.

Combatientes del gueto de Varsovia, Mordejai Anilevich de pie en el centro

Mientras la incesante metralla de la Wehrmacht asestaba una artera estocada al corazón de aquel infierno amurallado aniquilando toda esperanza de vida, Mordejai Anilevich escribiría la que habría de ser su última carta: “Shalom Itzjak: No sé qué escribirte, esta vez dejemos de lado los detalles personales. No tengo palabras para expresar mis sentimientos, hoy nos resulta evidente que todo lo sucedido supera en mucho lo previsto.

Al oponernos a los alemanes hicimos más de lo que nuestras fuerzas nos permitían, pero esas fuerzas van menguando cada vez más; estamos frente a la exterminación. Hemos obligado dos veces a los alemanes a huir, pero ellos retornaron con refuerzos. Una de nuestras unidades mantuvo sus posiciones durante cuarenta minutos y hubo otra que resistió seis horas. Alijel cayó como un valiente junto a su ametralladora.

Desde hace tres días está el gueto en llamas. Anoche pasamos a la guerra de guerrillas. Has de saber que el revólver no tiene valor alguno; necesitamos granadas, fusiles, ametralladoras y explosivos. No puedo describirte en qué condiciones nos hallamos. Solamente unos pocos sobrevivirán; todos los demás habrán de sucumbir, tarde o temprano. Nuestro destino ya está sellado. En todos los refugios donde se hallan nuestros compañeros ya no es posible ni encender una vela por la noche por falta de aire. Benditos seáis vosotros que estáis afuera; puede que suceda un milagro y que algún día nos encontremos. Lo dudo, lo dudo mucho. La última aspiración de mi vida se ha cumplido: la autodefensa judía es ya un hecho. La resistencia judía y la venganza se han cumplido. Me despido de ti, querido, feliz de mí que he sido uno de los primeros combatientes judíos del gueto” (www.daia.org.ar).

Luego de leer esta emotiva misiva, nada queda por decir.

De los 400.000 judíos inicialmente confinados en el gueto entre octubre y noviembre de 1940, sólo sobrevivieron 50.000.

Eterna sea su memoria.

Lic. Jorge Schneidermann. Psicólogo clínico, docente y ensayista.

Fuente: uy.press